Las amorosas voces de la vejez en Manuel Puig
Acerca de la versión teatral de Cae la noche tropical.
Por Mariano Pacheco
En esta versión de la última novela de Manuel Puig adaptada para teatro en 2018 por Santiago Loza y Pablo Messiez, ahora es protagonizada por Eugenia Guerty y Carolina Tejada junto a la gran Leonor Manso (quien también realiza la dirección de reposición) y puede verse en la hermosa sala del bar y espacio cultural Hasta Trilce, situado en el barrio porteño de Boedo.
Luci vive su exilio en Río de Janeiro y recibe la visita de su hermana Nidia mientras su hijo ha viajado al exterior. Las mujeres protagonistas de esta historia parecen tener todo el tiempo del mundo: para conversar sobre la vida (con sus recuerdos y fantasías, sus miedos y expectativas). O más bien, diría: ¡tienen todo el tiempo del mundo para conversar sobre la vida de su vecina!
Silvia, interpretada por Carolina Tejada, es una psicoanalista argentina con evidentes dificultades para vincularse afectivamente con los hombres. Es la vecina que parece vivir como atrapada dentro de un melodrama o telenovela, sobre la que se arma la escena de conversación: ella le cuenta su vida a Nidia, quien se la cuenta a Luci. Pero lo que podría ser un banal chismoseo de barrio (así sea de un barrio de Brasil), se transforma en un vínculo muy preciado, primero para las vecinas, luego para las tres, valorado incluso por el hijo de Nidia, que sólo aparece a través de la voz de un llamado telefónico, y de la lectura que escuchamos (de una voz en off) de una carta que ha enviado (decir más sería recaer en spoiler).
Voces en diálogos, cartas, llamados telefónicos… Y el telón de fondo de la vida política argentina introducido de un modo sutil (en este caso, el accionar de la Triple A, primero, y el terrorismo de Estado ejecutado por los militares, después, que obligaron a tanta gente a irse del país): el método Puig por excelencia.
A la tensión entre la quietud de los cuerpos y la vitalidad de las palabras hay que sumarle el dato, no novedoso, pero por eso no menos importante, del gran oído que Puig supo tener para la oralidad, sobre todo de las mujeres.
Alguna vez, en uno de sus cursos en la Facultad de Filosofía y Letras (luego publicado en formato libro por Eterna cadencia bajo el título de Las tres vanguardias: Puig, Saer, Walsh), Ricardo Piglia dice que pasaron muchos años, en la literatura argentina, hasta que apareciera alguien como Puig, con un oído así para el ritmo del habla.
También aquí, en Cae la noche tropical, como en algunos cuentos de Rodolfo Walsh –fundamentalmente: en la serie de los irlandeses–, sucede algo parecido con los personajes. Desde una estética totalmente diferente, ambos autores logran que sus héroes (heroínas), sean personas sencillas en sus vidas cotidianas.
Esta obra transcurre en una casa –o más bien, en la cocina-comedor– en la que las protagonistas comparten el mate, o una copita de anís mientras conversan y riegan plantas tropicales. En simultáneo, puede verse a la vecina, sola, en el living de su casa, pegada al teléfono (¡de línea!, puesto que son los años ochenta y no existen aún ni los teléfonos celulares ni la conexión a internet).
Las palabras envuelven momentos de dramatismo que nunca transitan sin una alternancia con ciertas cuotas de humor, y una ternura que logran tocar fibras sensibles del espectador, sea porque recuerdan a una abuela, tía, madre, prima, hermana, o porque pone en el centro de la escena la cuestión de la vejez, de la soledad, del vínculo con otres cuando la propia vida va llegando a su fin.
Puig mismo dijo alguna vez respecto de esta obra: “por primera vez tengo cerca de mí unas personas que han entrado en la épica de la vejez. Me he dado cuenta de que la vejez es la edad épica por excelencia, porque todos los días echas un pulso con la muerte. A esa edad ya no eres dueño de tu futuro próximo. Todo tiene que ser consultado con la muerte”. Y por eso –son de nuevo palabras del propio Puig– Cae la noche tropical es de algún modo “una novela sobre cómo los viejos necesitan a alguien joven a quien amar”.
Luci y Nidia, Nidia y Luci. Heroínas de la vida cotidiana, decíamos. Por eso no hay superhéroes en esta historia, en la que aparecen mencionadas cuestiones obvias que influyen en una vida cuando pasa el tiempo, pero sin caer en golpes bajos, sin promover miradas victimistas ni que recaigan en el miserabilismo: no hay en esta obra quejas sobre dolores físicos o turnos médicos con los que se tiene que renegar, ni prohibiciones en lo que se puede o no comer y beber, o reclamos a los achaques del cuerpo. Son personajes joviales que incluso bromean de tanto en tanto sobre alguno de estos temas.
Como en otras novelas de Puig, también en Cae la noche tropical hay un núcleo biográfico que atraviesa esta última obra de quien supo decir que “el inconsciente tenía la forma de un folletín”, ya que, de algún modo, los personajes de Luci y Nidia pueden pensarse en relación con su mamá y su tía Carmen, quienes vivieron con él en Río de Janeiro en 1986. Carmen era la última hermana que le quedaba viva a su madre, y era por otra parte la conversadora tía cuya voz –según contó él mismo– inspiró el inicio de La traición de Rita Hayworth, su primera novela.