La risa semiárida
Crítica de Los inoportunos, de Ismael Zgaib.
Por Lea Ross
Hay una paradoja cordobesista audiovisual donde el humor pierde vigencia, a pesar de que es una cualidad inherente dentro de nuestra cultura pueblerina. Muchos son los factores que se pueden tantearse para explicar las razones del mismo. También, es menester afirmar que últimamente el cine cordobés se expande y juega con distintas retóricas que van desde la ironía y, con suerte, un toque de picardía. Dentro de esa ligera onda expansiva estaría la ópera prima Ismael Zgaib, Los inoporturnos.
Santiago Zapata interpreta a José María, un saliente trabajador de un banco. Su historia transcurrirá en los no tan lejanos años noventa, a pesar que su diseño de producción tiene una textura que la lleva a una época más lejana. El protagonista, introvertido y por momento dificultoso para expresarse oralmente, tendrá la oportunidad de tener una cita con una ex-compañera. Los inoportunos amigos, familiares y allegados se entrometerán en su departamento, poniendo en tensión su propósito de alcanzar la puntualidad acordada para el tan deseado encuentro.
Ante esa trama, Zgaib toma muy apecho la puesta en escena, tratando que los colores logren ser chillones en la pantalla, que se garantice un notorio equilibrio geométrico y un ejercicio actoral disfuncional, con preferencia a rasgos inexpresivos. Con esto se puede pensar en un emulo a Wes Anderson. Pero más que nada, se contempla una pesca a las comedias de Billy Wilder o Howard Hawks, o alguna que otra obra de Fred Astaire, pero sin sus números musicales.
Pero su esquema de vodevil no logra suturar con sus piezas que pululan de manera inconvexa. Como la aparición lisérgica de un supuesto fantasma o la ilusión romanticona de cuando aparece una cabina de teléfono. Dicho sea de paso: la bendición lumínica de ese aparato de Telecom, representación de la ilusión democratizante del mercado, queda más expuesto en el filme que la corrupción menemista encarnado en una difusa fotografía al pasar.
Es así que la película cordobesa tranquilamente se suma a las incipientes pero punzantes tesis que advierten que la cinefilia opta por encerrarse en su propio mundo; o más bien, aquella donde las producciones anglosajonas y europeas supieron acobijar. El camino de los sueños desprendida de su propia realidad material. Para Los inoportunos, Córdoba es más seca que semiárida, una tierra desertificada sin nada que permita quitar una sonrisa.
Es la obtención de ese certificado donde el tesoro más preciado solo puede encontrarse en otras tierras, donde los propios directores venerados ni siquiera aceptarían mantener los mismos estilos de autor. Como un Godard harto que quede reducido solo en su trabajo de los años sesenta, o de un chico que conoce una chica y con un arma en la mano (ah sí, también hay un arma en ésta película). Venerar a los padres, o a esta altura los abuelos, implica discutir las comedias que nos agradan, pero también las que realmente quisieran tener nuestros nietos. El travelling para contemplar el abrazo de los tortolitos, metiendo en el cuadro al cartel del “Super Park” del Parque Sarmiento es, en definitiva, eso: un parque de diversiones donde las infancias mueren de sed.
Se puede ver Los inoportunos alquilándolo por CINE.AR aquí.