Pensamiento Crítico

Darío – Maxi y los combates por venir

Por Mariano Pacheco*

Hipótesis de conflicto y confrontación, dos términos que funcionaron como telón de fondo de aquello que en varios trabajos (De Cutral Có a Puente Pueyrredón; Desde abajo y a la izquierda; La democracia en cuestión: la larga marcha hacia la emancipación) hemos denominado como el “ciclo de luchas desde abajo” (1994- 2002) y que guiaron a la militancia atravesada por el fuego de los piquetes que desembocó de alguna manera en la insurrección de diciembre de 2001, esa que dio el puntapié para que se sumaran a las barricadas de los cortes de rutas todo ese movimiento de fábricas y empresas recuperadas por sus trabajadores (¡gloria a las obreras textiles porteñas de Bruckman y a los ceramistas neuquinos de Zanón!) y todo ese ruido de las cacerolas que parieron las Asambleas populares (“Piquete y cacerola/ La lucha es una sola”, ¿se acuerdan los más viejis? ¿Les suena a les más jóvenes?). 

De todo ese auge de luchas participaron numerosa cantidad de jóvenes, entre los que se encontraba Maxi Kosteki e, incluso desde bastante antes, Darío Santillán, a quien conocí en marzo de 1998, en tiempos de tomas de colegios, organización de Centros y Federaciones de Estudiantes, movilizaciones contra la Ley Federal y Superior de Educación, trabajo territorial-comunitario en villas, barrios humildes y asentamientos y ejercicio de la comunicación popular: programas de radio de rock, elaboración de afiches y volantes para pegar y repartir en puertas de escuelas y en recitales, pintadas –¡con tachos de cal y ferrite!–, fanzines y otras yerbas (“Somos de la gloriosa juventud argentina/ la que hizo el cordobazo/ La que peleó en Malvinas. / La del Roby Santucho/ La de los Montoneros. /La de la Patria libre/ Por nuestros compañeros… por nuestros compañeros”). 

Hipótesis de conflicto y confrontación, decía. Cada corte o movilización, una reunión (previa). ¿Es posible que la policía reprima? ¿Estamos en condiciones de resistir la represión? Cordón de seguridad con compañeras y compañeras con palos. Cuando empezaron a prohibirlos, ingeniar métodos para camuflarlos entre las columnas, y tenerlos ahí, “por si las moscas” (¿cuántas veces los palos sirvieron incluso para frenar los colectivos y “coparlos” para llegar a la estación de tren, para pasar luego los molinetes del Roca y los del subte sin pagar, para frenar algún auto o camioneta que pretendía pasar entre las columnas?). 

Más de una vez nos tuvimos que replegar: de manera ordenada, a sabiendas de que no había “condiciones subjetivas” en nuestras filas para enfrentar el dispositivo policial. En otras oportunidades la represión no llegó, aunque estábamos preparados: miguelitos para bloquear los patrulleros, gomeras, piedras y molotovs para lanzar desde las barricadas. 

La pregunta por la “hipótesis de conflicto” tenía que ver con una apuesta: “había que elevar los niveles de confrontación contra el gobierno”, nos decíamos. Fuera Menem, De La Rúa o Duhalde, estaba claro que estos personajes de la “clase política” no eran más que rostros del modelo neoliberal que nos proponíamos derrotar, echándolos (a patas en el culo, sí, nadie se preocupaba por los buenos modales, a no ser que fueras del Frepaso). La rebelión era anhelo, consigna y programa. Teníamos ejemplos cercanos, desde el alzamiento zapatista del 1º de enero de 1994 en México (¡el verdadero inicio del siglo XXI!) al Santiagueñazo de diciembre de 1993 en nuestro país, del Cutralcazo de junio de 1996 en Argentina a la segunda Intifada palestina en septiembre de 2000. 

Recuerdo la ocupación de una sucursal del Banco Provincia en Florencio Varela, ese 31 de julio de 2001, protagonizada por el Movimiento Teresa Rodríguez en reclamo por el retraso en los pagos de los Planes trabajar, mientras 145 rutas estaban cortadas en forma simultánea en todo el país, en el marco de la Primera Jornada Nacional de Lucha de las organizaciones piqueteras. También la discusión de ese domingo 17 de junio (también de 2001), Día del Padre, de si asistir o no con banderas a la concentración frente a la Casa de Salta, luego de una feroz represión desatada en Mosconi, y la movilización del día siguiente, en la que una cantidad de personas marcharon con las banderas de los MTD y otro grupo de muchachos y de chicas lo hicieron con los rostros cubiertos, en una acción que implicó tirar las vallas, apedrear lugar e incendiarlo con unas molos a velocidad récord, antes de que la Guardia de Infantería desatara la represión. Fue en esa coyuntura, de asesinato de manifestantes en el norte del país, que en julio se llevó adelante el “sitio piquetero” a la Capital Federal, cortando de manera coordinada la Autopista Buenos Aires- La Plata, el Puente Pueyrredón y otros accesos a la ciudad de Buenos Aires, siempre desde conurbano, donde tenía presencia ese conjunto de experiencias que, con otras de La Plata, conformamos por esos días la Coordinadora Aníbal Verón. 

Lo recuerdo bien. Fui parte de esas experiencias. Las compartí junto a Darío Santillán y tantas y queridas compañeras y compañeros (las doñas de los barrios, los muchachos y las chicas de la militancia estudiantil que a su vivía en esos territorios olvidados del sur bonaerense). 

Estamos en ejercicio de la memoria, como decía el escritor y crítico argentino David Viñas. De las “memorias de la resistencia”, esas que pueden servir para apuntalar los combates del presente, no la charlatanería nostálgica sobre el pasado.

¿Cuándo olvidamos que, como dijimos ese 26 de junio de 2002 antes de marchar a Puente Pueyrredón (en nuestro caso, y en el de muchos otros a otros puentes y lugares de concentración), la dignidad que llevábamos como consigna en nuestras banderas (junto con “Trabajo” y “Cambio social”), se medía en cada acción, en cada coyuntura? ¿Cuándo dejamos de tener en cuenta lo que dijimos ese día, a saber, que cuando el poder intenta bloquearte tu posibilidad de hacerte oír, si retrocedes, después puede costar mucho volver a hacer que tu voz sea tenida en cuenta? No es simple retórica, ni mero ejercicio intelectual retrospectivo. Basta ver el documental Piquete, Puente Pueyrredón, de Indymedia, para ver y escuchar lo que dijimos ese mismo día, por la mañana, en las asambleas realizadas antes de tomar el tren que nos llevaría a Avellaneda. 

Hipótesis de conflicto y confrontación, pero también, contextualización. La discusión sobre la violencia política, sobre la capacidad de autodefensa del movimiento popular cuando es atacado, tuvo entonces una precaución: tener en cuenta que ese ciclo de nuevas luchas no podía copiar ni emular procesos del pasado, como el de los años setenta. No eran tiempos de guerrilla y lucha armada. Y las puebladas, como la de Cutral Có y Plaza Huincul en 1996 y 1997 y otras tantas que recorrieron varias provincias de la argentina en la segunda mitad de los noventa (así como la que veríamos pronto en las calles de la ciudad de Buenos Aires, el 20 de diciembre de 2001), no se planificaban, acontecían. Pero sí se tuvo en cuenta, para el debate de las militancias (no de las amplias masas populares), que había que ir preparando, material y subjetivamente, las fuerzas propias para los escenarios de enfrentamiento que toda estrategia de resistencia frente a la opresión, la explotación y la dominación más temprano que tarde se va a topar. 

No se trata hoy, por lo tanto, de copiar o emular el proceso de luchas de los años noventa y el 2001-2002 como si se pudiera reeditar. Se trata, sí, de recuperar para la memoria popular algunos momentos que mostraron que, aún en pésimas condiciones, se podía resistir y no sólo sostener una estrategia de “oposición y disputa institucional”. Porque algo que aprendimos en aquellos días es que, incluso para cualquier margen de maniobra futura de otro tipo de gobierno, siempre será mejor si llega con la gente en la calle, manifestándose, sin miedo ni resignación, y con el “ciclo de gestión” (del hambre y la represión”), acortado porque se tuvieron que ir antes, porque logramos con la lucha rajar al mal-gobierno. 

Sólo así una memoria de las luchas pasadas tendrá sentido. Para contribuir a abrir las nuevas discusiones, en las nuevas situaciones. ¿Cómo sabotear en este contexto el “protocolo antipiquetes”? ¿Es posible, atendiendo a los cambios técnicos y a los dispositivos actuales de represión, generar las acciones en dónde menos las esperan, produciendo así un cambio en la relaciones de fuerzas anímicas de los sectores ya movilizados pero muchas veces desmovilizados? Allí podremos hacer realidad aquella otra consigna, sostenida por años, que dice que el mejor homenaje a Kosteki y Santillán es “multiplicar su ejemplo, y continuar su lucha”. 

*Instituto Plebeyo