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Santiago Maldonado, la democracia de la derrota y la pesada herencia del Proceso

Por Mariano Pacheco

Fines de la década del ‘50 del siglo XX. David Viñas escribe Los dueños de la tierra. Fines de la década del ‘90 del siglo XIX. David sitúa el inicio del relato de su novela. Dos personajes discuten sobre “la mejor manera de cazar indios”. “Como si fueran guanacos o cualquier cosa”, dice uno. Porque “matar era como violar a alguien. Algo bueno”, comenta otro. El relato avanza, y las frases pronunciadas resuenan desde el fondo de la historia en esta cruda realidad del siglo XXI. “¿Nosotros venimos aquí a divertirnos o qué?”. El interrogante es del libro de Viñas, no de la actual “Revolución de la alegría”, que a través de la Gendarmería Nacional ha detenido-desaparecido al joven trabajador de la economía popular Santiago Maldonado. El artesano estaba en el sur del país junto a la comunidad mapuche que resiste el avance represivo del Estado argentino que ahora toma la Ley Antiterrorista aprobada durante el anterior gobierno para “inventarse” ese nuevo enemigo público. Ese mismo Estado que casi un siglo y medio atrás recorrió similares latitudes en una campaña que denominó del desierto, pero en la que habitaban los indios, tan condenados entonces como hoy. “Era famoso en toda esa parte de la Patagonia. Bond. Y cuando esos animales -o lo que fuera- caían, él los golpeaba hasta que agacharan la cabeza, no miraban más y quedaban completamente oscurecidos como su propia piel”. Quien escribe es David Viñas, y agrega: “Lo que molestara tenía que ser eliminado”. La misma tierra patagónica en donde hace casi un siglo atrás el Estado exterminaba trabajadores criollos, de Argentina y de Chile, y también, inmigrantes. Esos que le habían salido como tiro por la culata a los planes de Don Faustino, el Sarmiento que había promocionado que pobláramos el “desierto” con gente de bien, europeos, no negros de mierda venidos de países cercanos. Pero la gente de bien no era tan de bien. Eran anarquistas, hombres y mujeres de espíritu libertario, no iguales pero parecidos a los gauchos e indios que en malones y montoneras se habían resistido a la captura operada por el Estado en su búsqueda por transformarlos en ciudadanos de la república burguesa, es decir, en fuerza productiva para el capital.

La desaparición forzada de Santiago Maldonado marca nuevamente el territorio patagónico con signo trágico. Territorio que parece estar en disputa, tironeado por la soberanía popular que en este caso se expresa en un pueblo ancestral como es el mapuche, y la extranjerización que estuvo presente en el sur del país desde hace más de un siglo (recordar las imágenes de “La patagonia rebelde”, el film de Héctor Olivera sobre la investigación de Osvaldo Bayer) y que hoy, al decir de Jorge Falcone, muestran la “matriz productiva de la Argentina colonial”. Lucha local, la de las mapuches, que ha tomado dimensión nacional e incluso internacional durante este último año. La masiva y contundente respuesta al gobierno que se expresó en las calles el viernes 1 de septiembre muestra que además de un amplio apoyo en las urnas para la gestión Cambiemos y los micro-fascismos que circulan horizontalmente en nuestra sociedad (y que son tomados verticalmente, amplificados y promocionados por las empresas periodísticas de la comunicación hegemónica), también existen profundas reservas de dignidad popular. Una reserva de dignidad que suele expresarse de modo cabal cuando las convocatorias suelen ser amplias y unitarias, otorgando masividad y legitimidad al reclamo. Una reserva de dignidad que tiene presente no sólo la memoria de las atrocidades cometidas durante el terrorismo de Estado sino también la de los años cínicos donde primó la impunidad. Por supuesto, el rostro de Maldonado logra sumar mayores adhesiones que otras causas igual de justas que se han planeado frente a los atropellos del poder: el caso de Jorge Julio López y Luciano Arruga, sin ir más lejos. O la de los casos de gatillo fácil. Pero eso no desmerece la importancia de la unidad gestada en torno a su caso. Unidad tan necesaria para otorgar legitimidad al reclamo, darle masividad, y visibilidad. Claro, su contracara es la decisión firme de este gobierno encabezado por el ingeniero Mauricio Macri de “no ceder”. Parece haber incluso una cuestión psicológica en el tema: el niño bien al que nunca le dijeron que no, el chico rico que está acostumbrado a llevarse el mundo por delante, no puede aflojar. Por eso persiste Patricia Bullrich al frente del ministerio de Seguridad. Por eso reprimen una movilización de 250 mil almas. Y por eso van por más, como lo demuestra la “cacería” que efectuaron contra los periodistas de los medios comunitarios y autogestivos encarcelados durante la marcha, con cámara de fotos al cuello y credenciales de prensa al pecho incluidas. ¿Estamos leyendo desde este lado de la barricada el nuevo ciclo político que tenemos en puerta, o que de modo más o menos imperceptible ya ha llegado a la Argentina, en consonancia con la guerra que los poderosos han declarado a los pueblos del mundo? A veces pareciera que no, que seguimos actuando, funcionando como si tuviéramos adelante una próxima fiesta familiar, un nuevo recital al que asistir para dejar ver nuestra bronca sin que nada pase, sin que nada nos pase. La existencia de presos políticos (Agustín Santillán en Formosa, Facundo Jones Huala en Chubut, Milagro Sala y las “tupakeras” en Jujuy), las represiones del último año y medio (antes las hubo, claro, pero ahora parecen ser “políticas de Estado”) y la desaparición de Maldonado marcan al parecer un nuevo rumbo. Incluso Jorge Asís, el Turco ese al que se puede acusar de cualquier cosa menos de no manejar info de los poderosos de la casta política que nos gobierna, sostuvo y reiteró (por si hiciera falta) que “la Gendarmería detuvo a Santiago Maldonado”, lo golpeó, lo expuso a muy bajas temperatura y “se les quedó”. Algo de esa versión pareciera tomar ahora el gobierno, con las últimas informaciones del caso que puso a circular, induciendo a la opinión pública a concentrar la mirada sobre un efectivo de Gendarmería que habría golpeado a Maldonado con una piedra. Recién ahora, un mes y medio después de su secuestro, el gobierno nacional parece redefinir estrategias y comenzar a ver que es evidente que las versiones previas sobre lo sucedido ya no funcionan. Ahora, después de que un estudio de ADN echara por tierra la versión de que Maldonado había sido herido o muerto durante un ataque a un puesto de vigilancia de la estancia El Maitén, y ante las declaraciones de nuevos testigos que aseguraron que a Santiago se lo llevó Gendarmería, el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj reconoció que “se tiene que verificar si Gendarmería es la responsable o no”. Dichos ante los cuales el periodista Horacio Verbitsky, presidente del CELS, señaló que recién tomaron conciencia “de la gravedad de la situación” y empezaron a hacer algunas cosas que deberían haber hecho desde el primer día. “Esperaron que el tema se diluyera, sembraron pistas falsas, desviaron la atención de los hechos con inventos que difundieron gracias a la prensa canalla que les responde”, aseveró “El Perro”. Mientras tanto, las operaciones de prensa continúan. Como las del diario La Nación, que publicó la “noticia” sobre las “versiones disímiles” y las “omisiones” de Matías Santana en sus declaraciones a la Justicia. Según el pasquín de los Mitre, el joven mapuche que había afirmado ante el mismo medio, días atrás, que había visto cómo golpeaban, “empujaban y llevaban a la rastra” a Maldonado, se contradecía ante los tribunales. La empresa periodística incluso califica de “delirantes” sus dichos. Días después de estas declaraciones el periodista Diego Rojas publicaba en Infobae el video registrado por un gendarme con su celular donde puede verse a un colega suyo filmando el operativo de represión, contradiciendo la versión oficial que consta en expediente judicial que sostiene que no existe material fílmico que la fuerza pueda aportar a la justicia para la investigación. Sobre esto La nación se reservó declaraciones. Sabemos: la prensa hegemónica está para modelar los comportamientos y los dichos “normales”. Habrá que ser anormales entonces, delirantes, si es que queremos comenzar a ser la pesadilla de aquellos que condenan e imposibilitan nuestros sueños. A fin de cuentas, indios, gauchos y cabecitas negra fueron ayer el hecho maldito del país burgués. Y no son más que legado ante este nuevo Proceso de Reorganización Nacional llevado adelante con los consensos del voto popular de estas instituciones parlamentarias que ordenan la dominación y la explotación hoy en día y desde hace más de tres décadas, luego de que el último intento por transformar de raíz las injustas sociedades que habitamos fuera derrotado. Tal vez sea hora de revisar el aura de santidad que envuelve estas democracias, las nuestras, las de la derrota.