36avo Encuentro Plurinacional, parte III: el Acto de Apertura
Tercera entrega de las crónicas Yunga sobre el evento realizado en Bariloche/Furiloche del 14 al 16 de octubre.
Por Yunga
Sábado, 7:45 a.m.
Despierto sola en casa. Las chicas han salido una hora antes a ver el Wixa Xipan, una ceremonia mapuche de bienvenida que sucedió a las 7, con el amanecer. El día anterior me pasé muchas horas tratando de decidir si iría o no a la ceremonia. Por un lado, dos de mis tres últimas noches las había dormido en colectivos, por lo que mi cuerpo necesitaba mucho una cama. Por otro, después de 48 horas compartidas, necesitaba un día levantarme sola, tomar un café sin socializar, usar el baño tranquila, salir según mis tiempos. Y sin embargo, la razón por la que decido no ir al ritual es más emocional que física.
Hasta antes de la pandemia, mi relación con la nación mapuche era prácticamente nula. Sabía, por supuesto, que había una fuerte represión por parte del Estado hacia los pueblos originarios y había escuchado acerca de la usual práctica capitalista de no reconocer sus “propiedades” (en palabras blancas), es decir, las tierras en las que habitan cientos de años antes siquiera de la llegada del primer blanco. Mi mirada sobre esta injusticia asumía sin embargo una completa pasividad de parte de las comunidades originarias. Recién en 2020, cuando conocí anarquistas y antiespecistas con ascendencia mapuche, entendí que la lucha territorial de los pueblos ancestrales no es necesariamente una lucha por un lugar en el Estado, sino muchas veces una guerra consciente contra el extractivismo y los nacionalismos que insisten en no reconocer su identidad como nación.
Entendí que muchas personas marrones no sólo defienden “su casa” (figura que generalmente les romantiza y revictimiza), sino que su lucha es una recuperación territorial y consiste en tratar de evitar (en una batalla violentamente desigual) que los Estados y las empresas vendan todos los bienes de la Wallmapu a multinacionales con “filiales argentinas”.
Y entendí también que esa guerra promueve, por supuesto, otro vínculo con el territorio que exige dejar de ver a “la Naturaleza” como una fuente de “recursos”, para entenderla (y sentirla) como parte de un ecosistema afectivo del que también les blanques somos parte, aunque nos hagamos les que no.
Una noche de febrero de 2021 ese mismo amigo antiespecista llegó a casa llorando: habían matado a una weichafe trans que conoció hace un tiempo, en uno de los tantos lof involucrados en la recuperación terrotorial mapuche del otro lado de la cordillera. Emilia Baucis tenía 25 años y nació blanca, pero el activismo la fue llevando (así como me llevó a mí en su momento) a querer poner el cuerpo en defensa de la Wallmapu. Se habla en la prensa hegemónica de “falsxs mapuches” para referirse a las personas que aunque quizás no tienen una ascendencia mapuche, son aceptades por las comunidades por su compromiso y corazón, adquiriendo el “título honorífico” (en palabras blancas) de weichafe: “quien hace la lucha”.
La muerte de Baucis en manos de sicarios de terratenientes fue para mí un gran cachetazo de realidad. Tras un año rodeada de anarquistas antiespecistas, yo sabía bien que la lucha territorial con la que me sentía cada vez más involucrada implicaba un riesgo de muerte; pero una cosa es pensarlo, y otra muy distinta vivirlo. El miedo no me detuvo, sino al contrario. Escuchando las canciones de Transmutar, Baucis creó en mi corazón un puente que me ayudó a conectar fuertemente con la lucha mapuche. En las calles de Córdoba pintamos una y otra vez su nombre y las frases de sus canciones. Un mes más tarde, con la desaparición de Tehuel y la creación de Autoconvocades por la Aparición de Tehuel de la Torre (compuesta mayoritariamente por personas trans más cercanas al anarquismo que a la política partidaria), la memoria de Emilia Baucis fue para muches un poderoso motor de lucha.
Pero volvamos al ritual en Furiloche. Hoy hace un año y medio que he vuelto a tener fe en la tecnología como una alternativa pacífica y rápida para transformar la sociedad en una dirección plurinacional y anti-extractivista. Por supuesto eso no significa que haya dejado de conectar con la importancia de poner el cuerpo (aunque yo ya no tenga el coraje o la decisión para hacerlo), pero sí me hace sentir un montón de emociones tristes respecto a cómo mi elección de vida me hace sentir física y emocionalmente alejada de mis amistades anarquistas, hoy en un riesgo mucho mayor al mío.
Por todo eso es que anoche, 2 a.m., concluí que no estaba preparada para que mi primer interacción con la multitud feminista suceda en tal contexto de vulnerabilidad.
Sábado, 9 a.m.
Una hora antes de que comience el acto de apertura del Encuentro me junto a desayunar en el lago con mi amiga Desi, que ha ido en auto con otras chicas. Es la primera vez que viaja a Furiloche y su primer Encuentro sin una posición de responsabilidad asociada a una agrupación política. En un pastito junto al lago nos ponemos al día con unos mates y mimoseamos un ratito.
A las 10 nos sumamos a los grupos de mujeres que ya caminan en dirección al velódromo. La verdad es que me preocupa un poco ir al acto de apertura con Desi. Dentro de la insistente búsqueda de “infiltrados” del feminismo (que a veces parece ser más dura con las maricas que con los fotógrafos heterosexuales que siempre pululan en estas actividades), uno de los peores enemigos catalogados es el de “El Novio”. Nada quisiera yo menos que al llegar al velódromo se me lea como el novio hétero-cis que “acompaña” a su novia a actividades explícitamente separatistas. Para peor, no he resistido la tentación de ponerme un provocador jean que me hace un bello culo pero que claramente falla en cumplir con el esperado ocultamiento genital travesti. Decenas de personas listas para poner en duda mi género, buscando y esperando el error que confirme sus prejuicios reduccionistas… así como yo misma también lo hago, inevitablemente.
Le comunico a Desi mi preocupación y le pido que hasta que no me sienta cómoda no nos hagamos demostraciones físicas de afecto.
Sábado, 10:30 a.m.
Cuando nos sentamos en un pastito descubrimos que entre nosotras y el escenario hay una enorme cantidad de banderas que no permiten ver el escenario. El velódromo tiene una forma cónica tipo teatro griego, así que no es un problema de distancia, sino que a pocos metros del escenario el Partido Obrero y un partido rosa que no llego a leer sostienen enormes banderas que tapan la visión al 90% de las personas presentes. Sinceramente, mi indignación se concentra en la del PO porque es una conducta que se repite año a año en los partidos de izquierda. Me indigna la poca capacidad de autocrítica de un movimiento que supuestamente se basa en un diálogo con la gente. ¿Cómo es posible que puedan ignorar a las cientos de mujeres coreando ¡Que bajen las banderas! ¡Que bajen las banderas! Los quince primeros minutos de micrófono se tuvieron que dedicar a pedir por favor que dejen de tapar el escenario, que no se podía ver a la intérprete de señas. Finalmente se dignaron a moverse 10 metros al costado. Tengo el convencimiento de que en esa situación se expresa mucho de lo que les lleva a los partidos rojos a no poder pasar la barrera del 3% en las elecciones.
No es la primera vez que participo de un ¡Que bajen las banderas! El 12 de abril de 2021, a dos meses de la desaparición de Tehuel de la Torre, se organizó en Córdoba una marcha autoconvocada para darle visibilidad al caso. Todavía en un periodo de barbijo de la pandemia, a esa marcha fuimos muy poquitas personas. Por un lado, todas aquellas personas trans más cercanas al anarquismo que terminaríamos formando Autoconvocades, por otro, un par de agrupaciones de izquierda feministas. Durante las reuniones organizativas las personas anarquistas habían pedido que la marcha fuera a-partidaria, pero obviamente no se llegó a consenso y las izquierdas marcharon con sus banderas. Hasta ahí no hay tanto drama, ciertamente están en su derecho. El problema fue cuando, al llegar al final de la marcha (un desolado Patio Olmos pandémico) una feminista agarró un megáfono y se paró frente a la marcha a gritarnos sus consignas, usando siempre el femenino (en aquel entonces los medios todavía hablaban de Tehuel en femenino, así que ese tema nos tenía particularmente sensibles) y pasándose el megáfono entre ellas para seguir con su grosera y descontextualizada arenga busca-votos, mientras atrás algunas personas trans esperaban su turno para compartir con nosotres sus problemáticas con la esperanza de una ayuda concreta de parte de les presentes. Cuando terminaron de hablar las personas trans, una amiga tomó el megáfono y (quizás con excesiva violencia) puso en evidencia lo que los partidos habían hecho. La respuesta que llegó de cierto partido fue gritar “Callate varón”, marcando a fuego una división entre nosotres y ellas. Furiosas por nuestro ¡Que bajen las banderas!, las feministas de izquierda se fueron y la gran mayoría de ellas nunca volvió a participar de una marcha por la aparición de Tehuel.
Sábado, 11 a.m.
Aunque al fin se han movido las banderas, desde donde estamos otra bandera naranja del Partido Obrero (idéntica a la problemática de antes) atada y abandonada en un alambrado tapa a las decenas de personas que estamos en esa franja. Decidimos movemos y por fin puedo dejar de renegar por ese tema (reniego en silencio, obvio, porque recordemos que para muchas todavía soy El Novio hasta que se demuestre lo contrario, así que me esfuerzo por evitar actitudes que puedan fomentar la sospecha; como por ejemplo criticar, primerísima en la lista de actitudes típicas de Novio cis).
Las primeras en hablar son las mujeres de la comunidad mapuche. Recién al volver a Córdoba me entero que las mujeres que subieron acusarán a la organización de aplicar métodos “racistas, colonialistas y burocráticos”, como dice el comunicado de la Asamblea Permanente por las Presas Políticas Mapuche. Recordemos que el año pasado fracasó el intento de las feministas nacionalistas y biologicistas por generar un Encuentro Nacional paralelo, por lo que no les quedó otra que adherirse al Plurinacional y LTTBINB. La verdad es que no conozco los detalles de esa interna. Mientras veía el acto inaugurar todavía contemplaba la posibilidad de un despertar plurinacional de parte de las nacionalistas, pero a juzgar por las denuncias expresadas en el comunicado está claro que un nacionalismo racista forma todavía una parte importante de la organización del Encuentro.
Quisiera dejar en claro que mi intención aquí no es criticar desde una posición superada. Así como yo también participo de la persecución de pitos, así también hay en mi cabeza un racismo nacionalista y biologicista internalizado que nunca se va a ir del todo, pero del que es importante hacernos cargo para lograr transformarlo.
Las lamien del escenario declaran estar dispuestas a dar su vida por la defensa del territorio, al igual que su pueblo lo viene haciendo hace 450 años. Mientras los asesinos de Rafael Nahuel están todavía sueltos, la lamien Yessica Bonefoi Carriqueo Antimil fue secuestra y forzada a más de un mes de incomunicación por la policía de Bariloche, acusada de haber “razguñado” a uno de ellos durante uno de los tantos intentos de desalojo.
El tiempo que se les ha dado a las lamien en el escenario parece un poco corto teniendo en cuenta que Furiloche ha sido elegida sede justamente para mostrar apoyo por la causa Mapuche. En las críticas que veré luego me entero de que se dejó subir a la mitad de las lamien, quedando afuera la “kushe papay (anciana) Martina Pichilef” y que se les amenazó dos veces con cortarles el sonido. Cuando bajan se comparte un audio enviado por Yessica Bonefoi que, tras casi 50 días de encierro en las instalaciones de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, ahora está con prisión domiciliaria, con seis meses de prisión en suspenso por “arañar”.
Al audio de la lamien le sigue un vídeo en el que una de las integrantes de la Comunidad de Mujeres de Kurdistán exige a las mujeres presentes rebelarse y organizarse “contra los hombres”. Perdón si estoy siendo demasiado crítica, pero teniendo en cuenta que se ha mezquinado el tiempo a las mujeres mapuches (y que de todas maneras dudo que haya por parte de la organización una intención de fomentar una lucha armada como la de Kurdistán), la verdad es que la situación me huele un poquitito a eurocentrismo. Por supuesto, entiendo la importancia de una red internacional feminista, pero mínimo me parece que hay una contradicción a evaluar.
Por micrófono se avisa que está presente el Tercer Malón de la Paz y algunas mujeres empiezan a corear ¡Que suba el Malón! Seguramente hay ahí otra interna de la que no tengo información. El Malón cerrará el acto inaugural, pero antes suben como veinte mujeres de la comisión organizadora. Cuentan que han logrado re-unificar el encuentro y como una confirmación de su decisión, una de las mujeres que habla es trans. Lamentablemente ahora no recuerdo lo que dijo porque justo estábamos con Desi intentando descifrar a partir de una foto donde estaban sentadas las chicas de Adiuc, pero tan sólo escuchar su voz me hace sentir más segura. Una de las organizadoras menciona el caso de Tehuel de la Torre y me indigno un poco que ni siquiera ahí se les escape un “todos” (se habla siempre de “todas y todes”). Si bien entiendo que por una cuestión de proporción en este contexto decir “todas y todes” está re bien, sin embargo siento que mientras los pronombres masculinos sigan siendo palabra prohibida, los varones trans y las travestis y no binaries que tenemos miedo a ser leídas como varones cis seguiremos siendo sometidas al escrutinio tácito.
Finalmente, sube el Tercer Malón. Cuentan sobre la situación represiva de Jujuy y sobre su asentamiento desde el 1 de agosto frente a Tribunales para pedir que se rechace la reforma constitucional impuesta por Morales y la promulgación de una ley de propiedad comunitaria. Antes de bajar, el Malón invita a les presentes a elegir Jujuy como próxima sede y por el vitoreo de la gente queda bastante claro que así será.
Sábado, 12:30 p.m.
El acto inaugural termina con unas bandas de músicas. Estoy sentada con Desi, Nati-bio y Meli. Por primera vez desde que llegué me relajo y me acuesto sobre la pierna de Desi sin miedo a que se me lea varón. Me parece percibir cierta sorpresa de parte de las chicas, que quizás me habían asumido heterosexual. Escuchando una cantante norteña que me hace sentir un poco más como en casa doy una sequita de marihuana. En un estado de plenitud, bajo el sol y los mimitos me siento refugiada y me pregunto si acaso no debería pensar menos en los prejuicios de la gente. Agradezco mi espíritu crítico, pero con ese mismo espíritu me pregunto si no bastará con mostrarme tal cual soy y confiar en que mi corazón transfeminista se puede leer más allá de cómo me vista.