Una crítica a La Zurda: El placebo de la idiosincrasia
Un cuestionamiento a la prometedora película cordobesa.
Por Lea Ross
Es irónico que en los comienzos del supuesto período llamado Nuevo Cine Cordobés se considere que el primer eslabón haya sido De Caravana. Aquella efectiva comedia que dirigió Rosendo Ruiz atrajo miradas por fuera de la provincia de Córdoba, funcionando como una suerte de faro clavado en una isla, avisando que por acá hay un fuerte potencial, sensible y creativo. Hablamos de un cine que, en ese entonces, mantenía una claustrofobia donde no se podía salir de ámbitos reconocibles por sus autores (jóvenes, clase media, habitantes de la capital) y fue previo a la impensada cuarentena. Se necesitó solo tiempo de madurez para que afloraran obras que saltaran ese cerco cordobesista y se arriesgaran a experimentar géneros más temerarios, como el thriller (El siervo inútil, Bajo la corteza), el cine catástrofe (Esquirlas) y el terror (Escuerzo).
Pero La Zurda, también de Ruiz, es un retorno a ese período atomizado, donde pareciera no poder salir aunque quisiera. Algo de eso sintetiza su primera secuencia: una serie de planos fijos y generales que ponen como eje a los pasos vehiculares y peatonales, muy luminosos, que invirtió el estado provincial alrededor alrededor de El Panal, el centro del poder político local. Precisamente, son esos caminos donde surgirá la primera persecución de la película. Anteriormente, personajes como en El último verano o Instrucciones para flotar a un muerto se burlaban de la eficiencia acerca de lo invertido en la obra pública local, como fueron las recurrentes inundaciones en la terminal de ómnibus.
Tanto en Buenos Aires como en Córdoba, las críticas publicadas sobre La Zurda repetían que se trataba de un trabajo con energía, “aún con sus desequilibrios”. Pero esos desequilibrios son baches que se explican ante la indecisión narrativa misma de la película. ¿Es un “thriller cuartetero” realmente? ¿O buscaba ser una exposición marketinera de una ciudad con música de fondo?
Tenemos a un protagonista: “La Zurda”, vecino de un asentamiento popular, que activa en un comedor comunitario, padre soltero de un nene muy chiquito (su viejo lo ayuda a cuidar a la criatura) y es vocalista de una banda de cuartero en ascenso llamado “Una banda de negros”. Una curiosidad más antropológica que cinematográfica, pero que encasilla más la cuestión de la desigualdad, que se supone es el eje de la trama ficcional: el actor protagonista es un joven CEO, a cargo de una agencia de publicidad que asesora comercios instalados en el Cerro de las Rosas. Además: proviene de una familia de abogados, cuyo estudio jurídico en la city tiene como clientes a empresas ligadas al comercio exterior.
Tanto La Zurda como el tecladista de la banda, Yonathan, se verán envueltos en un crimen que no cometieron. Ambos serán perseguidos por la policía, por la fiscalía, por el empresariado y por un matón. Y sin embargo, el héroe cuyo nombre es el mismo que el de la película no tiene problemas de ir a una bailanta, hablar con una representante de artistas, hacer una prueba de canto en un estudio de grabación y tomar cerveza con sus amigos. Cualquiera sabe que en cada comisaría hay “dateros” que avisan cuando se necesita información primordial en las calles. Es decir: a diferencia del Yoni, el personaje principal, autopercibido como negro, pocas veces siente estar en peligro. Por eso la tensión nunca aparece. Porque vive en una Córdoba donde no hay panóptico. Por lo tanto, el mal se banaliza: el policía mata porque es racista y el empresario que se candidatea es corrupto.
No hay dudas que hay ciertas ideas bien cinematográficas, que siempre están presentes en estas producciones cordobesas. Podemos ser atraídos por la iluminación y el manejo de los colores en las escenas donde el canto acapara los oídos. También captar cierto ingenio en un montaje alterno entre un show y otra persecución que exponen una serie de pantallas de cámaras de vigilancia. Incluso, se saca provecho el ruido del tren para denotar el aislamiento nocturno.
Pero esas ideas sueltas no son suficientes para generar esas emociones que tanto promete la tan promocionada película, cuyo trabajo publicitario se denota hasta en la paleta cromática del póster, digno de cualquier prometedor estreno hollywoodense. En la pantalla, no hay suspenso cuando las peleas cuerpo a cuerpo son borrosas. De hecho: hay vergüenza ajena sobre el modo que logran los dos protagonistas de noquear al perseguidor e incautarle el arma. Tampoco la risa se desencadena, ante el único chiste referido a lo que escucha un personaje en la trasnoche radiofónica.
Puede que la parodia sea el retruco. ¿Pero qué aporta que contemplemos el sufrimiento de los personajes, sobretodo ante el llanto desconsolado de una madre? No por casualidad, la cámara opta por alejarse para tomar una distancia tan pronunciada que su sonido delata que no fue registrado de forma directa.
Los tropiezos argumentales, lejos de ser insignificantes, son los síntomas de ese conformismo por agigantar la idiosincrasia cordobesa en pantalla grande como un placebo cordobesista. Si antes la infraestructura de Córdoba era una advertencia de injusticia y burla, hoy se lo dignifica como una suerte de promoción turística involuntaria. Consuela exponer la desigualdad, pero intentar escapar de ella es amenazante. El intento por filmar un plano secuencia en un barrio popular puede pretender apegarse a Las mil y una de Clarisa Navas, pero al iniciarse en la misma entrada donde habrá un sufrimiento maternal solo nos hace aproximar al Elefante blanco de Pablo Trapero.
La Zurda se consuela con sus buenas intenciones, ante tanta insistencia de registrar a jóvenes de clase media, como se quejaba años atrás el cineasta “desarraigado” Sergio Schmucler. Espera ser una obra con justicia poética, como se pretende en el cierre donde la canción leitmotiv cuartetera se hace en homenaje a dos personajes que mueren injustamente. Pero no se percata que también hay una tercera víctima fatal de esa injusticia, uno de los supuestos villanos de esta historia, que ni siquiera tiene clemencia al exponer su asesinato en pantalla. Ese fuera de campo es también los límites que encaramos todos en una época donde no comprendemos a los monstruos que habitan no solo en Córdoba, sino también en este mundo. No somos una isla.
La Zurda se reestrena en el Cineclub Municipal Hugo del Carril en las siguientes proyecciones:
Jueves 8/5, 15:30 y 20:30 hs.
Viernes 9/5, 18:00 y 23:00 hs.
Sábado 10/5, 15:30 y 20:30 hs.
Domingo 11/5, 18:00 y 23:00 hs.
Lunes 12/5, 18:00 hs.
Martes 13/5, 20:30 hs.
Miércoles 14/5, 18:00 hs.