¿Macri o Cristina?
Por Lea Ross
Fijémonos en el minuto de presentación de cada uno. Un Sergio Massa suelto, seguro y con estilo coaching. Un Javier Milei tieso, mentón arriba, como si leyera algo que está al lado de la cámara. Esos moldes se quebraron al momento de interactuar.
Al comienzo, el ministro supo administrar mejor los tiempos, a partir de un manejo milimétrico de insistirle a su contrincante que responda sí o no a medidas infumables. El minarquista supo torear en algunos momentos, poniendo en tensión su dogmatismo y pragmatismo.
Una excepción del caso: reconoció que admira a Margaret Thatcher y comparó el caso Malvinas con un partido de fútbol.
Tuvieron escasa claridad sobre medidas concretas sobre la Economía, a pesar que se supone que ambos se manejan mejor en ese ámbito. Solo se entendió que habría dolarización de un lado.
El tigrense logró que el león rugiera con sus tecnicismos con balbuceos. A tal punto que fue tildado de Pinocho.
Ambos no pudieron ceder a librar chicanas en las segunda mitades de sus tiempos. Chicanas políticas, personales y hasta penalistas. Hasta hicieron referencias sobre reuniones privadas que tuvieron, y que el público no entendió.
Tuvieron una coincidencia: en la sección “Seguridad”, valoraron a Rudolph Guliani, referente de la tolerancia cero y asesor de Donald Trump.
Al cierre de la sección de “Derechos Humanos”, se cruzaron en el rol que tuvieron en el manejo de fondos jubilatorios: uno trabajó para las AFJP y el otro participó de su nacionalización.
Milei logró evitar que se le escaparan los estribos. En el único momento de fragilidad a Massa sería solo cuando tosía o tomaba agua.
Ya en el cierre, Massa recuperó su estilo posmo coach. Milei se petrificó de nuevo. Massa aplaudió en el cierre institucional. Milei no aplaudió.
“No es Macri o Cristina, es vos o yo”, le dijo el ministro al economista, prometiendo un nuevo período para el país. “La casta tiene miedo”, se escuchó cantar el público en el cierre; prometiendo lo mismo. El tigre y el gato prometen un nuevo país. Pero las chicanas félidas se devoraron el recetario de las propuestas. ¿Cambia todo cambia?