CRÍTICA DE CINE

El refugio del consuelo

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Una crítica al documental Un pueblo sin Joaquín, sobre uno de los últimos casos de gatillo fácil en Córdoba.

Por Lea Ross

La enorme distancia de 180 kilómetros que separa la comuna de Paso Viejo a la ciudad capital cordobesa no evitó la conmoción provincial ocurrido el 25 de octubre de 2020. Una lluvia de más de cien balas policiales quebraron el silencio en una madrugada de domingo. En ese tormento, el niño Joaquín Paredes, de 15 años de edad, cayó al piso de manera letal.

El cineasta Darío Almagro, quien trabaja en el multimedio de la Universidad de Córdoba, encaró un corto documental sobre el caso, mediante el testimonio de la familia del joven asesinado, además de aprovechar los frescos registros que realizó Canal 10, a pocas horas de ocurrido el asesinato. En sus filmaciones, hay un espacio bien aferrado que es el interior de la casa de la familia, desde el momento que se levanta la persiana al comenzar el día. Es desde allí, donde se conoce la habitación y el patio, y el descubrimiento de la presencia de animales como mascotas, donde alguno que otro espera el regreso de quien ya no está presente. Por fuera del mismo, sea el cementerio o una plaza, siempre está de guía algún pariente, frente al silencio de las calles de Paso Viejo.

Más desde lo periodístico que de lo antropológico, se detectan momentos de interés, como el pasado policial del abuelo de Joaquín, siendo incluso el único del pueblo que había trabajado en esa misma comisaría hoy en discordia. El rol panóptico de toda central policial, que se interpreta desde los testimonios, va quedando relegado ante su falta de presencia o con el paso de un patrullero inmutado y sin chistar.

Hay en ese sentido una pesadumbre en el filme sobre el quiebre del tejido social, a medida que se despliegan mensajes en las paredes en reclamo de justicia o maldiciendo a la yuta.

Darío Almagro había realizado un largometraje llamado Primera luz, sobre su experiencia casi angelical del ejercicio paterno, junto con su pareja en un cálido hogar de las Sierras Chicas. Es ese núcleo primario y orgánico que converge con Un pueblo sin Joaquín, además de ciertos planos que aprovecha la luz solar o interesado en elementos colgantes coloridos. Los familiares directos son quienes conducen las palabras, y donde las amistades solo se materializan con los archivos televisivos, o dándole la espalda a la cámara, luego de saludar al padre en medio de una entrevista. Ni siquiera se contempla a quienes realizaron los murales en homenaje a Joaquín.

Incluso, en los registros finales de las manifestaciones callejeras de la capital, el salto geográfico se justifica por el reclamo del “Nunca Más” emitido en la boca de la madre. Dentro y fuera del cine, ante el reclamo contra el abuso policial, la familia termina el refugio del consuelo.