El punto nodal: Crítica de “Madre Baile”, de Carolina Rojo
Por Lea Ross
Cuando algunos hechos pretenden devenirse como procesos, como es “la marea verde”, se desencadena un giro literario que no se reduce solo a marcar contenidos. No es sorpresivo que un largometraje actual que hable sobre el cuarteto incluya una breve secuencia de una marcha por el aborto legal. Ahora, ¿era posible imaginarse que tenga tantos momentos con La Mona Jiménez y nunca se aproxime a un primer plano? ¿O que la figura de Rodrigo Bueno solo quede relegado a una estatua en un breve plano fijo?
Madre Baile es la ópera prima de Carolina Rojo, alguien que ha tratado de congeniar el cine con lo popular, desde su oficio como fotógrafa hasta organizando el festival de cine comunitario “Invicines”. De ahí que no sorprende que su primera película apunte a un interés por esa música insignia de Córdoba. Teniendo como guía-entrevistadora a Vivi Pozzebón, en una suerte de alter ego, la película indaga sobre aquellas raíces melódicas, donde se gira alrededor de la compositora de piano Leonor Marzano, para luego desentrañar las polémicas que giran en torno a la cultura del tunga-tunga.
El arranque es muy directo: un intercambio de mates con Víctor Pintos, para recordar un trabajo con León Gieco, que permita recuperar el único archivo audiovisual que se verá sobre la figura femenina insignia del Cuarteto Leo. Sin ningún preámbulo y en escasos segundos. Después no habrá fechas fijas, ni ejemplos a exponer. No hay una pedagogía esquemática, ni trillada. Todo eso se debe a que tiene bien definido quién es su audiencia. El pulso narrativo de Rojo se acelera a niveles hormonales, como una danza afrodisiaca. La pausa no parece implorarse, mientras varias entrevistadas reiteran ese punto nodal que generó un cambio radical en la cultura comechingona, bajo la opresión de aquellos dedos que combinaron el paso doble con la tarantela. Las distintas maneras de exponer las teclas de un piano serán atrezzos insistentes en este filme. Una permanencia que permite complejizar algunos estilos contemporáneos.
La identificable mirada sobre los roles de género empuja a conseguir testimonios que logren tener lecturas finas, desde lo etnográfico a lo historiográfico, a veces temerarias, como declamar que “el cuarteto es misógino”, pero logran equilibrarse con lo reivindicativo. Ante los ritos de los jóvenes que se congregan en un espectáculo del presente siglo, habrá un contraste con la reconstrucción de aquellas fiestas pampeanas de las primeras décadas. Eso compensa con lo problemático que es la “ficcionalización” en los documentales históricos, cuya función se reduce a veces en un mero relleno. Un soliloquio que describa la amalgama familiar, nacional y étnica parece una realidad paralela.
La administración de cuerpos direccionados por el lucro será problematizado, como también su contrapunto represivo. Allí, la película quizás se desacelera cuando eso mismo solo es analizado por quienes ejercen el periodismo y la antropología, y no así los que trabajan arriba del escenario o detrás del mismo. Más teniendo la presencia de Emeterio Farías, quien afirmaba que las detenciones por el Código de Faltas eran un invento de los medios.
Madre baile es una película cuyo abarcar quizás no logre conformar a todo ese amplio espectro cuartetero, por sus ausencias y sus apurones, y quizás con demasiado optimismo en cuanto a lo que acontezca en la próxima década. En definitiva: su tesis está abierta a la escucha. Pero es innegable que su búsqueda no solo se sustenta en el trascurrir de las palabras, sino también en haber logrado un afinado armado narrativo que se asemeja a esa alegría que desencadena el acto de bailar. No es solo letra, es melodía. Y por lo tanto, tampoco es menor que gran parte de lxs entrevistadxs sean empujadas a bailar para quebrar su rol fijado en el relato. Todo movimiento deviene en transformación colectiva.