LITERATURA Y FILOSOFÍA

Realismo capitalista ¿No hay alternativa? de Mark Fisher. Reseña

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Por Mariano Pacheco

Podríamos pensar todo Realismo capitalista a partir de una pregunta que ronda por el texto y que sólo por momentos se hace explícita: ¿qué pasa con una sociedad cuya juventud ya no es capaz de producir sorpresas?

Este libro del fallecido escritor y crítico británico Mark Fisher, publicado por la editorial argentina Caja negra, pone crudamente sobre la mesa ese interrogante, que va de la mano de este otro: ¿cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo nuevo?

Con un interesante vaivén entre lo que podríamos denominar más clásicamente una mirada marxista y los aportes de otros teóricos críticos que bordean más creativamente aquella tradición (Foucault, Badiou, Zizek –mucho más Zizek–), Fisher acude al concepto realismo capitalista para designar el marco ideológico de esta época que transitamos -con sus idas y vueltas- desde la caída del muro de Berlín. El autor toma de Fredric Jameson una frase devastadora a partir de la cual enhebra una serie de reflexiones: hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Marco teórico y reflexión sagaz se cruzan en este libro con una suerte de sociología de la vida cotidiana y, sobre todo, con un cruce fructífero entre lo que cualquier marxista clásico llamaría los aspectos materiales de la vida y sus dimensiones culturales. Están presentes los rasgos que hacen a la precarización de la vida en la fase actual del capitalismo y también la gerencialización de la vida política; la cultura del consumo desmedido; la crisis de la educación (ir a la escuela para luego conseguir el mismo McEmpleo que se hubiese conseguido en caso de abandonar el camino escolar); el estrés y el consumo de psicofármacos (que Fisher saca todo el tiempo de la esfera individual para resituarla en la social, preguntándose cómo puede ser que tanta gente, y sobre todo tantos jóvenes, tengan padecimientos de este tipo); la pulsión por la sobreinformación y el instantaneísmo que promueven las redes sociales virtuales (los adolescentes tienen la capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de leer: el simple reconocimiento de eslóganes es suficiente para navegar el plano informativo de la red, el celular y la tv). Por todo esto, sostiene, el realismo capitalista no puede limitarse al arte o al modo casi propagandístico en el que funciona la publicidad. Es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos.

Lo interesante es que Fisher no sólo piensa los problemas de su generación y los conecta con sus antecesores (nació en el ‘68, el año del Mayo Francés y se hizo adulto cuando el socialismo real comenzó a caerse a pedazos), sino que intenta pensar la generación de los que llegaron después y recién están dando sus pasos hacia la edad de la razón. Para la mayor parte de los quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte d ellos pensable. De allí la diferencia entre los jóvenes de ahora de los de apenas hace unos años. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, todos rastreados, vendidos y comprados de ante mano, sentencia al escribir sobre la experiencia de la banda Nirvana.

Con una apelación insistente a ejemplos cinematográficos, Fisher trata de pensar la época no sólo para denunciarla sino para enfrentarla. Y si bien toma como un bloque el proceso histórico que va desde fines del siglo pasado hasta nuestros días, pone especial énfasis en la crisis de 2008 porque detecta que en ese momento la desintegración del sistema bancario se tornó impensable. De allí el salvataje del Estado que caracteriza como el colapso del marco conceptual que proveyó de cobertura ideológica a la acumulación capitalista desde la década del ’70. Y concluye: con los rescates a los bancos el neoliberalismo se desacreditó totalmente.

A diferencia de muchos periodistas, cientistas sociales y críticos culturales de nuestros días, Fisher busca restituir cierta idea de totalidad en la cual conectar los efectos que se padecen en el día a día con la única causa sistémica: el capital. Este izquierdismo que para muchos puede sonar clásico, se entrelaza de todos modos con algunos tramos propositivos en los que argumenta que es necesario que las izquierdas puedan desear algo más que un Estado grande. Para esto, insiste, es necesario resucitar el concepto de voluntad general, revivir y modernizar la idea de que el espacio público no se reduce a un agregado de individuos con intereses particulares.

Ante esa suerte de asfixia que provoca la descripción del realismo capitalista, el autor introduce el interrogante sobre las posibilidades de emergencia de un nuevo sujeto político. Si bien no ofrece muchas pistas al respecto, rescato estas palabras que Fisher escribe en un tramo de su libro:

Tal y como han afirmado muchísimos teóricos radicales, desde Brecht hasta Foucault y Badiou, la política emancipatoria nos pide que destruyamos la apariencia de todo “orden natural”, que rebelemos que lo que se presenta como necesario e inevitable no es más que mera contingencia y, al mismo tiempo, que lo que se presenta como imposible se rebele accesible. Es bueno recordar que lo que hoy consideramos “realista” alguna vez fue “imposible”.