Rumbo a la frontera
Primera entrega de la serie Bolivia: crónicas menores acerca del viaje de nuestro filósofo cabeza Mariano Pacheco al país vecino.
Textos y Foros: Mariano Pacheco
¿Alguien lee crónicas o relatos hoy en día, o simplemente se pasa de largo la imagen de portada del texto, el título, y se sigue “navegando” por las redes, hasta que un carrusel de fotografías o ilustraciones, o algún reel en el que la imagen en movimiento aparece intercalada con música nos llama la atención, y ahí nos detenemos, no a leer, sino a ver y escuchar, o simplemente ver, mientras el sonido del video permanece silenciado? ¿Alguien realiza todavía el ejercicio de ingresar a un portal para leer un texto, o sigue el link que dice “leer acá” o “leer texto completo en”, que aparece en el Whatsapp web cuando lo tenemos abierto en la computadora?, pienso, mientras anoto en mi cuaderno estas preguntas, antes de que una curva de la ruta haga que el micro quede en una posición en la que el sol me encandila y detengo entonces la escritura para buscar mis lentes de sol en la mochila.
Para cuando los encuentro el micro ha quedado nuevamente en una posición en la que el sol no me da más de frente, así que los dejo ahí, para seguir con lo mío, pero ya no sé qué pretendía apuntar en mi cuaderno así que aprovecho la distracción para sacar los lentes, no los de sol sino los de leer, y amortiguar así el dolor de cabeza que comienza a hacerse sentir tras horas de viaje, sueño atrasado, un poco de hambre y, creo, algo de la altura que ya empieza a surtir efecto.
Guardo cuaderno, saco libro, conservo lapicera en mano. Ya pasamos Maimará, Tilcara, Humahuaca… Recuerdo que hice ese camino ocho años atrás, cuando viajé a Alto comedero para visitar a Milagro Sala en el penal en el que estaba detenida, y luego me tomé unos días para conocer algunos rincones del norte argentino (A las montañas del noroeste argentino/ te dirigiste hermano…). No regresé desde entonces.
Llego a La Quiaca leyendo Alain Badiou, un pequeño libro en donde el filósofo francés hace un repaso breve pero nada concesivo de su propia obra. Pienso si no debiera haber agarrado un libro de Rodolfo Kush, quizás América profunda para leer (releer en este caso) al pasar por esas tierras que el filósofo argentino eligió para pasar los últimos días de su vida, pero me consuelo diciéndome que en el viaje de regreso leeré Modernismo y latinoamericanismo, el pequeño ejemplar sobre Manuel Ugarte de la colección “Pensadores de América Latina” que la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento le publicó a Horaco González (ese que sí seleccioné entre la pila de títulos “aún por leer”, cuando no me decidía por cuales elegir para cargar en la mochila). Al fin y al cabo –pienso– viajo a Bolivia pero a un coloquio sobre Louis Althusser, así que leer a Badiou en mi paso por Jujuy está bastante en sintonía, ya que Don Alain comenzó sus andanzas filosóficas en ese grupo sesentista francés de lectura de El capital de Marx, y si bien puede ser alguien poco conocido en el hermano Estado Plurinacional, en la Argentina es bien reconocido, ya que incluso fue aquí uno de los primeros países en que fue tempranamente se lo tradujo.
Divago, medio entredormido, libro de Badiou entre manos, mientras reparo en que, por las vestimentas y los rostros que veo, las entonaciones del hablar que escucho, parece que he llegado. Pero no: el micro no pasa directo del otro lado de la frontera –pienso–. Estamos “de este lado” de la patria chica y, sin embargo, parezco un extranjero. Advierto entonces, como ha pasado en otras oportunidades al viajar al sur o al norte del país, cuán reducida es la mirada nacional que tenemos desde Buenos Aires (o Córdoba, o Rosario).
Me tapo con mi campera, reclino el asiento, enciendo los auriculares y contemplo el bello paisaje mientras escucho:
“Miguita de pan, de pan, de pan, de pan en la grieta/
tomate el vino que se derramó en el descuido.
Y contame de todo/ lo que como vos/ se derrumbó…”
Llevo en mis oídos la música más maravillosa. Suena en mi celular la Pequeña Orquesta Reincidente (¿o debería haberme bajado un carnavalito?). Es que como decía Francisco “Paco” Urondo, somos tangueros. “Para bien o para mal somos tangueros”.