¿Nace una nueva resistencia peronista?
Por Mariano Pacheco
Cortes de autopistas, tomas de facultades y colegios secundarios, sectores de la ya clásica marcha de jubilados de los miércoles frente al Congreso que se movilizaron luego hacia Constitución y una permanente concentración de personas sobre la calle San José, rodeando de solidaridad a Cristina Fernández, dan cuenta de una nueva situación política, en la que también aparecieron algunas acciones directas contra los medios de comunicación del régimen, que festejan lo sucedido. Este miércoles 18 de junio, además, una multitud copó la Plaza de Mayo y, antes y después, continuaron frente a su departamento las expresiones de afecto hacia su figura, que permanece ya no sólo condenada a la prisión domiciliaria sino, también, a no poder siquiera salir al balcón a saludar. El modelo económico y la crisis política que puede avecinarse para el gobierno nacional, la vocación de la ex presidenta por no abandonar la agenda de quienes se ven más afectados y la insistencia en sostener la voluntad política de intentar ser nuevamente un proyecto nacional capaz de hacer mayorías para conquistar un nuevo gobierno.
Respecto de la justicia social, obviamente, son los años en que ha podido ser gobierno los mejores momentos del peronismo (con excepción del período del Frente de Todos), pero políticamente, los tiempos más audaces y creativos han sido cuando permaneció en la resistencia. Así, las conquistas obtenidas durante el peronismo histórico (entre 1946 y 1955, incluso durante 1973-1974) y luego con Néstor y Cristina entre 2003 y 2015, han quedado marcadas a fuego en la memoria de amplias franjas de la sociedad argentina (menos que las esperadas, seguramente, sobre todo entre sus sectores populares, pero resultan una marca insoslayable de la experiencia política argentina). Queda por fuera de la enumeración la década del menemato por tratarse de un gobierno que traiciona rápidamente sus promesas de campaña y claudica respecto de las banderas fundamentales del justicialismo; y los años de Isabel, que sería largo abordar aquí, por la complejidad del proceso y la violencia paraestatal desatada entonces. La verdadera excepción, como recién se sostuvo, es además la más reciente: la del gobierno del período 2019-2023, del que Cristina fue nada más y nada menos que la vicepresidenta. Y aunque pandemia mundial mediante, no puede negarse que la “gestión” de Alberto Fernández terminó el mandato con un ministro de Economía y candidato a la presidencia (Sergio Massa) que deja la situación económica y social de las grandes mayorías en un plano de franco derrape. Así y todo, durante y después de aquel gobierno (para bien o para mal, varían las interpretaciones), CFK ofició como una suerte de “oposición desde adentro”, marcando a través de numerosas declaraciones (las famosas “cartas”), los núcleos centrales de sus cuestionamientos hacia el propio gobierno.
Tal vez por eso, o porque priman más que esos cuatro años sus ocho como presidenta y sus otros cuatro junto a Néstor, la cuestión es que no ha dejado de ser (cuando habla y cuando calla) una figura central de la Argentina. La movilización desatada por el descontento que ha provocado la inhabilitación “de por vida” de la ex presidenta para ejercer cargos públicos y la confirmación de su condena a seis años de prisión, reconfiguran el cuadro de situación política nacional.
El fallo, como se sabe, llega apenas unos días después del anuncio de Cristina respecto de su candidatura a diputada provincial en las próximas elecciones legislativas de Buenos Aires, bajo el argumento de que –como sucedió en CABA el mes pasado– la estrategia de La Libertad Avanza y la apuesta del propio Javier Milei sería la de “nacionalizar” una batalla, política y no sólo electoral, contra el peronismo.
La discusión en el país, entonces, no pasa tanto hoy en día por la persona de Cristina Fernández, sino por lo que ella representa como símbolo político atacado por sectores fuertes del poder real de nuestro país. No se trata de un problema de la ex presidenta, ni de aquello que se ha dado en llamar kirchnerismo. Ni siquiera del más amplio y diverso espectro peronista, sino de la comprensión de que el proyecto de las derechas (de las corporaciones económicas, del aparato judicial, del poder mediático y político nacional) es proscribirla, buscando que su figura no canalice electoralmente el creciente descontento social contra el gobierno nacional, producto de la pauperización generalizada de la vida de las más amplias capas de la población.
La maniobra llegó en el momento de mayor tensión interna ya no sólo dentro del peronismo sino incluso del propio kirchnerismo, cuando la ex presidenta veía cuestionada su capacidad de liderazgo y cuando su figura debía medirse con las simpatías o no que podía seguir despertando entre las franjas populares, sobre todo entre aquellas –de cierta edad– capaces de sostener viva aún una memoria.
La reacción inmediata ante el fallo de la Corte en su contra, que abarca desde estudiantes secundarios que recién salen de la niñez hasta jubilados que están en los últimos tramos de su vida, sumado al unánime gesto de solidaridad de un amplio arco político revierten esa situación. Solidaridad recibida que congregó desde sus rivales más cercanos agrupados bajo la figura del gobernador Axel Kicillof hasta el peronismo ortodoxo representado por la figura del “doctrinario” Guillermo Moreno, pasando por los máximos exponentes de la izquierda marxista nucleada en partidos como el PTS integrante del FIT-U que llegaron incluso a reunirse con la propia Cristina, como Christian “Chipi” Castillo, Nicolás del Caño y “La Rusa” Miryam Bregman, quienes además expresaron públicamente la necesidad de dar una respuesta con movilización en las calles, “más allá de las diferencias”. Así que ya sea por simpatía con CFK o por antipatía con el fallo que se considera “proscriptivo”, desde la derecha peronista hasta la izquierda trotskista respaldan hoy por hoy a la ex presidenta. Queda por ver cómo se resolverán las rencillas internas en el espacio más propio del kirchnerismo, entre la propia Cristina, su hijo Máximo y La Cámpora y algunos intendentes bonaerenses y gobernadores (por un lado), y (por otro lado), el gobernador Axel Kicillof y “la tropa” que logró reunir: intendentes (muchos de la Tercera Sección Electoral), movimientos sociales y organizaciones sindicales.
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Esto no se arregla con buenos modales
“El peronismo se mueve como pez en el agua con los temas del siglo XX”, suele decir un querido amigo, siempre atento a los avatares de la vida nacional. Coincido: son los temas, repertorios, nombres y simbologías del siglo pasado los que el peronismo sabe captar e interpelar (incluyendo a Madres de Plaza de Mayo y “organizaciones sociales” convocadas y nombradas desde el Estado por Néstor en 2003, en los inicios del kirchnerismo y luego durante la continuidad que le dio Cristina). No es una cuestión menor, de todos modos. Y no lo es porque la sociedad fragmentada que heredamos luego de los siete años del terrorismo de Estado ejercido por la dictadura para llevar adelante su “Proceso de Reorganización Nacional” se ha visto mucho más fragmentada aun durante los últimos años y, por lo tanto, hacer un análisis del país actual implica tener siempre presente esta superposición de capas. No son pocas, en ese cuadro, las franjas de la población que están inmersas en dinámicas que tienen más que ver con el siglo XX que con las grandes mutaciones de lo que va del XXI. No casualmente son las franjas más ancladas al sostenimiento de cierta memoria y a planteos vinculados a la idea de “volver a recuperar” lo perdido más que a inventar algo nuevo.
Algo similar podría pensarse respecto de lo acotado y territorializado del caudal electoral que cosechaba (al menos hasta hace unos días) CFK: en la provincia de Buenos Aires (sobre todo en su “Tercera Sección Electoral”), y alrededor del 30%… Pero, además, la proyección nacional que le brinda el sólo hecho de haber sido dos veces presidenta, una vez vicepresidenta y compañera de vida de Néstor, que, en el imaginario tanto de la dirigencia como de las bases populares, no es sólo una importante cuestión afectiva, sino también política.
El problema es si el peronismo del siglo XXI se queda sólo en los temas, repertorios, nombres y simbologías del siglo pasado, porque entonces sí le costará (o le resultará imposible) volver a ser una nueva mayoría. En este contexto resulta tan vital y necesario, entonces, el respaldo unánime a la figura de Cristina, así como la apertura hacia nuevas voces (¡y canciones!), otros sectores y franjas etarias. ¿La participación de Juan Grabois en la reunión nacional del Partido Justicialista va en ese sentido? ¿Algo similar podría leerse de la ubicación de la camporista intendenta de Quilmes Mayra Mendoza y la intendenta de Moreno –del Movimiento Evita– Mariel Fernández, junto al gobernador Axel Kicillof en el acto realizado en la sede porteña del Partido Justicialista en el que habló Cristina? Son señales en el ámbito de la superestructura, es cierto, a las que habría que trabajar en serie con una apertura sobre las mutaciones en el mundo del trabajo y de las costumbres, sobre todo entre las franjas juveniles, pero parecen ser buenas señales (la única advertencia que cabe mencionar aquí es la ausencia, luego, del gobernador bonaerense en la reunión realizada en la sede del PJ, en la que se podía ver sentados a Moreno, Grabois, Massa, Wado De Pedro, Oscar Parrilli, Mariano Recalde, Germán Martínez, Leonardo Grosso, Vanesa Siley, Leopoldo Moreau, Carlos Heller, Agustina Propato y Carlos Castagneto, pero no a Kicillof).
El repudio firme a las maniobras proscriptivas hacia Cristina, más allá de las afinidades o diferencias políticas con ella, da cuenta, tanto en las corrientes nacional-populares (en sus vertientes “democráticas” contemporáneas) como la izquierda parlamentaria actual (que de conjunto en otros tiempos tenía más presentes en el horizonte cambios sociales más profundos y aventuras políticas más audaces que sería bueno recuperar para recrear), de que han comprendido cabalmente que no da lo mismo que ciertas garantías que la maltrecha democracia liberal-representativa tiene como presupuestos funcionen o no. Resulta vital esta comprensión (y su consecuente accionar), en tiempos oscuros como los actuales, con el avance de extremas derechas que hay quienes no dudan en caracterizar como “neofascistas”. Fundamental defender, sostener y ampliar entonces, en la medida de lo posible, todo lo relativo a la libertad de expresión, de manifestación, etc, al mismo tiempo que se recuperan, nuevamente, las sendas de las perspectivas resistentes, tan claras durante el período 1955-1976 (que el “peronismo nostálgico” suele sospechosamente dejar caer en el olvido), así como (incluso por fuera y contra el peronismo, aunque muy afín a la historia de la resistencia peronista), durante el período 1994-2002.
Frente a las bravuconadas del presidente y otros personajes del elenco gobernante, los despliegues represivos de la ministra de Seguridad, las aberraciones que se pronuncian o se dejan pronunciar desde los medios hegemónicos de comunicación y los trolls de redes anti-sociales, no estaría mal volver a leer la Correspondencia Perón- Cooke y los Documentos de la Resistencia Peronista. No para intentar copiar nada, pero sí para librar la disputa anímica que necesitamos, recomponer las fuerzas materiales y simbólicas populares y lanzar una política activa que haga imposible gobernar así la Argentina. Es hora de promover un contraataque frente a todos los golpes que hemos recibido en este año y medio, y generar así, en las calles, el caos suficiente que garantice la imposibilidad de aplicar el protocolo anti-piquetes. Sólo así podremos dejar de pensar en términos de “oposición política”, para pasar a pensar y actuar en la senda de un proceso que nos conduzca hacia una resistencia popular capaz de conquistar futuras victorias.