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La tierra estaba de antes (Primera Parte)

“Por eso yo pregunto, señor: ¿cuándo es el día, a qué hora, justamente, vamos a rescatarla, qué hombres vendrán conmigo, qué canción cantaremos, qué flores sembraremos donde está la alambrada?”

Armando Tejada Gómez, Antiguo Labrador de la Tierra.

“Nosotros somos un pueblo con una cosmovisión de muchos años que dice que la tierra es nuestra casa, el territorio es nuestra vida. Para nosotros que pertenecemos al pueblo mapuche la toma de tierras tiene que ver con una reivindicación de nuestra identidad, recuperar el suelo que fue apropiado por el estado en nombre del progreso. A nosotros que somos un pueblo nómade nos desplazaron a las peores tierras o a asentamientos urbanos donde pasamos a formar parte de la miseria”.

Chacho Liempe, dirigente del Consejo Asesor Indígena (CAI) de Río Negro.

“Yo he tenido 10 hijos. Porque 5 me los van a asesinar el ejército, o la guerrilla, o los paracos. Pero cinco van a seguir resistiendo en mi tierra”

Chucho Yalanda, dirigente de Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) de Colombia.

Por Tomás Astelarra

Alrededor del 2008 volví a la Argentina después de un largo periplo de unos siete años por Sudakamérika. Si algo había aprendido de las pueblas originarias era el valor de la Tierra, a la que ellas llamaban Madre, y a la que yo les había visto defender con la vida.

Vida no solo en términos del asesinato sistemático de sus comunidades y familias en pos del saqueo legal y criminal (y estatal) de terrenos geoestratégicos para la avasallante llamarada de consumo que siempre ha impuesto el sistema mundo capitalista. Aquel que nació de la quema de brujas y fue financiado por la sangre de la minas del Potosí. Eso que les cumpas zapatistas llaman la “hidra capitalista”. Yo vi a aquelles pobres indies parades (luego de siglos de hostigamiento y desplazamiento) en medio de una mina de oro o una selva de estratégica biodiversidad para insumos farmacéuticos, contrabando de estupefacientes o monocultivos de algo que sirva para generar agrocombustible (entre otros crímenes de nuestra sociedad de consumo). Tercos, tercas, como mulas, resistiendo las balas después de haber rechazado los planes sociales, los sermones evangelistas, y las ofertas de vida urbana y “moderna” de esclavitud lejos de su Madre Tierra. “Zanahoria o Garrote”, dice Manuel Rozental que dicen les funcionaries de la ong gringa USAID.

Yo las vi también defendiendo la Madre Tierra con su Vida de austeridad y trabajo campesino, celebraciones de ofrenda, economía, salud y educación ancestral (que los brutos e ignorantes que están destruyendo este planeta llaman “analbafetismo” o “atraso” o “brujería”). Porque como bien dice don Armando Tejada Gómez (descendiente de warpes según me contó la Amta Paz Argentina Quiroga): “La tierra pertenece al que sabe celebrar la alegría de ver crecer las plantas, al cómplice del sol, al sembrador callado que pone la semilla como un semen dichoso y espera, lentamente, el milagro del agua”.

Debajo de la Tierra (resistiendo el asfalto)

Por esa épocas en la redacción de la revista Hecho en Buenos Aires (HBA) veíamos con estupor como una banda de patoteros legalizados bajo el nombre de Unidad de Control del Espacio Público (UCEP) quemaban los colchones de la gente de la calle, herederos de los indígenas, campesinos gauchos o crotos anarquistas, desplazados por los próceres que hicieron de este país “el granero del mundo” (falsificando después de las masacres papeles y leyes en pos de su estrategia expropiadora de tierras).

También quemaron colchones de gente de la calle el día que desalojaron la Huerta Orgazmika, un emprendimiento gringo clase media de cuidado de la Madre Tierra que había tenido la irreverencia de recuperar un espacio abandonado al lado de la vía de tren en la plaza Giordano Bruno de Caballito (además de organizar una feria agroecológica, una cooperativa de productos de limpieza, un biblioteca popular y otras iniciativas en una cercana casona, también recuperada, el Centro Cultural de La Sala). La excusa, además de la falta de habilitación, fue una bañadera donde se criaban algas comestibles y que, según el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, podía provocar “dengue”. Fue la misma razón que luego esgrimieron para rociar de glifosato a les niñes que jugaban a la vera de las vías del tren.

Era el principio del gobierno ciudadano de Mauricio Macri, representante de los vagos e ignorantes herederos del okupa Roca, que andaban en plena fiesta sojera desplazando la frontera agrícola para crecimiento de las oscuras marginalidades urbanas (y los planes sociales K). Era la imposición de la estrategia de “Ventanas Rotas” (Broken Windows), impuesta en los noventas por el alcalde de New York, Rudy Giuliani, y poco después importada a América Latina por el alcalde de Medellín Álvaro Uribe Velez (en paralelo a la creación de las cooperativas de seguridad Convivir, semillero de los ejércitos paramilitares o Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que años después. con Uribe en la presidencia, llevarían a cabo uno de los mayores genocidios de pueblos originarios en la historia de este continente). La teoría de “Ventanas Rotas”, de los académicos George L. Kelling y Catherine Cole, relaciona la criminalidad con el mal aspecto de las calles y ciudadanos. Llaménse negros, indias, homeless, cartoneras, pibes de gorra o alguna jipi okupa anarquista.

Para analizar esa compleja coyuntura de desalojos en la ciudad y el campo, del avance del extractivismo en Argentina y América Latina (a pesar de los nuevos gobiernos progresistas) me convocaron a editar la revista, Underground. Realizada por periodistas y artistas autogestives ligades a los movimientos sociales, sus páginas desplegaron el tema de la Madre Tierra desde las resistencias ancestrales mapuches o la organización para frenar el desplazamiento ilegal de las familias campesinas en Santiago del Estero (Mocase) o Mendoza (UTR). También la lucha por la legalización de las comunidades periféricas de Rosario en detrimento de los grandes proyectos inmobiliarios que llevaba a cabo la organización Giros (que luego se transformaría en el proyecto Ciudad Futura, actualmente con varios concejales en la ciudad). La recuperación de un cementerio ancestral en el dique Luján (Punta Querandíes, que recientemente tras años de lucha logro su reconocimiento legal) o la creación de pequeñas cooperativas productivas en un predio recuperado de Lanús (Roca Negra, donde aún funciona una sede del Frente Popular Darío Santillán, FPDS). Muchas de estas organizaciones sociales años después conformarían la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), la que dizque hoy estaría detrás de la escandalosa proliferación de “tomas de tierras” (a falta de atentados a los silobolsas, intentos de “reformas agrarias” y una densa gama de negras, indias, piqueteras y jipis siempre dispuestas a tomar las calles en detrimento del derecho “al libre tránsito” o las “paredes limpias”).

A derechos iguales, gana la violencia.

“La Ciudad no ha sido nunca un lugar armónico, libre de confusión, conflictos, violencia. La calma y el civismo son la excepción, y no la regla, en la historia urbana. Los comuneros de 1871 pensaban que tenían derecho a recuperar su París de manos de la burguesía y los lacayos imperialistas. Los monárquicos que los mataron, por su parte, pensaban que tenían derecho a recuperar la ciudad en nombre de Dios y la propiedad privada. ¿No estaban todos acaso ejerciendo su derecho a la ciudad? A derechos iguales, constató célebremente Marx, la fuerza decide. ¿Es a esto a lo que se reduce el derecho a la ciudad? ¿Al derecho de luchar por los propios anhelos y a liquidar a todo el que se interponga en el camino?”, citábamos en ese entonces en la nota principal de Underground al géografo y urbanista David Harvey.

En una entrevista realizada en la feria agroecológica de El Galpón de Chacarita (otro espacio recuperado), Carlos Vicente nos advertía sobre el genocidio y ecocidio que se estaba produciendo en América Latina y aseguraba que: “es fundamental crear redes de solidaridad entre lo urbano y lo rural. La mayoría de la gente que vive en esta ciudad no sabe lo que come, de donde viene, quien lo produce, cuanto viaja y cuál es el costo real que eso tiene, Y si la gente no empieza a hacerse cargo de lo que se alimenta, es muy difícil hacer el cambio. Esta sociedad es inviable, no hay un futuro del capitalismo, del consumismo. Entonces todas estas experiencias desde las autogestionarias en la ciudad hasta las campesinas, o la gente que vuelve al campo buscando una alternativa diferente de vida, son las semillas de lo que va ser. Por eso son importantes estas experiencias y es importante la solidaridad frente al desalojo de estos espacios. Mucha gente consciente de la ciudad reacciona sin saber que eso es moneda corriente en buena parte de la Argentina. Puede sonar a utopía este tipo de proyectos, pero la verdadera utopía es que el mundo siga funcionando como está funcionando”.

En el predio de Roca Negra, donde funcionaba una bachillerato popular, una herrería, una editorial, y la bloquera que inaugurara Darío Santillán, Pablo Solana, entonces vocero del FPDS, opinaba desde un balance de las experiencias de poder y construcción popular que había parido el 2001: “Quedaron apenas puchitos de estas experiencias. Pero había con que. Había una sociedad que podía dar más. No hacer una revolución violenta, sino apropiarse de más instancias de participación y decisión. Nosotros replegamos nuestras aspiraciones de querer cambiarlo todo. Tuvimos que acomodarnos a lo que algunas políticas públicas nos dijeran que podíamos hacer para consolidar nuestros proyectos productivos autogestivos”. A su entender, el kirchnerismo había venido a restaurar el poder institucional del estado con gestos simbólicos como la recuperación del discurso de derechos humanos o la reforma de la Corte Suprema. Esto, sumado a una mejora económica y el miedo surgido de la criminalización de la protesta que tuvo su punto álgido en la Masacre de Avellaneda, había desmovilizado a muches compañeres que habían optado por volver a las lógicas de producción y consumo del sistema mundo capitalista.

En una entrevista con HBA, el documentalista canadiense Avi Lewis, que junto a su pareja, la periodista Noemi Klein, estuvieron un año recorriendo la realidad de los movimientos sociales argentinos, afirmaba: “Mucha gente fue a las Asambleas por su propio problema, pero el activismo es algo que te toma todo el tiempo de tu vida. Mucha gente tuvo su degustación de esta cultura del activismo. Pero hablemos claro: esto no es para todos. La gente que está realmente comprometida crea redes, culturas y comunidades a lo largo del tiempo. Por más que no todo el mundo tome el compromiso del cambio social, es positivo que hayan probado. Muchos creyeron que esa explosión participativa tenía que convertirse en una fuerza nacional alternativa a la política partidaria, pero eso no pasó ni acá ni en ningún lugar del mundo. Al pensar que ese movimiento falló porque eso no pasó, estás diciendo que todo debe pasar de una manera épica y masiva, y no con un montón de pequeñas acciones, pequeñas organizaciones y pequeños grupos, en los barrios y de una forma menos espectacular”. Algo parecido a la teoría de las Arcas de Noe que esgrimió el periodista y militante uruguayo Raúl Zibechi, o esas pequeñas acciones humanas que describió Silvia Rivera Cusicanqui como solución a la penumbra cognitiva que produce este pachakuti o crisis civilizatoria, sangrante presente globalizado, bendito descalabro mundial.

A lo largo de estos años, más allá de décadas ganadas o lustros perdidos, como madres ancestrales bolivianas avivando con un diminuto soplido las brasa de aquel fuego rescatado al desierto-puna-Madre Tierra en forma de auténtica bosta, las doñas de los barrios argentinos fueron avivando los puchitos de aquellas experiencias de producción autónoma surgidas del movimiento piquetero de los noventas para reconfigurar la figura del desempleado en trabajadores y trabajadoras de la economía popular, accediendo al Estado desde las calles, en movilizaciones populares y hasta algún perdida boleta electoral. No desde rogar una dádiva, sino reclamando derechos. No desde la protesta (que hoy parece haber sido coptada por la clase media inconforme con el destino que el sistema capitalista mundo le ha impuesto), sino desde la propuesta de otro mundo posible.

Algo de eso es lo que hoy intenta presentar como propuesta la UTEP con el Plan Integral de Desarrollo Humano (https://plandesarrollohumanointegral.com.ar/) mientras el gobierno de Les Fernandez intenta en vano quitarle una migaja a los herederos del okupa Roca con el bendito impuesto a la riqueza. Lo que está en disputa es precisamente la tierra. La Madre Tierra. La misma que el sistema mundo capitalista de muerte y su cómplice consumo esclavo, ese 1% de la población que cree dominar nuestras almas, pretende asignar a negocios inmobiliarios, feedlot de chanchos para exportar a China, carreteras para la exportación de nuestros recursos naturales, y una serie interminable de heridas, venas abiertas, de nuestra América Latina, Pachamama. Porque: “Sinesta frente, sin este rudo brazo, sin el tiempo a destajo de gastarnos las manos, ¿quién dará testimonio de la vida en la tierra? ¿quién ha de prepararnos la primavera, el vino, el fermento gredoso de donde viene el canto?”.

La nota completa de Underground puede leerse en http://astelarra.blogspot.com/2012/07/underground-territorio.html