Bolivia país libertario
Competencia perfecta, comercio rizomático, emprendedores ancestrales, desregulación popular, son algunas de las características de un pueblo que hoy se queja de una inflación del 9,97% anual.
Por Tomás Astelarra Fotos: Diego Pasmanik
La primera vez que entre a Bolivia por Villazón fue en 2002. Éramos cuatro y neófitos caminantes y traficantes de sueños artísticos en una trafic acondicionada para el viaje. La frontera era un caos, una película de narcos y marginalidades periféricas de una pobreza extrema, con costumbres y vestimentas salvajes para nosotros. Las cholitas cruzaban cajones de birra por un puente, te extendían su mano pordiosera pidiendo limosna o se amontonaban en las calles con cestos o aguayos vendiendo casi cualquier cosa. Tres marraquetas salían un boliviano. No sabíamos ni que carajo era una marraqueta.
La marraqueta es un pan tradicional que los bolivianos comparten con los chilenos (además de su violenta frontera). El país de las mamitas pronto sería una trompada a todos nuestros paradigmas occidentales, patriarcales, apostólicos, romanos y muchos etcéteras.
La tercera vez andábamos de a pie. Era 2012. También éramos cuatro. Pretendíamos tomar el tren de Villazón a Oruro. Ya habíamos aprendido que aquellas salvajes costumbres y vestimentas eran apenas la fachada de un pueblo pacífico, alegre, generoso y laborioso. Salvo que los hagas calentar.
También habíamos aprendido que la pobreza es una trampa estadística que, al igual que el aparato cultural gringo, te confundía a la hora de entender que Bolivia es un país austero pero donde muy poca gente se caga de hambre o duerme en la calle. El sociólogo boliviano Jorge Viaña una vez me lo explicó así: “En Bolivia la pobreza es muy extendida pero diferente a la de sectores más típicamente proletarios como las favelas de Brasil o las villas en Argentina. Porque acá vale un peso, un décimo de dólar, el desayuno. Eso ocurre porque hay una caserita que le llega el maní o la papa barata del campo. No te mueres de hambre. En cambio en la favela estás cagado, tenés que volverte sicario. Calculás: mejor morirme a los 15 por un tiro que a los 12 por hambre. No hay vínculos con la tierra, no hay redes de parentezco. Lo que te queda es volverte mafioso o vivir del Estado. Si podés”.

Competencia Perfecta
El famoso estar de Rodolfo Kusch. En esa falta de supuesta “ambición” o fachada austera, el pueblo boliviano ha logrado tejer algo que es la máxima exponencia del liberalismo económico: la competencia perfecta. No duermen, pero viven en la calle. Un limón puede consumirse de la mano de una indígena con su aguayo al piso, en una pequeña tienda, en un colorido mercado de señoras con abundantes puestos, en ricos licuados y vitáminicos. O junto a un plato típico en un menú de 12 pesos bolivianos (1.500 pesos argentinos). Y con sopa de primero. Y una linacita o jugo de limón por 2 pesos bolivianos más. “Más raro que un supermercado en Bolivia”, decía mi amiga María, violinista y caminante colombiana.
Muchos productores o revendedores negocian con muchos consumidores y de esa manera imponen un precio de equilibrio. La mano invisible del mercado que Adam Smith profetizó en la Riqueza de Las Naciones. A esto se agrega el concepto de “casería”, una eficiente herramienta de conformación de precios dentro de la competencia perfecta. Las caseras son las cholitas o mamitas de los mercados. Ellas determinan el precio, además de por su costo y el precio general de sus competidoras, según factores humanos. Como decía mi amiga María: “si en Bolivia querés limpiarte el culo, el papel te sale apenas un peso boliviano. Si querés que no raspe sale 10”.
Si sos cliente habitual sale más barato y te dan yapa. Si sos gringo, al principio te cobran un poco más caro. Si vas con muchas ganas de comer papaya y fuera de horario te re facturan. Si vas mascando coquita con un aguayo, agradecen el aprecio de su cultura y te cobran como a un caserito más. Si sos atrevido o maleducado te cobran precios estrafalarios y hasta incluso puede que no te vendan. No hay que hacer calentar a las caseritas. Parecen sumisas, pero no lo son. Son las más hábiles volteadoras de presidentes de América Latina (incluso dejando indefenso al Evo para que la derecha haga un golpe de Estado, como en 2019).
Dentro de esa dinámica de lo que el sociólogo, político y filósofo boliviano René Zavaleta Mercado llamaba “maximalismo de masas”, cualquier aumento del precio de la harina, el petróleo o cualquier elemento de subsistencia básica despierta poderosas revueltas. No hay que hacer calentar al pacífico y laborioso pueblo boliviano. Las calles y su comercio parecen un caos. Pero detrás de ese caos hay sindicatos hasta de payasos callejeros o lustrabotas. Sindicatos que a su vez tienen federaciones que en cuanto sube 10 centavos un precio (como el de la harina), se organizan para marchar por las calles tirando dinamita o petardos al aire. De esa cosmovisión económica básica surgen las guerras del Gas o el Agua. También el “gasolinazo” que en 2010 casi pone en jaque el gobierno del Evo Morales.
Por eso, en 2012, tres marraquetas seguían valiendo 1 boliviano.

Villazón una vez más
La cuarta vez que entré a Bolivia por Villazón, 2025, también éramos cuatro. Viajamos en el Tiburón del Monte, un auto viejo que arrancó en San Marcos Sierras con dos juglares, a los que nos sumamos junto a mi amigo el “Colo” (un empresario artesanal de la cosmética natural de Traslasierra).
Estamos contentos de volver al país de las mamitas. Un par de días después, botella de ron mediante, confesaríamos que necesitábamos tomar distancia, incluso esperanza, de la crueldad de este presente que la amta Argentina Paz Quiroga calificó como Emergencia Civilizatoria. En Bolivia siempre hemos encontrado una cultura, una civilización, que todavía teje redes comunitarias, de cuidado y humanidad, a pesar de eso que los gringos llamamos “pobreza”. No hay que idealizarla, pero nos ha enseñado mucho.
La frontera parece increíblemente ordenada, coordinada, tecnológica, hasta incluso eficiente. Cambiamos unos pesos bolivianos y nos dirigimos al mercado. El almuerzo sigue valiendo más o menos 12 bolivianos. Pero como llegamos tarde no hay. Decidimos comer a la carta por el doble del precio. La chela (cerveza) está carísima, pero especulamos que es por no haber preguntado antes de consumir. O porque el papacho nos supo de viaje. Itinerante desconocido no es proyecto de casero.
Charlamos con el Don a raíz de un tatuaje de los Redonditos de Ricota que le vemos en el brazo. Es amante del rock argentino y ya tiene entradas para Rata Blanca en Santa Cruz en Marzo. Le preguntamos si pasará algo si nos tomamos una chela más para manejar. “Aquí en Bolivia todo el mundo hace lo que se le canta el carajo. La Justicia es solo papel. Aunque muy bien que se lleven preso a Evo Morales. Ya fue”, nos dice en la mejor imagen de una desregulación libertaria popular.
Se queja de que los precios están subiendo, que caro está el gas porque el Evo se lo vendió barato a Argentina para que se lo venda a Chile más caro. Que hay que volver a las épocas del decreto 23.827 con el que el ministro y futuro presidente Gonzalo “el Goñi” Sánchez de Losada inauguró el Consenso de Washington en Sudamérica en los ochentas. El Don dice que el gobierno del MAS no funcionó y va a votar a la derecha. Le preguntamos quién sería su candidato: Tuto Quiroga.
Al salir del mercado una caserita está armando su puestito de refrescos. Nos dice que ahí no se puede estacionar. No queremos hacerla calentar. Le pedimos mil disculpas y nos subimos rápidamente al auto. No sabemos si esa regla es del municipio o de las organización callejera y popular del comercio. Si funciona todo el día, o cuando ella pone su puesto justo enfrente de donde estacionamos sin que nadie nos advirtiera nada. Si nos va a poner una multa la policía o se juntará un grupo de comerciantes a hacernos un juicio popular. Que no es lo mismo que la justicia por mano propia. Porque Bolivia es un país libertario pero con un marco comunitario, ancestral, dinámico y vivo, difícil de explicar. Mucho menos de entender. Como dice Manfred Max Neef, entender no es comprender. Solo se puede comprender a través de la experiencia.
Antes de salir rumbo Tupiza buscamos cuerdas para la guitarra con Wally, mi amigo clown. Es la primera vez que está en Bolivia. Alucina. Veo una casera que tiene una cajita con sobrecitos de sorpresas. Le pago un boliviano y le regalo uno al Wally. Me pregunta que es. Le digo que abra el sobrecito. Le sale un camioncito de plástico. Le explico que es como el huevo kinder pero popular. Le cuento que cuando conocí Bolivia en 2002, presencié la bancarrota de Mc Donalds en el país de las mamitas. Como las peleas en el barro de las cholitas en El Alto, casera con puestito de mayonesa casera y llajua vencé al payaso Ronald (que obviamente no estaba sindicalizado y nadie lo defendió).

Cholitas vs multinacionales
La historia de como las caseritas y su economía popular vencieron a las multinacionales es complicada. Pero pueden encontrarse La Bolivia de Evo (diez años en el país de las mamitas). O en los trabajos de Nico Tassi.
Pero en breve la historia es más o menos así: Cuando el Evo Morales y el MAS lograron, a través de su proceso de cambio económico estatal, redistribuir entre la población la riqueza que consiguieron a través de fuentes extractivas de recursos, haciendo dizque salir a Bolivia de la “pobreza”, las multinacionales vieron con bueno ojos al mercado boliviano, hasta es entonces desechado y marginal. El problema es que la parada ya estaba ocupada.
Mientras para afuera se vendía al presidente indio bautizado por los yatiris en Tiwanaku con el poder de la Pachamama y sus trajes salvajes, por adentro estas pueblas ancestrales habían tejido una intrincada trama de comercio rizomático y moderno, más cerca de la física cuántica que de las viejas teorías de la Universidad de Harvard. Es lo que la socióloga cholita Silvia Rivera Cusicanqui llama una cultura “cheje”. “En ayllus más tradicionales de Oruro, frontera con Chile, hay comunidades enteras metidas en el contrabando pero con lógicas comunitarias. Hasta han impuesto la justicia aymara para echar a la policía. Existe un empresariado aymara que son capísimos en el armado de computadoras y manejan tecnología de punta”, me explicaba Rivera en 2012.
Sin embargo aclaraba: “Hay una democratización de la corrupción y existe un fuerte y próspero empresariado digamos de origen indígena, con conductas culturales y económicas bien distintas al empresariado capitalista, pero que nada tienen que ver con la comunidades del campo. Evidentemente ahí ya no se es indio, sino que participan en una economía que tiene ciertos elementos de lo indio, como las redes de clientela amplia, la ritualidad, la celebración, la borrachera, pero desde una lógica urbana, individualista”. Y daba como ejemplo: “Hay sectores, como el textil, con una gran capacidad de autoexplotacion, una remisión de las lógicas de los talleres de Buenos Aires. Aquí mucha gente va a los talleres a hacerse explotar para aprender como explotar y vuelve para abrir un taller y tratar a la gente igual o peor que los trataron a ellos. Por esto no hay que idealizar al indígena. Lo indígena puede servir como inspiración para crear modelos alternativos de sociedad, pero el indígena realmente existente ya esta totalmente colonizado y aculturado”.
Como el tejido de telar del altiplano (cheje) que fusiona hebras blancas y negras para hacernos ver un gris, en la economía popular aymara se fusiona lo más moderno del capitalismo tecnológico y relaciones comerciales con China con dinámicas ancestrales que hacen que los estudios comparados del filósofo papacho Javier Medina muestran que la organización tradicional andina, el ayllu, es muy similar a una organización basada en la física cuántica (lo más moderno de la ciencia moderna).
“Hay un tema de mucha flexibilidad con respecto a las lógicas de acumulación”, me contaba en 2012 el sociólogo Jorge Viaña. “Son lógicas no tan piramidales, más familiares. No se construyen grandes tiendas sino mas bien dos o tres, siempre intentando no tener muchos huevos en una canasta. No arman grandes empresas que crecen y quieren más tasa de retorno. Se crean colchones de diversificación tanto financiera como productiva y comercial. Son formas que no logran cuajar con las lógicas modernas, como explica Weber en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Redes muy expandidas y eficientes que, claro, cuestan un esfuerzo enorme en términos de trabajo. Y siempre se han desarrollado al margen de la banca oficial, de los permisos estatales, de las normas de higiene y seguridad. Nunca ha funcionado eso en Bolivia”, me explicaba en ese entonces definiendo la raíz libertaria pero a la vez comunitaria del pueblo boliviano. Pero también el hecho del gobierno al que él pertenecía (era director del Centro de Estudios Sociales de la Vicepresidencia de la Nación) no estaba entendiendo esta economía cheje.
Todo esto trato de contarle a Walter y El Colo, mientras tomamos un api en el mercado de Tupiza, en estos principios pachakutiescos del 2025. Mucho no me entienden. Están alucinados. No pueden creer la diversidad, el colorido, pero sobre todo, el precio del alimento. Más allá del tipo de cambio, que creería que se compensa por el hecho de ser gringos de paso, podemos acceder fácilmente a lujos gastronómicos como el queso, las castañas, las paltas, los higos…la carne está baratísima.
Le pregunto a la caserita que vende marraquetas el precio. Cuatro marraquetas por dos bolivianos. Es decir tres marraquetas un boliviano y medio. Miro a mi costado preguntándome porque no están rompiendo todo. El papacho del restaurante en Villazón tenía razón: En Bolivia por primera vez en 24 años que la conozco, la marraqueta subió de precio.
Inflación popular

En Tupiza varias fuentes nos confirman el problema de la inflación en los alimentos básicos. Una caserita que vende frutas en el Mercado se queja del gobierno y el precio del aceite y el arroz. El mecánico (que también se queja del gobierno) nos dice que el pack de chelas está carísimo, que falta gasolina y si sos gringo te la cobran 9 bolivianos. En la televisión habla el presidente Luis Arce. Se celebra el Día del Estado Plurinacional. Se cumplen dieciséis años de la reforma constitucional impulsada por el MAS.
La interna del partido que gobierna Bolivia desde el 2006 (salvo la interrupción 2019-2020) es feroz. Arce, como ministro de Economía, fue el gestor del plan económico que saco al país de la “pobreza” y fue alabado por el FMI y el Banco Mundial. Su vicepresidente, David Choquehuanca, fue canciller y uno de los principales voceros de las visiones pachamamescas del MAS. Los dos hoy están enfrentados con el Evo Morales, que está prófugo de la “Justicia” por una causa por “trata de menores” a cambo de favores políticos. Pero como dice el Don del restaurante de Villazón, en Bolivia la “Justicia” vale huevo.
“El Evo está escondido en el Chapare. Un territorio ahora jodido. Puro narco, puro corrupto, donde se hicieron más obras del MAS y se guardaron el tesoro del Estado”, dice un amigo músico recordando el PBI que se robaron los Kirchner o las excavadoras de la “ruta K”. “La seguridad del hermano Evo, en este momento está a cargo de más de 2.000 personas, todos los días y las 24 horas”, aclaró Vicente Choque, de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB).
Los diarios también hablan del terrible escándalo del expulsado ministro de Medio Ambiente y Agua, Humberto Lisperguer, quien está siendo investigado por haberse choreado siete departamentos y más de un millón de bolivianos(cerca de 160 mil dólares). Es el sexto ministro de Luis Arce involucrado en presuntos casos de corrupción. Las lluvias están haciendo estragos en todo el país mientras se preparan los carnavales. Hay escándalo porque el jugador del equipo de fútbol cochabambino Aurora, Gabriel Montaño, admitió haber suplantado su identidad y mentido que tenía 19 años. La consultora Fitch bajó la calificación de Bolivia a CCC-. Varios sindicatos anunciaron movilizaciones a nivel nacional a partir del 10 de febrero. Es que en medio de una “autocrítica” y un llamado a un acuerdo nacional, el presidente Arce, en su discurso del Día del Estado Plurinacional, anunció que va a controlar la inflación inspeccionando a quienes están especulando con la acumulación de alimentos. Incluso confiscándolos.
“Acumular stock de alimentos o productos varios es una de las formas tradicionales de ahorro de los sectores de la economía popular. Un sector que nunca fue comprendido por este gobierno. Y que como no es parte de su alianza, teme atropellos. Que ya son moneda común por parte del MAS”, asegura Sara Masteralto, una vieja amiga italiana, clown y activista social, que vive hace más de 30 años en Bolivia. Desde el gobierno dicen que el aumento de precios se debe a la economía internacional, los problemas climáticos y a prácticas especulativas, entre otras razones.
Para Sara las razones son otras. Mientras se alegra por mensaje de wup de que pronto la visitemos en Cochabamba, nos explica que, según ella, la inflación nace de un efecto dominó que arrancó con la falta de dólares producto del agotamiento de las reservas de gas que presionó sobre las cuentas del Estado y los subsidios a los alimentos importados. Y también al petróleo importado. Que las catástrofes climáticas son obvias tras haber deforestado el Amazonas para hacer monocultivos de soja, coca y represas o caminos dentro del plan IIRSA. Además que este avance de la frontera agrícola industrial para exportación ha desplazado microcultivos de producciones de alimento para consumo interno. Y que hoy Bolivia ha caído en la trampa de las multinacionales agroexportadoras que, como en Argentina, se canutean los dólares especulando con una devaluación. Empresas agroexportadoras que estarían asociadas con sectores campesinos “indígenas” que, como capas de una cebolla, se han sumado a la burguesía cruceña agrandando la “casta” empresaria boliviana. Y fomentando un consumo inflacionario, sin raíz ni razón en la tierra o Pachamama. Bolivia, dice Sara, está perdiendo soberanía alimentaria. Que también es económica. Y monetaria. Y política.
Las estadísticas del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de Bolivia dicen que en 2024, la inflación general alcanzó el 9,97%, mientras que los alimentos subieron un 15,4%, afectando especialmente a las familias de menores ingresos. Es la inflación más alta de la década y para encontrar una más alta hay que remontarse a 2008 (11,85%), año en que comenzó la reforma constitucional luego de la llamada “guerra de la media luna”, que casi deja en jaque al país. De ahí hay que remontarse a 1995, durante el gobierno del “Goñi” Sánchez de Losada (12,58%, a 1991 y 1990 (14,52 y 18,1%, gobierno de Jaime Paz Zamora), a 1988 (21,51%, gobierno de Víctor Paz Estenssoro) y a la hiperhinflación con la que Bolivia inauguró la democracia luego de dos narcodictaduras liberales (Banzer y García Meza), en el gobierno del ex presidente del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), el izquierdista Hernán Siles Suazo. En 1985 la inflación llegó al 8170,52% en Bolivia. Sin embargo le reconocen haberle devuelto la democracia a Bolivia (como Alfonsín).
El presidente que le siguió fue Paz Estenssoro, líder y también ex presidente del MNR. Llegó con el economista de Harvard, Jeffrey Sachs, como asesor y el Goñi Sánchez de Losada de ministro de Economía. El famoso decreto desregulador 23.827 que mencionaba el Don del restaurante de Villazón. Me gusta decír que lo de Paz Estenssoro es como si Perón hubiera reencarnado en Menem.
De todas maneras, si se toma el promedio de la inflación durante el gobierno de Arce (4,02%), es menor que la de los gobiernos de Evo (5,4%). Que a su vez es menor a cualquier gobierno de aquellos neoliberales del Consenso de Washington: Sánchez de Losada (7,94%), Paz Zamora (13,07%) y Paz Estenssoro (28,67%). Solo zafa el ex dictador devenido presidente Hugo Banzer (2,86%). Tuto Quiroga fue su vicepresidente y lo reemplazó el último año, poco antes de su muerte.
De todas maneras, cualquiera de estos guarismos son bajos para un presidente argentino en democracia. El promedio de la inflación durante el gobierno de Menem fue 69,7%.

Que se pudra y de semilla
La pregunta es: ¿Y por qué todavia no se pudrió todo? “Sencillamente la gente sabe que no tiene sentido protestar ahora. Este año hay elecciones y seguramente gane la derecha”, responde con calma nuestro amigo músico. Si bien imperfecta y antojadiza como cualquier estadística, la nuestra personal en las calles de Villazón, Tupiza, Puna y Sucre, dice que ya nadie quiere al gobierno del MAS. Es cierto que el MAS suele ser más fuerte en Cochabamba y La Paz. Ya veremos.
Un nuevo amigo librero y gestor cultural que también ha sido funcionario del gobierno, nos dice que la corrupción del MAS se viene observando hace rato. Que Bolivia tiene ciclo de veinte años y este, además de haber fracasado, se está terminando. Como una fruta podrida que ojalá algún día de otra semilla. Habla del desastre ecológico y que se va a poner ahora que se quedaron sin gas. Nos muestra el nuevo libro de Martín Sivak (autor también de Jefazo): Vértigos de lo inesperado: Evo Morales: el poder, la caída y el reino. “Ahí explica bien”, nos dice destacando la parábola entre uno y otro libro. Hablamos de Silvia Rivera Cusicanqui, Luis Tapia, Alison Spedding, el Jorge Viaña y otros intelectuales críticos hace rato al gobierno del MAS. “El problema es que estos pensamientos no se han traducido en política. Y el MAS ha obturado cualquier oposición por izquierda”, asegura otro convidado a la charla.
Recién ahora parece que el sector del Evo se está juntando con Feliz Patxi, ex ministro de Educación y encarnizado opositor del MAS después de su renuncia. Me hace acordar cuando a finales de los ochentas el candidato del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Jaime Paz Zamora dijo que lo separaban “ríos de sangre” del otro candidato, el ex presidente de facto Hugo Bánzer Suarez. Quién finalmente lo apoyó con sus votos para que sea presidente a pesar de haber salido tercero. Todo para evitar que el Goñi Sánchez de Losada fuera presidente (que finalmente lo fué). Igual que Bánzer, que renunció para dejar a su presidente Tuto Quiroga. Que ahora parece que va a volver a ser presidente. “Politiquerías”, dicen las caseritas por no decir casta.
¿Y entonces?, le preguntamos nuestro nuevo amigo librero. Que del otro lado hay una runfla de caras ya conocidas como el Manfred Reyes Villas, Luis Fernando Camacho, Samuel Doria Medina o el Tuto Quiroga. Que están tejiendo una alianza por derecha que seguro será la triunfadora en las próximas elecciones. Que el Tuto Quiroga está imitando a Milei y los líderes de la nueva derecha global. “No creo que eso funcione en Bolivia. Y si funciona el pueblo lo va a tumbar al toque. Como tumbaron a la Añez, el Goñi, y por inacción, al propio Evo”, asegura.