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Las escrituras sintomáticas de María Pía López

En Quipu. Nudos para una narración feminista (EME editorial, 2021), la socióloga y ensayista argentina María Pía López pone en el centro de la escena la cuestión de la narración, la memoria, y el presente de los cuerpos desobedientes y las subjetividades insumisas que resisten.

Por Mariano Pacheco

“Narrar es entretejer sentidos” plantea la autora de este libro, en el que también se sostiene que “la vida se escribe en singular” (así como su pérdida). Narrar las luchas presentes y las pretéritas, sostener la palabra pública y la íntima interrogación, recuperar ciertas memorias y realizar determinados recortes de la coyuntura. Esta bella publicación, con una cuidada edición de la editorial platense EME en su colección “Plan de operaciones”, tiene la virtud de transitar de manera simultánea por dos andariveles: por un lado, como texto de intervención escrito por una intelectual activista– sobre uno de los vectores de lucha y de discusión pública más pujantes de esos últimos años: los feminismos; por otro lado, como una reflexión aguda sobre el acto mismo de escribir.

Sobre la primer cuestión sólo diré que María Pía López escribe desde adentro de una experiencia apasionada, sin por eso dejar de mantener las posiciones que hacen al sostenimiento de las razones críticas que son la materia prima de todo que-hacer intelectual, planteando discusiones punzantes como entonces fueron la relación entre generaciones (entusiasmo por lo nuevo sin por eso arrastrar una pérdida de historicidad) o ciertos giros conservadores que, como bifurcaciones imprevistas, comenzaron a aparecer en aquellos gritos que remitían a diversos ecos emancipatorios.

Respecto de la segunda cuestión (y aquí quisiera detenerme fundamentalmente en estas líneas), la autora logra sumergirse en una serie de problemáticas fundamentales para pensar y repensar las escrituras hoy. En primer lugar, la ruptura de una cierta dicotomía entre palabra pública e interrogación íntima: “no está la retórica pública de un lado y del otro una desnuda vitalidad, porque lo vital es también su narración, su precaria presentación entre palabras, la respiración muda y el énfasis diciente, la razón que explica y el sentido que se fuga”. Si “vivir es tramar en lo roto”, las escrituras no son ajenas ni a los afectos que nos atraviesan y constituyen desde lo más “íntimo” ni a las luchas singulares y colectivas que buscan combatir y anular todo un sistema que se sostiene en la explotación económica, la dominación política, la estandarización subjetiva. De allí la denominación de “saber materialista” que Pía López otorga a los feminismos contemporáneos, capaces de “poner los pies sobre la tierra” sin por ello dejar de imaginar (aquello que “el horizonte de la época obtura”).

Ese “materialismo sensible” es que lleva a la autora a sostener que “nuestras conductas políticas y sociales” no se determina sólo por el lugar que ocupamos en la estructura productiva ¡la clase!– o los ingresos económicos sino por un denso enmaramiento de aspiraciones, enunciados ideológicos, imágenes, afecciones no declaradas ni sabidas”. De allí la propuesta, no de abandonar, sino de reconceptualizar al realismo, entendido aquí como “roce con lo múltiple, lo abigarrado”, escritura que asume que “hay guerras en la lengua”, así como “imperios, colonizaciones, condenas, amorosidades, sexo, simulacros, servidumbres, erotismo”. De allí la importancia de “escuchar las batallas anteriores en la lengua”, para poder dar también en la lengua, con la mayor eficacia, “nuestras batallas presentes”.

Narrar entonces, implica intervenir en el presente, pero también, sostener una memoria. Para ello resulta fundamental recuperar es viejo y bello término de bricolaje, que implica no sólo juntar conceptos como retazos teóricos, sino también “conjugar los tonos y relatos, las narraciones que nos vienen del pasado”. Sostener una memoria, por otra parte, ligada al cuerpo, en el que pueden rastrearse huellas de antiguos afectos que nos habitan, y hacen a ese “territorio de encuentros y presencias” que finalmente somos. “Sin memoria cada vez sería un nuevo principio”.

Es en ese sentido que escribir, leer y conversar se nos presentan de un modo enmarañado. Y por eso Pía López se pregunta si una escritura no es un “intento de conversación” y un libro “una apuesta a la continuidad de esa charla en el tiempo”. Y de nuevo: proceso que requiere de la voz, de la vista, pero también de los cuerpos, si lo que se busca con las escrituras es contribuir a problematizar y reconfigurar nuestros modos de vida. “La escritura activista me permite disfrutar a la vez que sostener el malestar”, plantea la autora, para quien narra es buscar “hacer un tajo en los relatos dominantes”, para que de vez en cuando “aparezca una voz desconocida, que nos asalte y nos desvele”.

Ahora bien, al mismo tiempo, Pía López plantea aquí que se tiene que poder escribir “porque sí”, “sin deudas ni culpas”. Tensión entonces entre un “estado de goce” de la escritura, y determinadas exigencias de una “lengua de la denuncia”, que busca “reponer una cierta justicia al tratar de inscribir las vidas y los hechos en una trama de memoria”. Ciencia, literatura y política. Escrituras del síntoma, social y de nuestras propias vidas (que siempre son de lo más impropio). Tratar de entender para ejercitar la crítica, narra historias para sostener una memoria, implicarse en una palabra pública en la búsqueda de cambiar la vida, de transformar el mundo. Algo de todo esto parece en este breve, bello y potente libro de María Pía López en el que, en tiempos de redes sociales y primacía del formato audiovisual, se apuesta por la escritura, pero también, en lo que ésta puede operar para digamos así– “nuestro-ser-en-las-calles”. Las calles, el espacio público, ese que –ahora sí son palabras de la autora– “nos rebela frágiles habitantes de un mundo ajeno y bastante enigmático”, ese que nos pone en relación con otros, que piensan, se visten y sostienen un decir de modos diferentes.