COLABORACIONES

Tiempos de silencio y murmullos

Obra: “La Paz”, de Rosemary Mamani Ventura.

Por Sergio Job

Llevo días observando y reflexionando sobre todo este lío. Me han escrito o llamado amigos y compañeras para preguntarme cómo estoy y qué opino, del ahora y del después. Digo algunas cosas, pero sobre todo: escucho. Siento que al menos en mí, es momento para el silencio. Quizás es el monte, el viento que canta y murmura entre las ramas y las hojas. O el sol que nos baña y bendice cada día. La tranquilidad de este verde extendido y el murmullo del arroyo ahí de fondo. Ahora que pienso son días de mucho canto y murmullo. Los pájaros que por cientos cantan plenos. Me gustaría poder identificar más y mejor cada canto… supongo que en algunos años. Mientras, los escucho e intento imitar alguno, a ver si les pinta hablar conmigo un rato. A veces sucede. Así debía ser el mundo antes que todo se hubiera desbocado tanto.

Pienso en esta tranquilidad diaria. Mas que pensarla, la vivo, la habito. Y mis días pasan por ver los calabacines y seleccionar los maduros, cortarlos y ponerlos al sol hasta que el tronquito se seque completamente. Hacemos conservas con parte de lo que ya cosechamos. Voy a la heladera y miro: morrones y perejil de la huerta de mi vieja; ajos, calabazas, zapallos, lechuga, rúcula, acelga, unas cebollitas de verdeo de nuestras propias cosechas; huevos de las gallinitas del Refu, y pollos del mismo lugar; otro pollo que nos mandaron de regalo Estela y Don Acuña; un dulce de leche riquísimo que hizo y nos regaló Evelin; un dulce de frutas que nos regaló mi vieja. Al lado unos vinos zarpados de rico que hace el Rafa. Un pan que hizo la Pity. Un arrope de chañar y un tarro de miel de por acá también. Al lado un camoatí grande y ricazo que Bea nos trajo de regalo y está siendo nuestros caramelos. Miro mientras pienso qué cocino hoy.

Voy a la despensita, donde cuelgan algunos yuyos secándose. Tabaco de la cosecha del Refugio, albahaca (enorme y bella), orégano, menta, melisa, carquejilla, manzanilla, barba de piedra. Anoche me propuse recolectar corteza de chañar, para los sueños, para volver a leer a Jung y quizás, ahora que tengo tiempo, hacer un registro más consciente de ellos. Al lado está haciéndose Kefir, que nos regaló Gustavo. Se toma en ayuno y es bastante más rico de lo que aparenta, al menos ante mis ojos prejuiciosos anti-hippie. Hablando de hippies, o mejor dicho, de Jipis, diariamente casi, leo alguna nota de mi amigo y compañero Astelarra, fundador del polaquísimo Partido Jipi. También notas de otres compañeres y amigues: Pacheco, Ouviña, Grabois, Siloff, varios y varias. Se ve que el tiempo les ayuda a escribir más.

Como tengo que seguir dando clases, porque a las autoridades universitarias les pareció excelente idea digitalizar la enseñanza (mientras la pedagogía y la humanidad tiran la toalla ofuscadas), voy hasta el Refugio y uso la Red Comunitaria de internet que impulsan y desarrollan les compañeres de AlterMundi, junto a muches vecines y ahora también a Trabajadores Unidos por la Tierra. Respetando las medidas de distanciamiento social, y con guardias mínimas, allá seguimos manteniendo siembras, frutales y animales. Observo el río. Está muy crecido desde que está la cuarentena, pienso que debería averiguar la razón y si existe algún vínculo con, no sé, la paralización de industrias o algo así. Capaz no tiene nada que ver, ni idea.

Hablo con amigos de ahora y de siempre. Con familia. Con compañeres. Con los afectos en general. Me whatsapeo con quienes extraño. Saludo a algunos que han sido padres en estos días; hablo con mi sobrina que valiente e imaginativamente está sobrellevando el encierro en un pequeño departamento del piso 21 en ciudad de Córdoba. Tengo tiempo para escuchar música, discos enteros. A la tarde, y también por las mañanas, tengo tiempo para jugar: hago jueguitos con la pelota; practico con el arco y la flecha; pasó horas con el boomerang; juego con los perros; corro dentro del terreno enorme en el que está la casita chiquita pero suficiente en que vivo, en círculos pero corro; hago algún ejercicio. Me tiro en la hamaca paraguaya a leer algún libro. Releer más que nada. Ahora Deleuze. Bastante de literatura: Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda. Hermosísima novela, excelentemente bien escrita. Antes Flecha Negra, de Stevenson. Algunos poemitas de Casas. Leo para las clases de teoría del estado en la nacional y en la católica. Leo para las clases de sociología jurídica. A otro ritmo, con otros (no)apuros.

Mer detesta la exposición social y en redes en particular, razón por la cual omito deliberadamente sus tiempos y los nuestros, pero siendo dos personas que andamos haciendo tanto siempre, ahora estamos. Eso es mucho. Además ella que tiene varios talentos más que yo, por lo que dedica gran parte del tiempo a ellos. A las tardes regamos los almácigos, preparamos tierra y hacemos nuevos plantines para las huertas. Acomodo el lombricario. Recolecto y corto leña para enfrentar el frío que comienza a despuntar. También prendo la tele y veo las noticias, los datos, las opiniones. Agradezco diariamente el que hayamos logrado sacar a Macri y su pandilla de chetos delincuentes. Pienso en la catástrofe que hubiera sido atravesar esto con ellos gobernando.

También hay tiempos para la militancia, para la organización de la vida comunitaria, para prestar oído y mirada a la situación que se vive en las barriadas humildes de las ciudades y nuestros compañeros y compañeras acá. Y es doloroso ver la angustia urbana, pero esperanzador el emerger de una solidaridad avasalladora por doquier. Sin embargo, qué y cuánto se puede solucionar allá, cuáles son sus alcances, es bastante más complejo, a cada paso aparecen callejones sin salida a poco de andar (aunque se anda y hay que hacerlo).

Acá parece ser distinto. No se ve dónde termina cada sendero, como que los árboles y matorrales te cierran la mirada, pero no el paso. Entonces armamos un Plan de cuidados y acompañamiento comunitario en tiempos de aislamiento social, preventivo y obligatorio, y ves que a poco de andar la idea puede organizarse y ponerse en marcha, con impacto real para las comunidades. Estas dimensiones permiten que la acción repercuta de otro modo. Cambiar este país, cambiar el sistema, implica una profunda redistribución poblacional desde los grandes centros urbanos hacia la tierra. Volver a la tierra, a sus tiempos y valores. Para eso se necesita una profunda Reforma Agraria Integral y Popular. Es necesario también, desmontar el sistema agro-industrial excluyente y contaminante.

Me sé un privilegiado. No por dinero que no sobra (aunque tampoco falta y eso ya es mucho en esta parte del mundo), sino por vivir acá, lejos del cemento abombador y seco. Por esta libertad (hoy restringida) de monte, tan distinta a esa cárcel urbana que hubiera debido soportar allá, en la ciudad. Pienso en la comida sin super. En la posibilidad de la autonomía. En la mirada extensa de verde y cielo. Pienso en que sin ninguna abundancia (aún), y hasta quizás con algunas falencias, el hambre, lo que se dice hambre, acá es más difícil. Hay. Cómo que no, está claro que hay pobreza, se vive con muy poco acá, con menos que en la ciudades. Pero el hambre, es menos desesperanzado. Es que una gallinita, o una huertita, o una chacrita mínima, o… ayer Aldana nos contaba que Cristian se encontró en el patio, entre los yuyos, bien al fondo, una calabaza rayada enorme, que ellos no sembraron. Es que la Madre Tierra es así, generosa. El cemento no.

Y no quiero hacer ningún canto ingenuo a la vida rural. Hay muchas cosas muy difíciles acá. Algunas que tienen que ver con la infraestructura que falta; otras con cuestiones sociales muy arraigadas del chusmerío, el señalamiento y la mirada impugnadora; otras producto de una clase dominante bastante inútil y explotadora. Pero, a pesar de ello, cada día que amanece (tempranito, como estoy acostumbrado) y me asomo mate en mano, al sol y al viento y al cantar de los pájaros y al rumor del río, agradezco profundamente estar acá, y pienso que el futuro de la humanidad, de esta humanidad doliente, perdida, contagiada, alienada, es alejado de la urbanidad carcelera, violenta y acelerada. Es en las situaciones críticas, más límites, donde se agudizan los rasgos de lo que ya está siendo, es ahí donde queda más claro que nunca que el camino no es por grandes avenidas, sino por senderos de monte. Porque la comunidad, porque la autonomía, porque la tierra y la vida.

Entonces esta recopilación de la diaria, intenta creo, reemplazar el análisis que no estoy escribiendo sino desde el hacer. Es como un modo de romper el silencio, continuándolo.