El “gil trabajador” y el discurso del patrón
¿Celebrar la lucha o contar a nuestros muertos? ¿Qué luchas líricas, poéticas, que se convirtieron en prácticas del movimiento metalero hoy se esconden, se omiten o, peor aún, se anclan en un pretérito lejano? ¿La edad de oro del metal argentino se llevó sus banderas y sus consignas? Un ensayo para que en este 1º de Mayo podamos reflexionar sobre el lugar que ocupa actualmente el metal argentino en la lucha de clases.
Ablandaron la milanesa. Parte de nuestra última producción en prensa, que se titulará Volumen IV. Frases metaleras del entorno mío (La Parte Maldita), próxima a salir en este 2024 y que significa, nada más y nada menos, la cuarta obra del GIIHMA, expone un estado de coyuntura complejo para la escena de los discursos metaleros. Superada la oleada furiosa (y necesaria) de los reclamos objetivos de mujeres y disidencias que colmaron las escenas (aunque no se ha reflejado en las líricas, las producciones) del metal argentino a lo largo y a lo ancho del país, nuevamente se pone en escena el sujeto social que ha movilizado históricamente al movimiento metalero. Nos encontramos en el dilema o en la encrucijada más interesante (no menos trágica) del metal argentino: ¿cómo abonar a la lucha emancipatoria del sujeto más reprimido en este presente “anarcocapitalista”, el laburante? Ese mismo laburante que “donando sangre al antojo de un patrón por un mísero sueldo” se organizaba en una tradición eminentemente cegetista, popular, anti-imperialista y profundamente nacionalista. A ese, lo ablandaron. No sólo porque se quedó sin sujeto político (bastardeado por izquierda y traicionado por sus propias conducciones sindicales), ya no le canta (volviendo a aquella versión hermosa de Malón sobre la letra de Guaraní) nadie. El metal argentino postpandémico sigue montando un plan de subsistencia o supervivencia en base a la nostalgia. Eso sí, una nostalgia que, al menos, repone la edad dorada del género. Las vueltas de Nepal, Lethal, los eternos (y ridículos, oportunistas, éticamente cuestionables) homenajes a la H, Malicia y hasta las nuevas-viejas fórmulas de Serpentor u Horcas, intentando ponerle los puntos a una elitizada escena de niños bien hiperconectivizados e hipersexualizados, aún así, en borrasca atravesamos los días –como decía Gustavo Zavala– en los que, tan sólo, pedíamos “tener trabajo” El trabajo, ahora, no se pide, ni se cuestiona, no al menos en las bocas de esos vanguardistas que han licuado la retórica del metal nacional. ¿O se licuó sola, perdió peso específico y murió? Quienes bregamos por un parricidio en vibración alta, nos proponíamos una escena nacional con aquellas voces que Iorio eclipsaba fálicamente. Hacia el 2020, en una discusión abierta y a escala continental con compañeros y compañeras (la gran mayoría trabajadores de la educación) llevamos adelante las “I Jornadas de debate por una nueva cultura pesada en el metal argentino y latinoamericano” (luego, convertido en libro y de libre acceso a través del perfil de Academia.edu del GIIHMA). Allí, observábamos una necesidad de desatomización de luchas. La lucha de las juventudes, el movimiento indigenista, las mujeres, las disidencias y las nuevas mutaciones del “realismo capitalista” en las que se empezaba a pensar al trabajador del siglo XXI (volviendo a Negri, en su “fábrica difusa”, en sus “no-lugares”, cortado, segmentado, dislocado de una comunidad), todas estas luchas debían multiplicarse pero pegando con un solo puño. Lo que quedó, evidentemente, fue el puño del Estado, el puño de los patrones, el puño de la “capilaridad” de una generación de laburantes sin clase, de sindicatos sin dirigentes, de metaleros sin movimiento. ¿Qué exigirle al “tormento del vino artificial” de no haber lugar ni tiempo para pensarse? El metal argentino se está escindiendo de sus consignas programáticas históricas porque ha mudado de piel. Se ha licuado (verboide del presente en nuestro país, para los dólares que se venden en el mercado negro y para las formas de vida que se venden en la zona tecnovivial). Lo que queda de aquellas batallas es un gran cóver de “Destrucción” que genere la ilusión de una unidad fantocheada. La elitización de nuestro movimiento viene de la mano con su falta de respuesta para la clase: un metal hecho desde arriba y hacia la derecha (parafraseando por la negativa el libro de Mariano Pacheco: Desde abajo y a la izquierda…). Nos hemos quedado parquizados en la nostalgia y en una mentira que distorsiona todo margen de acción: el metal argentino resiste. ¿A qué resiste? ¿Contra qué discursos resiste? Una digresión urgente: en la pasada marcha educativa del 23 de abril, junto con un gran compañero de años de militancia dentro del trotskismo argentino, decíamos: “no hay cantitos metaleros en esta marcha”; versiones de lucha sobre el ritmo de “Tu eres su seguridad”. Nos reíamos de ello, claro. Nunca los hubo. Nunca el metal fue popular en ese aspecto: ni en las canchas, ni en las marchas. Pero sí sus sujetos sociales metaleros estuvieron en la cabeza de las luchas. Entonces, en esta quimera, volvemos a pensar, desde el GIIHMA y con nuestros compañeros de lucha, qué falta le hace al metal re-estructurarse hacia los dilemas de la clase laburante. No hacia afuera, no como un megáfono (solamente). Sino, encontrarse en la única dinámica valida del presente: militar. Militar las viejas consignas para un mundo que se aburre de ellas puede ser una derrota, pero una derrota digna. Militar “Destrucción” para el recuerdo, la eternidad de los inicuos. Llamarnos a silencio frente al gran atropello del Estado argentino sobre nuestros derechos laborales; sobre la enorme traición de la dirigencia sindical que mastica y transa antes que escuchar a sus bases; sobre el enorme silencio de nuestros parlantes, ahora cubiertos por la musiquita de fondo (y que sangren por la herida, lloren chicos, lloren) en la victoria de Milei, el Trap, la latinoamericanización del rock argentino, la “pachanga” del progre. Cuánta falta nos hace ganarnos a la clase laburante. Es titánica la tarea, pero subyace en cada lugar de trabajo: en las escuelas, en las fábricas, en las esquinas donde la motomensajería ranchea. Esas esquinas eran antes del metal, no se olviden. No nos olvidemos, para que no vuelvan por más.