El reformismo neoliberal permanente avanza sobre los consensos democráticos
Por David Pike Lizárraga
En un tono electoral autocelebratorio, el presidente Javier Milei abrió las sesiones ordinarias del Congreso, destacó a sus figuras ministeriales, con sus habituales dudosas cifras remarcó sus logros de gestión y arremetió contra el gobernador Kicillof, a quien parece haber elegido como su nuevo enemigo. Pidió colaboración a los legisladores, aunque amenazó en avanzar sin ellos, para aprobar un supuesto nuevo acuerdo con el FMI que le permita salir del cepo cambiario. Reivindicó la motosierra del ajuste y remarcó su rumbo de gobierno definido en el “reformismo permanente”, proyectando una reforma laboral, impositiva, fiscal, penal y migratoria.
En su discurso, utilizó la palabra reforma quince veces, resaltando lo realizado: “hemos concretado 1700 reformas estructurales”; “reformas que nos debíamos desde la fundación del país”; “una reforma estructural ocho veces más grande que la reforma que hizo Carlos Menem”; “las reformas puestas en práctica, nos dijeron que eran imposibles”. Marcando los pasos a seguir: “necesitamos seguir llevando a cabo reformas de largo plazo”; “proyectos de reformas de fondo en los que estamos trabajando”; “reformas que podrán ser abordadas o bien durante este periodo legislativo, o las abordaremos a partir del 11 de diciembre”. Y concluyendo que para el proyecto de la ultraderecha: “el único camino para reconstruir la Argentina es el reformismo permanente”.
La motosierra del ajuste es la praxis del presente y las reformas neoliberales su proyección de futuro, su proyecto fundacional. Su objetivo es destruir al Estado garante de los derechos económicos y sociales, aquellos derechos que fueron gestándose a nivel mundial con la caída del liberalismo tras la crisis del 30 y el susto del sistema ante el avance del fantasma que recorría Europa tras la Revolución de Octubre. Derechos que en nuestro país se gestaron con el peronismo, directa e indirectamente relacionados con el trabajo, y que se resumen en el concepto de justicia social.
Es el proyecto de Thatcher y Reagan, puesto en cuestión en los países potencias en este presente de ascensos de las derechas nacionalistas, pero no objetado por estos para los países de la periferia mundial. Proyecto neoliberal que la ultraderecha local viene a profundizar, pensándose como continuidad de las reformas menemistas de la década del ‘90. Aquellas que Carlos Menem pudo llevar adelante tras la derrota que le propinó al movimiento popular la genocida dictadura militar.
El reformismo permanente es también el conflicto permanente, en esas aguas navega la ultraderecha. El actual reformismo neoliberal avanza sobre una débil resistencia que sorprende a propios y extraños. “Hace más de diez meses que no hay un solo piquete en las calles de todo el país”, exageró Milei en su discurso inaugural. El conflicto permanente le permite marcar la agenda pública y minar la resistencia que no encuentra cómo dar respuesta, un síntoma de la nueva derrota popular.
Sin embargo, como pasó en tiempos de Macri con el intento fallido del 2×1 para los genocidas de la dictadura, la masiva respuesta al ataque a las universidades públicas y a las diversidades sexuales son la muestra de que hay límites que la sociedad no está dispuesta a tolerar que se pasen. La reacción al ajuste sobre las políticas de derechos humanos y sobre la salud pública, con el caso del Hospital Bonaparte, mostraron síntomas menores, pero que valen la pena registrar. Los consensos democráticos, devaluados en las últimas décadas y puestos en cuestión en el presente, pueden resultar un factor de aglutinamiento popular.
No son los únicos conflictos abiertos y muchos más surgirán, porque en la medida en que el empobrecimiento y la precarización de la vida se profundicen resurgirá como en la década del ‘90: la resistencia. Las claves diferentes del presente para el movimiento popular son la organización construida en las últimas décadas y la experiencia de lucha acumulada, pero también en el marco de la derrota, la realidad del empantanamiento de la praxis militante y la necesidad de revisarlo todo.
La derrota no es sólo electoral
La derrota del movimiento popular no es solamente una derrota electoral. La victoria de Milei es la manifestación del fin de un ciclo político, expresada también en el empantanamiento de la praxis política de la militancia popular. Por ello, para el movimiento no alcanza solamente con ganar las elecciones, si bien le es necesario y urgente terminar con el gobierno de Milei, no revertirá por ello la derrota.
La rebelión del 2001 puso fin a un periodo de reformas del Estado en clave neoliberal que profundizaba lo iniciado por la última dictadura militar y que tuvo como correlato la precarización de la vida de las grandes mayorías. La resistencia que estallaría en aquella histórica fecha se fue reconstruyendo lentamente tras la derrota, por medio del genocidio, de los proyectos revolucionarios de la década del ´70.
El nuevo ciclo hegemonizado por el kirchnerismo construyó su consenso frenando, y en algunos casos hasta revirtiendo, las reformas neoliberales. Se llevaron adelante políticas que permitieron poner paliativos a los efectos de una economía que no pudo escapar del orden neoliberal del sistema mundial (o que no quiso escapar). Mientras se rechazaba la reforma laboral que demandaba el establishment, la informalidad y la precarización de las relaciones laborales se encargaban por sí solas de despojar a gran parte de la clase trabajadora de sus derechos conquistados.
Los avances progresistas en materia social fueron y son cambios significativos y valorados por el pueblo trabajador, esas agendas no aportaron para la derrota popular, fue la precarización de la vida que a la larga terminó abonando al avance de la derecha.
La organización popular heredada de la rebelión del 2001 creció enormemente durante el último ciclo. En su dinamismo, los trabajadores de la economía popular tuvieron la creatividad de organizar al pueblo precarizado, de unificarse y llevar rebeldías al lugar más oscuro de la noche neoliberal. Las mujeres y diversidades crearon un movimiento que es ejemplo de resistencia a nivel mundial. Ambos sujetos lograron significativos avances en materia legislativa. Pero la vida sin derechos de los trabajadores precarizados y la violencia machista del sistema patriarcal no se transforman con asignaciones por hijo, salarios sociales ni cupos electorales y laborales.
La agenda neoliberal con la avanzada macrista tras su victoria electoral de mediano término que se propuso distintas reformas neoliberales, entre ellas la laboral, fue frenada por la acción del movimiento popular en las calles. Sin embargo, años después, ya no existe la misma capacidad de respuesta.
La derrota tiene la profundidad del fin de un ciclo político y como tal, el desafío para el movimiento popular es repensar los nuevos tiempos y crear las formas de resistencia propias de la etapa. En el peor de los casos, hay gobierno de la ultraderecha para rato; en el mejor de los casos, entra en crisis y lo sacan rápido. Sin embargo, ni en el mejor escenario parece factible que el movimiento revierta su derrota, en todo caso, le pondrá un freno al reformismo neoliberal permanente (una tarea urgente y necesaria). Para contratacar y avanzar en un proceso de cambio y transformación deben construirse nuevas rebeldías.
Contratacar radicalizando los consensos democráticos
¿Cuánto de las deudas de la democracia explica el fenómeno de la ultraderecha en Argentina? “Vamos a vivir en libertad”, dijo Raúl Alfonsín en su discurso inaugural del 10 de diciembre de 1983 frente a la asamblea legislativa en el día de la recuperación de la democracia. La nueva etapa que iniciaba el gobierno radical llevaba como principio el respeto de las libertades civiles por sobre el autoritarismo represivo de la última dictadura militar.
Asimismo, para un socialdemócrata como Alfonsín, vivir en libertad sólo es posible si la democracia garantiza los derechos económicos y sociales, “con la democracia no sólo se vota, sino que también con la democracia se come, se cura y se educa”. Sin embargo, como ya hemos mencionado, lejos quedan los derechos consagrados en la Constitución Nacional de la realidad precarizada que la democracia le viene ofreciendo a las mayorías populares.
Insistimos, una nueva reforma laboral que elimine más derechos laborales es un proyecto político que la derecha aún no pudo lograr hacer ley en toda la dimensión de sus expectativas. Sin embargo, la realidad económica precarizante lo hace por sí misma. Actualmente hay en el país más de 4,5 millones de trabajadores por cuenta propia y más de 5 millones de asalariados no registrados que no tienen derechos laborales. Aquellos derechos que Milei desprecia y promete erradicar son derechos que le son ajenos al 40% de los argentinos que viven en la pobreza o a las dos terceras partes de los trabajadores que no tienen derechos laborales ¿Cómo pedirle a quién no goza de derechos que los defienda?
Al avance de la ultraderecha se le contrapuso la defensa del status quo y las mayorías se sintieron ajenas a la propuesta Son las deudas de la democracia, son 40 años de insatisfacción que permiten explicar el ascenso de la ultraderecha y que generan las condiciones para que una minoría intensa se derechice y amenace con correr zurdos.
Sin embargo, en las masivas acciones en defensa de la universidad pública y de las diversidades sexuales aparece la otra cara del conflicto. A pesar de la insatisfacción, los derechos democráticos siguen teniendo consenso social, son puestos en cuestión, pero siguen vigentes. Dar cuenta de este otro fenómeno social puede ser la clave para pensar las tareas del movimiento popular.
Las agendas de las resistencias pueden pensarse en la defensa de los derechos económicos y sociales. Proponer la radicalización de ese consenso democrático, que incluya a todo el pueblo trabajador, superando la defensa de esta realidad precarizada, puede dar forma al contrataque que enfrente la insatisfacción con una agenda para las mayorías populares.