¿Ninguna revolución es posible? Subvertir Byung-Chul Han
Por Eric J. Figueroa
“Youth, rise! We are the torchbearers of change.If you do not raise our voices, who will?…”.
Discurso de Abiskar Raut.
Tuvo que ser un joven de dieciséis años quien expusiera su descontento en un auditorio escolar nepalí donde la audiencia eran en su mayoría madres y niños. Desde un territorio aparentemente neutro —un colegio de lengua extranjera— se desencadenó un acontecimiento desterritorializador: la politización de una voz joven reclamando el futuro que les pertenece.
En otro tiempo y latitud pero a la misma edad, Greta Thunberg pronunciaba enfurecida: “How dare you!” (“¡Cómo se atreven!”) a “líderes” mundiales en la cumbre de la ONU sobre Acción Climática en 2019. “Nos están fallando”, dijo. “Los ojos de todas las generaciones futuras están sobre ustedes. Y si eligen fallarnos, nunca los perdonaremos”. Hoy, seis años después, Greta navega hacia Gaza en una flotilla de ayuda humanitaria, acompañada de otras tantas voluntades, mientras el pueblo palestino desfallece ante la hambruna y el genocidio.
Hoy no se trata ya de una aspiración universal a “La” Revuelta. No se trata de héroes ni de grandes ideales, sino de sujetos frágiles, con malestares pero también con deseos de cambio más poderosos que sus debilidades. Es el tiempo de los insomnes, de quienes han padecido la precarización del trabajo y los sistemas de salud. Sujetos que no ceden a su agotamiento y en cambio, multiplican sus voces.
Es la hora de los Otros: marginados, indeseados, humillados; de insurrectas, aguafiestas y quienes dijeron basta a la insubordinación. La rabia contenida estalló y aunque se nos dijo: “el que se enoja pierde”, ahora es bandera de resistencia. El enojo es político cuando busca justicia a la indiferencia.
Sabemos que la transformación no viene de los aplausos y “likes” a Greta ni de las reacciones o la viralización de Abiskar, sino del acto colateral y colectivo. Hoy las revoluciones se transmutan de los ejércitos a nuevas militancias; jóvenes, inexpertas, enfadadas pero esperanzadas. La rabia, cuando se convierte en voz compartida detiene la sed de venganza para dar lugar a una potencia entre iguales, inclusive tratándose de una igualdad entre vulnerables (en toda su humana conditio).
Pese a que el filósofo de reconocimiento mundial Byung-Chul Han afirmó un día que el agotamiento social anula toda posibilidad de revolución, nosotros pensamos lo contrario pues es ahí donde germina la deserción, donde el cansancio se vuelve semilla de rebelión. Nuestros malestares, más anestesiados por ignorancia que por desidia, contienen todavía la chispa inmarchitable.
No necesitamos más plataformas de socialización, necesitamos socializar lo que incomoda (al establishment de la felicidad), lo que entristece y fastidia (a las multitudes acríticas y CEO’s). Apostar por otras revueltas: multitudes interconectadas y unidas; revoluciones íntimas diseminadas en comunidades digitales.
El hartazgo de la generación Z nepalí estalló ante el nepotismo y despilfarro exhibido en redes sociales por parte de los hijos de los gobernantes (#nepobabbies) haciendo gala de sus atavíos y lujos. La furia se trasladó a las calles, al ministerio, a los hogares. Nepal ardió en un fuego que no supo, o mejor, no pudo canalizarse porque todo diálogo estaba inhabilitado.
Si el intelectual surcoreano sentenció que burnout y revolución se excluyen, no se imagina que en muchos lugares, el cansancio extremo es parte de la vida diaria y el sudor es a la larga combustible para la insurrección. No aspiramos a “La” revolución heroica, sino a revueltas que brotan desde abajo: feminismos, activismos locos, disidentes, queer, crip, interseccionales…
“La” revolución no es posible o mejor, no es factible ni deseable porque no creemos más en el semblante patriótico (y patriarcal) de “El” hombre revolucionario. Queremos que lo personal se vuelva colectivo. Donde raza, sexo, género o clase no determinen el color de una revolución sino la fuerza de una voz que se pluraliza. De este modo, hablamos de múltiples revoluciones, micro-políticas. Multitudes heterogéneas reunidas en función de una causa. Porque lo personal se combate en colectivo. Revueltas íntimas, anímicas, que mezclan lo erótico y lo político; lo inconsciente y lo intempestivo como reflejo de una serie de resistencias al imperio de lo establecido, como sostienen Kristeva y Hernández.
Finalmente, las críticas de Han en: “Por qué hoy no es posible la revolución” a un capitalismo disfrazado de comunismo son ciertas. Casi nada escapa ya al mercado, ni la amabilidad ni la hospitalidad. Sin embargo, hoy aquellas plataformas malditas siguen (con)moviendo juventudes cada vez más despiertas y a punto de ebullición. Esto no es el fin de la revolución sino más bien aurora a revoluciones menores, devenires minoritarios digitales y pedestres, impersonales y pluriversales.Hoy, arribamos a una era de manifestaciones virtuales, denuncias globales, y es ahí, incluso, desde los pequeños sabotajes y la politización de las redes sociales donde podemos encontrar otras resistencias y semilleros contra la hegemonía de un capitalismo global de plataformas.
