LITERATURA Y FILOSOFÍA

El peronismo arltiano del Turco Asís

Los reventados, la novela de Jorge Asís sobre la “Masacre de Ezeiza” de 1973, esta semana en la sección Libros y alpargatas de La luna con gatillo.

Por Mariano Pacheco

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“Alguno venía puteando, diciendo esos hijos de puta nos cagaron de nuevo, como en José León Suárez. Lo rodeaban, decían, eran los matones de Rucci, los fachos, los alcahuetes de los burócratas”, puede leerse en Los reventados, libro que Jorge Asís publica en 1974, utilizando los trágicos episodios del 20 de junio de 1973 como material para construir su historia literaria. Ese día, tras 18 años de exilio, Perón retorna definitivamente al país. La fiesta deviene en masacre, cuando en Ezeiza la derecha peronista embosque a las multitudinarias columnas de la Juventud Peronista, identificada con la Tendencia Revolucionaria hegemonizada por Montoneros. 

En esta, su segunda novela, el Turco Asís –en clara sintonía con una porción de escritores de la época– aborda las convulsionadas figuras y situaciones políticas contemporáneas, pero lo hace tomando distancia de las poéticas hegemónicas entre los escritores comprometidos de entonces. Por eso digo que Los reventados da cuenta de un peronismo arltiano, porque Asís logra cruzar cierto afán realista de esos años con la tradición de los bajos fondos inaugurada por el autor de Los siete locos medio siglo antes. Es que como Roberto Arlt, también Asís es un gran “borrador de fronteras”. Tal como explicó alguna vez María Moreno en su texto “El lugar de la resistencia”, el escritor de Villa Domínico se caracterizaba entonces por desarrollar una actividad de “desdiferenciación”: borra fronteras entre realidad y ficción, entre ensayo y relato, entre fascismo y comunismo, entre literatura y política, porque en esa actividad de borradura de fronteras, cae todo.

“Reventados” es la primera palabra que aparece en el libro. Por supuesto, no se refiere –no todavía– a los militantes de la izquierda peronista que serán “reventados” ese día en “Ezeiza”, nombre –según supo señalar María Pía López en “Enemigos irreconciliables”– del enfrentamiento ideológico que encerraba otra verdad: la de los “negocios de la picaresca urbana”. De allí que podamos leer en la novela: “Rosqueta elucubraba: el 20 de junio, cuando regrese Perón, van a ir a Ezeiza, aproximadamente, tres millones de tipotes. ¿Y yo no voy a agarrar ni un mango?”.

El texto comienza en realidad unos días antes de ese trágico episodio de la historia argentina, cuando un grupo de “reventados” (más ligados al submundo marginal arltiano) se proponen hacer una “rosqueta” que les dé dinero. La lengua popular porteña, por supuesto, es uno de los fuertes de este escrito que logra, de algún modo, provocar momentos de risa, más allá de lo terrible que se está contando (“la literatura de Asís marchaba hacia un intento de captar trozos vivos de un idioma realmente escuchado en las barriadas de la época, destaca Horacio González en “La figura literaria del reventado como teoría picaresca de la política”). Es que en la narrativa de Asís también funciona esa especie de “escalera de verdugos”, tan presente en la de Arlt. Así como están quienes planean una “rosqueta” mayor (lograr imprimir las “fotos del retorno” para una publicación clandestina, a pesar del paro decretado por la CGT para ese día), también El Turco nos presenta a los que buscarán sacar su tajada con una “rosqueta” menor: vender pósters con una foto de Perón, junto a sus caniches, el mismo día en que el viejo líder retorna a la Argentina, tras 18 años de exilio.

Toda una ética lumpen aparece contrapuesta así a la ética militante de la época. 

“Rosqueta elucubra: no puede ser. El 25 de mayo hubo, más o menos, mil millones de pesos en juego. Desde chorizos hasta escarapelas. Pasando por revistas, fotos, cafés y jugos de fruta. Se hicieron cualquier cantidad de rosquetas y el 25 de mayo había apenas un millón de tipotes”.

Lo interesante es que tanto los personajes de los bajos fondos como los de la derecha peronista aparecen emparentados en esta ética, o en ausencia de… A tal punto que uno de ellos llegó a “hacer negocios” con la ayuda que el Ministerio de Bienestar Social (a cuyo frente se encontraba “El Brujo” José López Rega) debía enviarle a los inundados en Santa Fe (“Está bien, que se salve, me dijo el reventado, para qué le voy a mandar leche condensada a la gente, para qué si en su puta vida la vieron la leche condensada, no la chuparon ni en fotografía. Me dijo el reventado para qué voy a darles las frazadas si se taparon siempre con bolsas de arpillera”). Unos y otros, desde distintos lugares, buscan “zafar”. La gran diferencia es que los “buscas” caen simpáticos porque en el fondo son “humillados y ofendidos” que tratan de sobrevivir. Los otros, los lumpenes inscriptos en las lógicas de dominación, los que integran las patotas primero y las bandas parapoliciales después, van a ser directamente torturadores y asesinos a sueldo. Estos otros, en cambio, solo intentan “sacar una tajada” de los negocios que rayan la ilegalidad, porque no se ven a sí mismos como “hombres decentes” que pueden “soportar” ganarse la vida “honradamente” (“Qué querés Vitaca. Que nos metamos a trabajar en una fábrica. Te lo imaginás al Chocolatero trabajando en una fábrica, en la Alpargatas, en la Ducilo, dejame de joder”).

Tan “buscas” son estos reventados que, en medio de la movilización, acomodan sus cánticos según qué columna pase, aunque los manifestantes de la tendencia los acusen de “robarle al pueblo” y los desprecien por “comercializar” con él (de allí que les reclaman que regalen los posters si de verdad son peronistas). Los voceríos van desde un comentario intimidatorio (“el pueblo no está para fotos”) hasta el insulto (“la reputa que te parió”). En cambio, cuando la Juventud Sindical pase y escuche a los reventados gritar “Poster, al poster auténticamente peronista, para la patria peronista sin yanquis ni marxistas”, los aplauden, y hasta se detienen a corear: “Peronistas, ni yanquis ni marxistas”.

Pero la empatía llega hasta ahí. De hecho, es con las columnas de la Tendencia con quienes tienen algún tipo de vínculo, por supuesto, mediado por la lógica del interés. De hecho Rocamora –uno de los reventados– llega a “mimetizarse” con una columna de la JP de La Pampa, diciendo que él “no era porteño” y hasta había vivido en Santa Rosa y poco más que se casaba con una pampeana. Todo ocurrió luego de que “descubriera” que, además de termos con agua caliente para el mate, los pampeanos tenían termos con café y hasta empanadas. 

El contrapunto con “Tachito”, en este sentido, es clave: a pesar de no tener un mango, ya llevaba comprados entonces dos sánguches de chorizo. “Tachito”, como apodaron los reventados al taxista al que contrataron para llevar los posters a Ezeiza, es peronista, como su padre, como su abuelo, y ante el ofrecimiento del “trabajito” dijo: “ma sí, si igual pensaba ir”. Por eso Tachito se siente más cerca de los movilizados que de los reventados. Y por eso, cada tanto, hasta llega a entremezclarse con las columnas, y saltar y cantar “la marcha peronista y si Evita viviera sería Montonera”. Corea consignas por la patria socialista Tachito. Y mira anonadado el paso de las columnas de la Tendencia (“Tachito miró la ruta: era inadmisible, también seguían desfilando montoneros. Por lo visto, había montoneros por un tiempo bastante prolongado”).

Los reventados, en cambio, aun en medio del reviente, del tiroteo, sólo buscan “zafar”: no perder los posters, ni dejar que se dañen, para en un futuro poder venderlos, hacer alguna rosqueta con los sindicatos, algo… E incluso llegan a burlarse de los masacrados: “Los giles se pelean por la patria peronista o por la patria socialista. Una discusión de putas, hay que dejarlos, con el que gane me prendo”.

Mientras, los verdaderos reventados son los militantes de la izquierda peronista, quienes ven el horror confundirse con la fiesta. “Che, ¿esos ruidos no son tiros?, preguntó Tachito, pero había un bochinche bárbaro porque justo pasaba la Juventud Peronista de Bernal y los bombos sonaban estrepitosamente”.

González, en el texto mencionado, supo decir que el “reventado” era alguien que Asís “trataba con extrema simpatía”, pues eran los personajes del “18 Brumario” argentino, que con su “discurso estropeado” y su “conciencia utilitaria” representaban “el detritus que podía poner en jaque a la política pero al mismo tiempo advertía que la historia estaba acechada por los fantasmas mal resueltos de una equívoca exuberancia popular”.

Tal vez algo de esto haya. Y tal vez, a modo de redención, Asís “suicide” al reventado Willy. A la tristeza del lector por los muertos de la “masacre de Ezeiza” –a su modo, evidentemente “extraño”, documentada por Asís en su novela– se suma cierto sabor amargo por el suicidio del reventado. Mientras, en el texto se produce un giro. Ya no hay muecas socarronas ni afán de documentación. La novela se vuelve trágica hacia el final, extrañamente performativa. Ya es 25 de septiembre de 1973 en la ficción. Y como en la realidad histórica, ese día Rucci es ejecutado. “Está todo podrido”, puede leerse. Y también: “Acá puede pasar cualquier cosa”.