CHARLAS DEL MONTE

Cuentos del Monte

“En este aire donde mística cantó ¿Que debo yo escribir? Que con la fuerza poderosa del amor el mundo está feliz”

Santiago Cossarini, Hechizada

Hay familias de sangre y familias de vida o camino o destino. De los tantos años que vagabundeé por Sudakamérica más de la mitad lo hice con Pablito y Nati, durmiendo en reducidos cuartos de hotel, compartiendo parches y conciertos en peluquerías y colectivos, viajando entre aguayos y mamitas, intercambiando artes y oficios, uniendo destinos y culturas, aprendiendo que el conocimiento está lejos de las universidades y los diarios.

Cuando el Negro Araña me ofreció una tierra baratita en Yacanto Dawn, recordé las charlas en bares de Cochabamba donde soñamos un asentamiento donde construir otro mundo posible. Fueron los primeros a quienes les anuncié la buena nueva. Aún viven en la capital. Pasados los treinta y con un mundo de información a cuestas, La Nati terminó sus estudios como terapeuta ocupacional. El Pablito decidió estudiar educación física mientras atraviesa las calles raudo repartiendo hamburguesas de vegetales orgánicos. Tienen tres hijes y una excelente calidad de vida (en el sentido consciente del asunto y sin grandes consumos que perjudiquen a otres seres del planeta). Con el Manu paseamos la calles lindantes al ferrocarril Mitre pa’ apaciguar su llanto. También viajamos a Bolivia (luego siguieron pa’ México, donde el Manu adoptó el gusto por el picante intenso). Ahora es un adolescente fanático del ajedrez, las mangas, los youtubers y el TEG.

Cuando nació la Mora io vivía en el delta de Tigre, los visitaba seguido. La Antonia, no solo es bravísima, sino que mucho no he podido convivir con ella durante su primera infancia. Forjó su afecto por regla de tres simple: ¿Quién es este tipo de barba al que mis hermanes llamaban tío y que habla con mi taita y mi mama como si hubieran nacido juntes? La vez que volví de la Patagonia con chocolates terminó de adoptarme como “el Tío de los Chocolates”. Algunos veranos llegan al valle a machetear su terreno, convivir con las gentes, soñar con el día que, dejando atrás la maldita babilonia, puedan arrimarse a construir su rancho junto al resto del Barrio Jipi.

“Tío, tío, tío”, gritan todo el tiempo y se entremezclan con el resto de niñes que por estos pagos me han otorgado ese sagrado título nobiliario. Me acompañan a atender el local cooperativo, han pasado la gorra en los conciertos de la Quispe, me visitan en la tatusera, dialogan a la distancia con su duende y hasta la Mora terminó por hacerme adoptar dos gatos: Polonia (que se pasa la mayoría del tiempo en la casa del Taita Gabi, donde fue bautizado Zao Zao por su hija Inau) y Mora (que si bien vagabundea lindo, suele esperarme en la tatusera, conservando increíblemente un pelaje blanco impoluto frente a las inclemencias del monte, incluyendo la autogestión de su alimento cuando se me ocurre irme de viaje).

Justo antes de irse de vuelta a Buenos Aires, iendo a darle de comer a la gata Mora, mi sobrina Mora tropezó con una bicha de mediano tamaño que los hijos del Jipi Matías identificaron como una Yarará. Corrimos apresurados frente a los gritos. Pero, por suerte, como dicen acá en el monte: si gritó es que la vio, si la vio es que no le picó. La pobre bicha permanecía enroscada en un pedazo de leña o dintel de quebracho cercano a la construcción del Hotel Polonia con más susto que mi sobrina Mora, que temblaba y siguió temblando hasta varios minutos después del abrazo. La gonorrea de Antonia se mataba de risa viendo la bicha. Tratamos de explicarle teorías acerca de la deconstrucción del discurso que impone el poder de la naturaleza como amenaza y que muchas veces la vida no es como algunos cuentos o películas donde los bichos son malos y están buscando niñas para hacerles daño. Que hay que caminar por el monte con calma, haciendo ruido, pa que los bichitos se den cuenta que uno esta viniendo y no sea que sin querer se asusten y nos hagan daño. Que la serpiente en la cosmovisión aymara es la creadora del mundo y representa la abundancia y renovación (pachakuti). Los hijos del Jipi ayudaron en las lecciones más que les adultes, con la autoridad que imprime la democracia horizontal de les pares. Se fueron con otra lección de vida.

Días después amanecí como de costumbre apurado. Después de algunos días de lluvia el sol mostraba que el día iba a volver a ser de picante calor veraniego. Me pegué una ducha. Al volver a la tatusera la volví a ver. La bauticé Amaru. Estaba sobre mi almohada (un improvisado atado de ropa sucia envuelto en un aguayo). Ahí en la cabecera de mi colchón vasco (una pila de adobes recubierta de frazadas). No tenía tiempo ni valor pa’ correrla de ahí. La saludé amablemente y seguí mis tareas (observándola de reojo). Quedo enroscada pero pazciente en su lugar. Escuché al lagarto Juancho revolviendo el compost y recordé la vez que con Vicente lo vimos cazando una bicha. Le revoleé un par de sapos pal desayuno. Polonia pasó raudo sin prestar atención ni al lagarto ni a la bicha. Al buscar un abrigo en la pila de cajones de verdura los vi. Eran dos pequeños gatunos. La Mora evidentemente había parido. Nunca la castré pero es brava, buena pa’ sacarse los machos del barrio cuando está en celo. Mi sobrina Mora lo atribuyó a la ola verde feminista. Que no me haya dado cuenta de su embarazo seguro se agregará a la lista de anécdotas que describen mi colgadez. Por un momento me sentí invadido, deseando que vuelva el invierno para dejar de convivir tanto con los bichos en mi hogar. Finalmente hice una reverencia y llamé a la armonía. “Hagan lo que quieran, pero por favor no se maten”, aconsejé patafísicamente. “Bueno”, aclaré, “si cuando vuelvo hay un par de sapos menos no me voy a ofender”. La naturaleza es lo más parecido al peronismo, cuando uno piensa que se pelean en realidad se están reproduciendo. El lagarto Juancho se relamió con su larga lengua y se refregó con la toalla. Polonia pareció mirar con cara de: “A ver si en vez de las bolitas esas esta vez traes hígado o pescado”. Los gatitos chillaban. Mora parecía estar más sorprendida que yo con su maternidad. Los sapos, ancestrales como siempre, ni se inquietaron. Amaru creo, al igual que yo, estaba pensando seriamente en escaparse de ese loquero llamado Tatusera. Aún así todo lo que sucede es más sano y armónico que en el mundo dizque real.

Dibujo: Leo Occhipinti

Aclaración o Advertencia: Por si no se dieron cuenta pero estas charlas, relatos, columnas, son ficción. Ciencia Ficción Jipi. Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.