Entre el granizo y la represión
Una mirada sobre la situación actual del cine argentino, donde los paisajes cordobeses aparecen en Netflix y los cineastas son molido a palos por la Metropolitana.
Por Lea Ross
“Para una amplia mayoría, ayer se reprimieron a ñoquis inmorales, y para mucha gente eso estuvo bien. Lo que está en riesgo no es solo la producción audiovisual de un país, sino la realidad, la verdad, o sea, curiosamente, la propia materia del cine”, puntea Tomás Guarnaccia, en una crónica que escribió para el portal Con los ojos abiertos, haciendo un paralelismo entra la cobertura mediática hegemónica y la represión de la Policía Metropolitana, ocurrida el pasado 11 de abril.
Quienes definen como ñoquis a quienes trabajan de cine y son repelidos por las fuerzas policiales son los que se conforman ante la exposición de una pantalla como Netflix, que les asegura el contenido que les demanda. O por lo menos, es lo que le dicen los mismos medios que optan por la criminalización. Por ende, hay una falta de de construcción de un espectador por fuera de ese “modelo netflix”, explicado por la falta de capacidad del propio Estado, como también de los círculos intelectuales fílmicos. Porque en definitiva, se debe responder una pregunta básica: ¿para quiénes hay que filmar? De no responder esa pregunta, la respuesta se la “privatiza” Netflix. Y, con ello, su actitud de “okupa” de apropiarse de las imágenes con su marca registrada.
Naturalmente, una cuestión mínima se radica en asegurar la distribución y la exposición de las producciones que no tendrían espacio en el circuito comercial. De hecho, a pesar de su notable crecimiento cinematográfico, la ciudad de Córdoba no cuenta con su propio espacio INCAA, por decisión quisquillosa del Estado Provincial. Es ese mismo Estado que se alegra de que la principal plataforma estadounidense difunda imágenes de su provincia en la tercera película más vista a nivel mundial, que es Granizo.
Eso no solo conlleva a legitimar la artificialidad de nuestra tonada, o el hecho de que Córdoba solo puede ser contemplada, cinematográficamente, con la misma óptica que la cámara drone de la gestión provincial. También pasa por nuestra propia definición de contar relatos; algo necesario de definir para responder la pregunta planteada al comienzo.
Por ejemplo: en distintos medios, el actor Guillermo Francella se planteaba si Granizo era la primera película de cine catástrofe de la Argentina, al tener incluido una secuencia final donde Buenos Aires era destrozada por la caída de enormes bloques de hielo. Puede ser válido si hegemonizamos el “cine catástrofe” a lo que dicta el cineasta Roland Emmerich, director de Día de independencia, El día después del mañana y 2012. Pero si “democratizamos” el concepto, veremos que, en realidad, hay hasta películas cordobesas que encajan en esa narrativa. ¿Alguien puede negar que Esquirlas, el documental personal de Natalia Garayalde sobre sus registros caseros de la explosión de Río Tercero, es ajena a ese género? No solo contemplamos una ciudad devastada, con el pánico de sus habitantes en las calles, sino que podemos seguir una historia familiar clásica, marcada por un giro drástico ante la debacle de su pueblo y que, además, se entremezcla con un thriller político ante la presencia del presidente Carlos Menem y el gobernador Ramón Mestre. Un drama que, casualmente, Granizo lo inicia con un falso registro casero, también con fecha de los años noventa, donde la esposa del protagonista muere por el impacto de un rayo. A diferencia de la película cordobesa, el resto de esa trama se desenvuelve torpemente.
Así vemos que si la realidad es la materia del cine, moldear esa realidad mediante una cámara requiere determinados criterios y contestarse hacia a quién interactuar. Para Granizo, el gran tema a discutir como sociedad es la cultura de la cancelación. Eso es válido. Pero para la mayoría de la comunidad cinematográfica, el mayor miedo es la cancelación a la cultura.