CRÍTICA DE CINE

Imágenes en resistencia

Una crítica a la película Esquirlas, sobre la explosión de la fábrica militar de Río Tercero.

Por Lea Ross

El tiempo oprime nuestras perspectivas. Y se acelera cuando ciertos momentos históricos inciden directamente en nuestras vidas. Desde un simple virus contagioso hasta una magnánima explosión, se ratifica un principio matemático moderno que comienza con el aleteo de una mariposa. La magnitud resultante no es más que el corrimiento de las partículas y eso empuja a revisar el plano geométrico que las conforman. Es en eso donde Esquirlas, el documental intimista de Natalia Garayalde sobre la explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero en 1995, realiza una composición con enorme sensibilidad perceptiva, como resultado de una búsqueda interminable desde el dolor, pero jamás aceptando ese sentir como un estadio de justificación de parálisis.

Quizás estamos ante uno de los primeros found footage cuyos principales materiales fueron filmados por una menor de edad. La cámara ocho milímetros que recibió la cineasta, en su inicio de preadolescente, expone los resultados de su uso lúdico, y una premonición de la sensibilidad que tendría la actual cineasta, como lo expone la ficcionalización de un escalador y una recreación de un conocido sketch del canal Cablín. Ese ímpetu del narrar se mantiene traspasada las décadas, aún con las tragedias de por medio, donde las escenas filmadas de año nuevo, con la presencia de fuegos artificiales, adquieren un peso literario en el relato.

Desde el comienzo hasta el final, Natalia nos lleva de un género cinematográfico a otro, aún cuando quizás ni siquiera lo buscaba. En cierta manera, la introducción previa a la explosión tiene prácticamente la misma proporción que cualquier película de terror convencional a la hora de “presentar los personajes”. Para cuando llegue la fecha clave, un enorme plano secuencia realiza una increíble definición de encuadre, donde en su interior ocurre el levante a una persona desamparada hasta casi atropellar a un perro, frente a una inquietante y casi perceptible lluvia de fragmentos de metales.

La presencia de dos figuras políticas lleva a la trama a un inevitable thriller, donde la ya conocida declaración escéptica de Menem se profundiza más ante un gobernador Mestre, como su lacayo vergonzoso. No queda lejos las declaraciones de su padre, realizando un planteo no tan paranoico sobre la contaminación atmosférica o de la histórica relación fábrica-ciudad. Lejos de pretender una cierta espectacularidad, hay un manejo fino de estructurar un relato.

El drama familiar lleva a concretar ese contrapunto al inicio del filme, exponiendo la maestría narrativa de su cineasta, pero también su potencia sensible al encarar una revisión compleja por fuera de todo manual. De hecho, se presenta la duda sobre la filmación intencional de su papá en la actualidad, como si la directora tuviera la duda misma de la efectividad en cuanto al montaje de sus archivos.

En la universalidad de lo íntimo, Esquirlas es un filme que habla desde la impotencia frente a la impunidad. Advertida de ser relegada como parte de un período postépico, en tiempos donde la épica transcurría en otros lados del país, pero es en ese costado de lo doméstico donde pretende impactar nuestra propia relación con la Historia a partir de nuestro rol sobre ella. Es en ese plano final que nos remarca que la memoria es siempre resistencia, porque pretende reclamar aquello que nos arrebataron.