COLABORACIONES

Olvido y ¿perdón? Reviviendo lo peor de los 90 (o una jauría de perros fantasmas recorre argentina)

¿Es la queja el velorio de la revolución? ¿Vivimos en los noventa porque olvidamos lo que en esa década aconteció? Rock y política para pensar la escena contemporánea.

Por Julieta Biscay*

Retórica al suspiro de la queja le puso César González a su libro del que tomo prestada esta frase:

“El olvido sepultó no solo la revolución/ Sino también al rocanrol…”

Quizás sea la queja el velorio de la revolución. “Hasta que no te pase a vos no vas a entender siempre así tan egoísta”, canta Attaque 77 en ese espíritu setentista que no vuelve hoy. Parece que la revolución tuvo velorio y tuvo olvido. Parece que volvimos a vivir en los 90 como supo decir Julian Kartun con su banda El Kuelgue. Parece que volvimos a vivir en los 90 y que, la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa: Menem se juntaba con estrellas de rock y mujeres de la farándula, Milei hace un show donde canta canciones de La Renga y hasta hace poco salía con Fátima Flores. Parece que volvimos a vivir en los 90, y puedo seguir citando obviedades, porque nos olvidamos lo que nos dejaron aquellos años.

“Hoy voy a bailar en la nave del olvido”

Desde que asumió Milei, con su DNU y su Ley de Bases, el gobierno no para de destruir nuestras vidas: garantiza la precarización laboral con motosierra y despidos en el Estado, la impunidad de quienes cometen crímenes de odio (con vocero presidencial que no teme decir que sería injusto hablar de violencia hacia las mujeres sin hablar de violencia contra los hombres también), se deja sin plata a los comedores y merenderos y, quizás, deje a miles sin luz y sin gas en un invierno que, aún, no empezó. También destroza el servicio de tren: con nulo presupuesto para funcionar, lxs trabajadores se las arreglan como pueden. Los trenes circulan con lentitud, se cancelan servicios, mucha gente se enoja porque cree que “los sindicalistas” se lo hacen a propósito al gobierno. Pero en realidad nos están cuidando, aunque nos hagan llegar tarde a todos lados. En una de sus editoriales, Alejandro Bercovich buscaba explicar el porqué de la desinversión: “transportar personas no es rentable”. Pero hacer que el tren funcione mal para que la gente prefiera que se privatice es una estrategia conocida. Conocida, aunque también olvidada: “Ramal que para, ramal que cierra” (supo decir Carlos Saúl Menem). En el 2024, y luego de que en 2012 un “accidente” dejara 51 muertos y cientos de heridos tras la anunciada tragedia en Once (con los trenes bajo contratación privada), dos formaciones chocaron hace un tiempo en Palermo, producto de la desinversión que este gobierno ejerce sobre los ferrocarriles. No hubo muertxs por mera casualidad: quizás no les salió tan bien la jugarreta de desfinanciar el servicio para justificar la posterior reprivatización: “Y cuando compren todo/ ¿Que más va a querer? (…) Clonaron más vende patrias/ De lo que uno se imagina”, cantaba La Renga en “Vende patria clon”, canción incluida en su disco La esquina del infinito (2000).

Las letras y las denuncias de aquellos años vuelven a sonar en nuestros oídos. Pero ¿La crueldad empieza a naturalizarse? ¿El mal se banaliza?

El día anterior al accidente de Palermo se llevó a cabo el segundo paro nacional contra el gobierno de Milei, mientras los medios de comunicación dominantes denunciaban que el paro era “político” (¿cuándo un paro no lo fue?) y contabilizaban en vivo y durante todo el día los millones de pesos que perdía el país debido al paro, mostraban sin querer que quienes producimos la riqueza somos lxs trabajadores. Sin querer, explicaban la plusvalía. Pero parece que olvidamos y perdonamos:

“¿Cuántos ríos de sangre han de correr/ Tanta muerte ya, tanto horror, tanta injusticia?
¿Cuánto tiempo para reconocer/Que la historia es otra vez y todo de vuelta?, planteaba Attaque 77 en su emblemático tema “Setentista”, del disco Antihumano (2003), y en “Pagar o morir”, de Todo está al revés (1994):

“Pagar o morir, injusticia social/ Paros y protestas, represión policial/ La clase proletaria/ Quiere mejores sueldos/ Los sindicatos dicen que tenemos que esperar”.

En una entrevista que el diario Página/12 le hiciera a Mariano Pacheco a propósito de la publicación de su último libro La democracia en cuestión, nuestro amigo expresaba su escepticismo acerca de la posibilidad de que se produjera una salida como la que le puso fin al gobierno de De la Rúa: “tuvimos un ciclo de gobiernos progresistas que dejaron una subjetividad menos insurgente, más institucional”.

El progresismo enterró la revolución, ¿quedó allí enterrado también el rocanrol?

“Por ahora no percibo ningún monstruo gestándose en el rock, ningún “pueblo dormido que quiera despertar”, arremete nuevamente Attaque 77, esta vez en su canción “Santiago”, incluida en el álbum ¡Amén! (1995).

“Hay que militar”, dice por su parte Emiliano Scaricaciottoli, en un artículo del GIIHMA. “¿Estamos aTRAPados sin salida?”.

Hace poco fui a ver tocar a Jauría en un club del conurbano, sala de ensayo de Mariano Martínez, que este año se convirtió en un espacio para escuchar bandas para toda la familia. Ningún tema de la banda me interpelaba, excepto cuando retomaba algún clásico de Attaque. Las letras de Jauría (2010 y 2013) se parecen más al indie, volcadas a cierto individualismo, que a lo que Ciro supo escribir y denunciar en las letras de los temas de Attaque. 

Jauría abandonó la interpelación no solo desde sus letras sino también desde su música, ya Ciro dejó de hacer el mismo ruido que hacía con la banda anterior. Por supuesto: el de 2010 y 2013 era otro mundo: el Estado enmudecía los ruidos, el enemigo era Clarín, los debates sobre los 30.000 desaparecidos se creían clausurados y todavía no existíamos las feministas de la marea verde para ser culpadas de todo. Allá lejos y hace tiempo quedaron las letras de denuncia explícita de Attaque con citas de políticxs, obrerxs y jubiladxs como en su álbum ¡Amen!.

Ahora, en un momento en que la ficción más descabellada se transformó en nuestra realidad y algo parecido a un video de Diego Capusotto nos gobierna, ¿que nos queda? Si la ficción es el trabajo que produce disenso y emancipa al espectador: ¿alcanza el rock para impulsar la acción?

Cuando la realidad supera la ficción o Todo siempre puede ser peor

No alcanza con decir, una y otra vez, que la historia se repite. Tampoco me conformo con proclamar que del progresismo peronista del que no esperábamos nada, aun así, nos terminó defraudando.

El año pasado escribí un artículo sobre la relación entre la música, el rock y nuestras acciones. Este año, y luego de que mis presagios se confirmaran, me volví a preguntar: “si nuestras condiciones materiales determinan nuestra conciencia, ¿puede la música colaborar con ella?”.

Releyendo El espectador emancipado me encuentro con que, para Jacques Rancière, mirar y, en este caso, escuchar– es lo opuesto al hacer. Más allá de que mucho arte contemporáneo ya no se base en un espectador sentado solo mirando la obra y más allá de que adentro de nuestras cabezas pasan cosas, el rock nos invita a saltar, a hacer pogo. ¿Y a algo más? Si el alumno aprende del maestro algo que el maestro mismo no sabe, ¿qué escuchamos nosotrxs de las canciones? ¿qué leemos en ellas? ¿qué hacemos con ellas?

¿Representar los males nos lleva directamente a la acción? ¿Es momento de suspender las certezas y hacer política desde el disenso? ¿Puede hoy en esta coyuntura pensarse el disenso y la otredad como potencia?

“Parece que luego de un par de décadas de hegemonía de una lógica de la verdad anclada en una mirada esencialista, de compromiso político con la palabra que designa o enjuicia de un modo directo a lo real, se han abierto fisuras dentro de ese paradigma”, sostenía Juan Ignacio Pisano, hablando de la ficción como motor de la composición musical en Poseidótica, en su ensayo incluido en el libro Impenitentes (2021). Pero: ¿qué pasa ahora que la ficción (o aquello que creíamos que nunca podía pasar) se hace realidad?

Si en algún momento funcionaba la ficción como motor, ¿qué podría funcionar hoy que no sea el realismo capitalista ni la denuncia por la denuncia misma? ¿Un rock non ficción? ¿La metamorfosis de la denuncia para la acción? ¿Un Dillom denunciado por cambiarle la letra a Sr. Cobranza?

En el mismo lugar donde vi Jauría, unos meses después disfrutamos a Horcas y luego a Pedro Saborido. Parece que existe una especie de trinchera donde zurdos y peronistas no se están culpando sobre quien le hace el juego a la derecha y pueden descansar de pelearse entre ellxs. Puertas afuera, en las calles, cada cual tendrá que hacer la experiencia y saber de qué lado se queda sin olvidar ni perdonar los errores que facilitaron el triunfo de Milei.

Un presidente cruel y perverso, que habla con perros que no sabemos si existen, DNU, Ley de Bases, Protocolo de Bullrich, “plan económico” de Caputo, despidos, precarización laboral, misoginia, violencia de género, crímenes de odio, cierre del INADI, desfinanciamiento de la ciencia y la tecnología, etc.

“Hoy imploro a toda hora/ más desobediencia/ no podemos ser tantos/ y con tan poca rebeldía”, escribe César González en “Identidad”.

Así como la ficción pudo funcionar como motor para hacer arte político, hoy las letras de las canciones de rock nos muestran al monstruo dormido. Aunque a muchxs nos gustaría que las letras de rock encendieran una mecha…

El infierno será encantador cuando prendamos fuego todo.

Fin.

*Integrante del Seminario Permanente de Estudios sobre el Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC).