Hacia una nueva Reforma Universitaria
“Los dolores que quedan son las libertades que faltan”.
-Federación Universitaria de Córdoba, Manifiesto Liminar, 1918.
“En contrapartida, la perspectiva de la modernización conservadora se adueñó de la performatividad de la idea de reforma de la universidad. Este fenómeno es notado por Pablo Gentili (2011) cuando describe cómo los movimientos populares de América Latina durante el período de auge del neoliberalismo quedaron encerrados en una posición de resistencia (conservación) de la universidad pública, y en la dialéctica de ese proceso el discurso del poder se adueñó de las banderas de la transformación de la universidad”.
-Agustín Cano Menoni, La extensión universitaria en la transformación de la Universidad Latinoamericana del siglo XXI: disputas y desafíos, 2014.
Por Yunga
A comienzos del año pasado, cuando el triunfo de Milei provocó una vorágine asamblearia en la universidad, una y otra vez intenté argumentar que en lugar de lamentarnos por una supuesta sociedad “derechizada”, había que responder a las críticas con propuestas que estén a la altura de la radicalidad que estos tiempos demandan. Radicalidad que la izquierda (demasiado temerosa de su pasado autoritario) no ha sabido expresar, dejando la manifestación de ese deseo de cambio (sobre todo juvenil) en manos de partidos como Cambiemos o LLA.
Dieciocho meses más tarde, la situación es aún peor. Dos marchas multitudinarias no alcanzaron para frenar un ajuste brutal que está causando la renuncia del cuerpo docente y una nueva “fuga de cerebros” hacia el norte global. Toda voluntad de responder a las críticas de la sociedad respecto a la universidad se ve opacada por la preocupación concreta de les docentes e investigadores, que de un año para el otro perdieron la mitad de su salario.
Y sin embargo, también en 1918 el movimiento reformista surgió a partir de un ataque (el cierre del internado nocturno del hospital-escuela Clínicas), dando lugar a demandas radicales que cada tanto conviene volver a revisar.
¿Qué significa reformar la universidad?
Atrapades en un binarismo izquierda/derecha, el progresismo se muestra reacio a aceptar las críticas que acusan a la universidad de haberse vuelto una casta meritocrática y academicista donde sólo los “hijos de” pueden recibirse y donde las investigaciones, cada vez más especializadas (otro triunfo del neoliberalismo), están casi siempre desconectadas de las necesidades y urgencias de una sociedad en crisis ecológica y política.
La “libertad de cátedra”, obtenida gracias al movimiento reformista de 1918, al no estar enmarcada en proyectos sociales emancipadores, conduce (en el mejor de los casos) a investigaciones que sólo importan a un puñado de académicos que manejan el lenguaje o (en el peor) a potenciar la explotación capitalista. Como se hace evidente hoy más que nunca, la “libertad”, cuando se presenta como “apolítica” (como en la mayoría de las carreras universitarias), no hace más que replicar las estructuras de dominación.
Una reforma, entonces, es un pliego de exigencias de transformación dirigida hacia la comunidad universitaria (especialmente hacia sus autoridades). Sin ánimos de asumir que una sola persona puede determinar qué es urgente cambiar, pero desesperada ante la falta de demandas radicales, ensayo un primer borrador:
1) Curricularización de la extensión
Durante la II Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión de Universitaria de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL), celebrada en 1972, se concluía que la extensión universitaria deberá: “1- Mantenerse solidariamente ligada a todo proceso que se de en la sociedad tendiente a abolir la dominación interna y externa, y la marginación y explotación de los sectores populares de las sociedades. 2- Estar despojada de todo carácter paternalista y meramente asistencialista, y en ningún momento ser transmisora de los patrones culturales de los grupos dominantes. 3- Ser planificada, dinámica, sistemática, interdisciplinaria, permanente, obligatoria y coordinada con otros factores sociales que coincidan con sus objetivos, y no sólo nacional, sino promover la integración en el ámbito latinoamericano”. Medio siglo después, seguimos todavía muy lejos de satisfacer esos ejes.
Una medida en esa dirección es el programa Compromiso Social Estudiantil, de la Universidad Nacional de Córdoba, que desde 2017 busca “la activa participación de los estudiantes en la sociedad” obligándoles a cumplir con al menos 30 horas de “acciones, tareas o proyectos de extensión como parte de su formación académica”, como un requisito para obtener su título. Sin embargo, es sólo un pequeño primer paso en la que debería ser una transformación de todas las currículas. Un ejemplo que conozco de cerca es la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (FaMAF), donde me parece una vergüenza que no haya ni una materia de epistemología o historia de la ciencia en las currículas de sus carreras.
2) Fondo de Solidaridad
Es un error confiar en lo discursivo como principal herramienta de transformación. Para combatir el clasismo universitario (la llamada “casta”), es necesario aplicar medidas concretas que apunten a incluir aquelles estudiantes que no pueden “darse el lujo” de dedicarse a estudiar sin trabajar. No alcanza tampoco con incorporar un cursado nocturno. La única forma de generar una igualdad de condiciones entre quienes podemos ser mantenidos por nuestras familias mientras estudiamos y quienes no, es mediante becas, siendo un ejemplo magistral el Fondo de Solidaridad de la Universidad de la República Oriental del Uruguay (suena el coro de 🎼 Uruguay es el mejooor paiiis🎼 de Tiranos Temblad) que desde 1994 cobra un impuesto de entre 4 y 14 dólares mensuales a les egresades, destinando ese Fondo a otorgar becas de 175 dólares mensuales a estudiantes.
La ventaja de que el Fondo se sostenga con un impuesto a egresades es reforzar el carácter autónomo de la universidad (además de ser obviamente más sencillo conseguir su aprobación y menos probable que el gobierno de turno lo haga desaparecer).
Y hablando de autonomía:
3) Hacia una universidad económicamente autónoma
Si les universitaries tuvieran la modestia de bajarse del poni y pensarse tan obreros como un zapatero o una cocinera, verían quizás la solución que yo veo a sus problemas actuales respecto al presupuesto universitario: tomar los medios de producción. En el caso universitario hace falta una vueltita de rosca más, pero hay muchas medidas posibles que apuntarían en esa dirección. Dejo dos ejemplos:
a) Los liberales piden cuota de ingreso y yo, que elijo la dialéctica por sobre las lágrimas conservadoras, les respondería “OK, pero que paguen los chetos”: cuotas mensuales para familias con ingresos mayores a (digamos) 5 millones de pesos mensuales.
b) Los liberales dicen “¡Qué obtengan el financiamiento universitario de las empresas!” y yo les respondo “OK, pero que sean empresas estatales”: cupos docentes para trabajadores de EPEC, YPF, ARSAT, BNA, INVAP, etcétera; cuyos sueldos sean pagados por esas empresas.
Esto permitiría no sólo diversificar la fuente de ingresos universitarios (aumentando su autonomía respecto al presupuesto universitario decidido por el gobierno de turno), sino que, más importante aún, potenciaría el vínculo entre la universidad y el resto de les trabajadores.