Disney princesa
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Si mi vida fuera una película de Disney, estos años se corresponderían con ese momento de la trama en el que princesa-conicet (que vive en un castillo en Nueva Córdoba, recibe comida vegana casera en la puerta de su oficina todos los días y por las noches pide lomitos, empanadas y helado), se da cuenta de que es cómplice de ciertas costumbres violentas que en el reino están peligrosamente naturalizadas.
Por Yunga
Foto: Gentileza Programa Derechos Humanos FFyH Instagram
Pero ojo porque como en las películas de Disney, el descubrimiento de esa violencia no surge a partir de un razonamiento político en el que ella está muy concentrada en sus tareas de princesa y de repente zaz! sale del trance capitalista. Lo que precede a ese despertar que eventualmente la lleva a salir del mar, pedir ayuda a las hadas o comer una manzana envenenada es siempre un deseo. Sea curiosidad, ambición, miedo, envidia o simplemente aburrimiento, siempre hay un impulso guerrero que lleva a la heroína a abandonar sus comodidades feudales y volverse una forastera. A ser la falla en la a veces impenetrable matrix capitalista que sin querer queriendo permite que algunes privilegiades tengamos acceso a esa pastilla (que en mi caso fue el éxtasis, el perreo y el fútbol mixto) que nos saca de la pesandumbrez, angustia y hasta depresión que genera una vida de engranaje, dándonos la chance de ampliar el mundo de posibilidades tanto como una quiera.
El fútbol femenino es para mí un polo tan atractivo porque está basado en la búsqueda del placer a través del juego, cada vez más difícil de acceder en la gran mayoría de los trabajos (y las vidas).
En mis épocas de investigadora me sentía una soviet yendo con mis papeles en un maletín a mi oficina a realizar importantes investigaciones científicas subsidiadas por el Estado. Cobraba un sueldazo por un trabajo para el que había estudiado furiosamente durante 6 años, y en el que si un día decidía no ir, podía hacerlo sin que hubiera mayores repercusiones. Y aún así, no era feliz. Pasaba más tiempo pensando en el día en que me jubilara, libre al fin para leer y escribir todo el día, que en disfrutar el tiempo presente, en el que me preocupaba más por complacer a mi jefe y a la institución que por complacerme a mí.
Muchas veces nos encontramos pensando en que la búsqueda del placer es egoísta.
“El placer es un derecho”, diría quizás alguien con más confianza en el Estado que yo, pero preferiría en todo caso pensarlo en términos deportivos: cuando una persona la goza jugando, todo el equipo la pasa mejor. Las mujeres trans debemos ser aceptadas en las competencias femeninas no porque haya un Estado-Dios que nos diga que no es pecado, sino por el sólo hecho de no rechazar una propuesta de juego que se hace con una voluntad lúdica, a partir del deseo, y sin la intención de afectar negativamente el goce de otras jugadoras.
Es comprensible que la institución y muches de les profetes del fútbol busquen resguardar la estructura del juego que aman, pero el problema es que las estructuras rígidas son mucho más fáciles de manipular por el capital y las binarias manos invisibles del Mercado (que sólo saber hacer ¿más plata?/¿menos plata?) terminan reduciendo el deporte a un Boca-River que a mí francamente me parece mucho más aburrido que una Liga en la que todos los equipos tengan la posibilidad de salir campeones.
La organización de esa Liga y de los Clubes Deportivos que participan en el torneo son un hermoso modelo a escala para los problemas económicos y sociales que atraviesa hoy el capitalismo extractivista. La desigualdad en los equipos, la violencia hacia las árbitras, la exigencia de los padres, la meritocracia, el odio hacia el equipo rival, el gordeodio, el geronto-odio, el transodio, los prejuicios biologicistas, el error epistémico de olvidar que la biología también tiene una historia, etcétera etcétera. Como ya se ha dicho tantas veces, en el fútbol podemos vernos reflejados como sociedad y lo interesante de eso es que nos da la oportunidad de aprender de nosotres mismes con un manual de 20 páginas mucho más fácil de entender que cualquier manifiesto, libro de economía o teoría científica.
El deporte es para millones de personas su ritual espiritual más importante, y a mí, como buena pisciana-escorpiana, nada me parece más atractivo que intentar cumplir un rol de médium, con la esperanza de que gracias a ese antiguo lenguaje del amor (que, por ejemplo, la selección masculina tan hermosamente aprendió hablar, dentro y fuera de la cancha), pueda yo también usar mi cuerpo para transmitir mis fantasías, y disipar quizás así algunos de los miedos que nos mantienen tan enojades con les unes, les otres y muchas veces también con nosotres mismes.