CRÍTICA DE CINE

El enema de la realidad

Una pequeña crónica de la proyección que se hizo de la última película de César González, Al borde, producida por Futurock, en la ciudad de Alta Gracia.

Por Lea Ross

El Cineclub Casero está a un par de cuadras del Museo del Che Guevara, en la ciudad cordobesa de Alta Gracia. La pequeña sala angosta tiene sus butacas llenas. Y quienes no llegaron a tiempo, se sientan afuera para ver la proyección mediante una pared de vidrio. La noche fresca no les molesta.

Es uno de los tantos lugares del país que se expone, como estreno y en simultáneo, la película Al borde, realizada por César González y con producción del medio de comunicación Futurock. Es una película “urgente”, a no confundirla con lo “apurado”. El poco tiempo en que se filmó parece tan estrecho como el cineclub: entre los resultados electorales de las PASO de agosto y luego de los resultados de octubre. Las imágenes son apabullantes en cuanto a su abundancia. Habitante del barrio “La Gardel”, el director de Lluvia de jaulas se mueve con mucha libertad, facilidad y hacernos sentir su lugar en el mundo. Sea un pibe, un jubilado, cualquiera que este en la calle o en su casa merendando, todos opinan sobre el batacazo de Milei, a favor, en contra o ni lo uno ni lo otro.

No hay palabra académica que valga, ni respuesta que merezca recibir una burla. Ni siquiera consignas de campaña: en una breve escena se profundiza sobre “El amor vence al odio”, dentro de un filme que dialoga con las “tácticas” estéticas de La hora de los hornos, donde el odio se considera como un motor de lucha. Pero en definitiva: es la pueblada que toma la palabra si así lo quiere o si así se lo pide. Aún cuando se hacen presentes en un acto de La Libertad Avanza.

La noción de trabajo es lo que más inquieta y se aferra en la predisposición del contenido del relato. Gran parte a cielo abierto, apuntado a las necesidades de la comunidad; no hay tantas paredes de fábricas que restrinjan el paso. Los proyectos cooperativos, sin patrón y que se sienten parte del movimiento peronista, se contraponen con una voz desconocida, e insistente, en emparentar la pobreza con la vagancia.

Pero ese contraste también se siente en la secuencia de Vaca Muerta, donde los trabajadores de YPF no solo no se expresan, sino que pareciera estar subordinados a las palabras de Cristina y Massa que emanan desde arrba. No es tanto la cuenca neuquina. Sino que es su lugar en el mundo donde César expone lo que es la libertad arrebatada.

Terminada la película, los presentes toman la palabra. Se nota que todxs votarán por Massa, y el promedio de edad es muy superior a la del cienasta; hay varias que deben tener más de 40 años. “Son esas imágenes que carecemos”, comenta una vecina, que se anima a ser la primera en hablar. Otra mencionará la presencia de los “sin dientes”.

-Es una sobredosis de realidad-, comenta una.

-Más que sobredosis, te diría que es un enema de la realidad- responde otra.

No faltará las acotaciones referidas a cómo encarar a las juventudes, más proclives a tener simpatía por el rugido del león. Pero también de pensar qué es lo que tienen para decir.

Lo que pueden decir realizadores como César González o Lucrecia Martel es que los proyectos audiovisuales no han estado poniendo en foco las tensiones entre ricos y pobres. Y mucho menos advertir la avanzada de las nuevas derechas. ¿De qué estuvo hablando entonces el cine argentino hoy en día tan atemorizada ante la ola violeta?