Ciudad, país o continente del Dios Dinero
Algunas reflexiones sudakas, desde abajo, sobre la película y serie brasileña Ciudad de Dios. Violencia, favela o barrio, comunidad organizada, estigmatización y narcoparamilitarismo empresarioestatal.
Por Tomas Astelarra
Ciudad de Dios, la película, fue estrenada en 2002. Justo después de la gran crisis argentina. Basada en la novela del mismo nombre de Paulo Lins, retrata la vida de esta favela de Río de Janeiro desde su periférica y campesina fundación en los sesentas hasta su compleja trama de violencia urbana en los ochentas. Sigue la vida y desventura de las bandas armadas, tanto callejeras como policiales, a través de la curiosa mirada de un niño que busca ser fotógrafo (Buscapé).
Lins nació en Ciudad de Dios, la favela, y fue parte del grupo Cooperativa de Poetas, que le permitió estudiar Letras y recibir una beca para un trabajo sociológico en el que se basa el libro (y también la película). A la hora de llevar el libro al cine, sus directores, Fernando Meirelles y Karia Lund, decidieron continuar esta vinculación entre ficción y realidad, pantalla y calle, entrenando y contratando jóvenes de la favela para su filmación.
También contratando gentes de los barrios para tareas como el catering o la seguridad. Una seguridad que, ante el no otorgamiento de un permiso por parte del jefe narco de Ciudad de Dios, determinó que la filmación se realizara en otra favela de Río de Janeiro (Cidade Alta, donde si hubo permiso del narcoestado). Para el caso de la reciente serie Ciudad de Dios (la lucha continua), producida por HBO-Max, la filmación incluso se hizo en otra favela (Jardim Iporanga) de otra ciudad (San Pablo). Parte de esta decisión se debió a que, pocos días antes, las milicias (los paramilitares) prendieran fuego 35 colectivos en distintos puntos de Río de Janeiro. Un actor o factor (las milicias o paramilitares) que, con cierto rigor histórico, no estaban reflejadas en la película. Pero si en la serie.
¿Qué son las milicias paramilitares? “Personas que se parecen a los policías, tienen las mismas armas y actúan como la policía, pero son peores que cualquier matón que me halla cruzado en Río”, explica Buscapé en el primer capítulo de Ciudad de Dios (la lucha continua). A pesar de la violencia de estos nuevos actores narcos surgidos en América Latina en los noventas, sus historias son escasamente reflejadas en el mundo del espectáculo. Quizás su historia de ficción no aparece tan frecuentemente porque su historia real acarrea numerosas y complejas tramas de complicidad con el poder capitalista empresario gubernamental (que es el propietario de las grandes productoras audiovisuales).
La violencia popular garpa
La producción final de Ciudad de Dios (la película) ganó numerosos premios, fue éxito de taquilla y recibió cuatro nominaciones al Oscar, demostrando que la violencia popular garpa en el cine (como en las series de narcos). Una violencia de ignotos e intrascendentes barrios marginales, o de líderes populares que se ganan la notoriedad de los medios hegemónicos por dictar los designios de las barriadas populares, al igual que las megacorporaciones financieras propietarias de estos medios, son los que marcan las reglas de este mundo capitalista. Eso que las zapatistas llamaron cuarta guerra mundial contra las pueblas.
Como alguna vez dijo el periodista Carlos del Frade en su libro Ciudad Blanca, Crónica Negra, acerca de la complejidad de estas situaciones en su Rosario natal: “Mientras los grandes medios de comunicación y las redes sociales afirman que la expectativa de vida llega hasta pasados los setenta años, ese avance científico no llega a muchas pibas y muchos pibes de estas regiones. Ellos no leen los libros que escribimos, ni los diarios donde publicamos ni tampoco escuchan nuestros programas de radio, ni ven nuestros proyectos televisivos. ¿Qué hacemos nosotros ante esta realidad? El narcotráfico es el ciclo capitalista actual de acumulación de dinero fresco e ilegal, que alimenta otras actividades legales. Y junto a las armas conforman esa manera de concentrar efectivo sin rendir cuentas a nadie. Hay muchas armas y mucha droga entre los pibes y el pueblo en general porque así se mantiene el sistema”.
Para la periodista italiana Sara Masteralto la opción de las clases populares por el negocio del narcotráfico es una mera decisión racional dentro del actual sistema capitalista. Una cuestión de la oferta y la demanda. Dice Sara: “Condenados a la producción primaria ciertas regiones latinoamericanas se deciden por el producto que más valoración tiene en el mercado, ya sea la coca o la marihuana. A la hora del pequeño margen para un agregado de valor, es evidente que van a decidir dentro de las ecuaciones que impone el capitalismo. ¿Qué mayor margen van a encontrar que el de un laboratorio de cocaína? Aprovechando también la desidias legales y fiscales y una geografía que permite el ocultamiento. Las mismas desidias que aprovechan las grandes corporaciones para generar sus negocios extractivistas avasallando pueblos y naturalezas”.
Incluso los grandes grupos revolucionarios armados colombianos o movimientos sociales campesinos como los cocaleros del Chapare, han tomado la opción de esta economía narco como una forma de financiamiento a sus actividades. “En Bolivia la pobreza es muy extendida pero diferente a la de sectores más típicamente proletarios como las favelas de Brasil o las villas en Argentina. Porque acá vale un peso, un décimo de dólar, el desayuno. Eso ocurre porque hay una caserita que le llega el maní o la papa barata del campo. No te mueres de hambre. En cambio en la favela estás cagado, tenés que volverte sicario. Calculás: mejor morirme a los 15 por un tiro que a los 12 por hambre. No hay vínculos con la tierra, no hay redes de parentezco. Lo que te queda es volverte mafioso o vivir del estado, si podés”, aporta el sociólogo Jorge Viaña, quizás explicando la transición hacia la violencia y el narcotráfico de la población campesina desplazada por economías corporativas extractivistas. Un detalle que no es explica, pero se puede intuir desde un factor histórico, en Ciudad de Dios (la película), en esa transición del campo a la ciudad y sus modernas contradicciones.
Una metáfora, o más bien una realidad, del espiral violento de las marginalidades populares urbanas, que yace subyacente (valga la redundancia) tanto en la película, como en la serie (que incorpora densas tramas ligadas al negocio capitalista y su imbricación en los gobiernos como el tráfico de armas o las milicias paramilitares).
La lucha no para
La serie Ciudad de Dios (la lucha no para), fue producida por el propio Meirelles y cuenta con la actuación de aquellos adolescentes del barrio (hoy actores consagrados) y nuevos talentos surgidos de nuevos castings y talleres. Bueno, no todos.
Estrenado en 2013, el documental Ciudad de Dios: 10 años después, indaga en los destinos de los actores de la película. Fue realizado por Cavi Borges y Luciano Vidigal. Este último uno de los seleccionadores del reparto de Ciudad de Dios (la película). Vidigal vivó las frustraciones de muchos de los actores jóvenes luego de que la fama de la película comenzara a decaer. Como el actor Rubens Sabino da Silva (Negrinho) que acabó en la cárcel o Jefechander Suplino (Alicate) desaparecido tras una fugaz carrera de narcotraficante. El personajes de Pixote (Babenco) muere un par de años después del estreno de la película en un tiroteo con la policía.
A Renato de Sousa (Marreco) no le gustó el mundo de la actuación y se dedicó a trabajar en un taller mecánico. Seu Jorge (Mané Galinha) es Seu Jorge, el afamado artista que aparece en Vida Acuática de Wes Anderson y tocó en la despedida de U2 en Brasil. Sobrina de la genial Sonia Braga (Doña Flor y sus dos maridos), Angélica (Alice Braga Moraes), no venía de la favela. Siguió una exitosa carrera actoral que la llevo filmar con Will Smith o Harrison Ford.
Alexander Rodrigues (Buscapé) haría una breve carrera actoral para luego dedicarse a grabar audiolibros o manejar un Uber. “Cuando me llamaron para la serie me sorprendí y sentí miedo. Pues era regresar a un personaje que ya había dejado su legado”, aclaró en las entrevistas para la serie.
Sin embargo dice que se convenció al ver el guión de la serie: “Vale la pena regresar a está historia porque quedó incompleta. Porque la película era solo de violencia y una comunidad tiene más que eso. Tiene alegría, trabajo, fiestas, samba, funk, tenemos muchas cosas buenas y con mucho potencial. Esa perspectiva se toma en cuenta en la serie”. HBO-Max también grabó una serie documental anexa (Hecho en Ciudad de Dios) donde se refleja el trabajo de siete artistas y emprendedores de la favela Ciudad de Dios.
“No queríamos rejuvenecer ni envejecer los personajes. La película pasa en 1984 y nuestra serie empieza en 2004, que fue un año de disputa política en Brasil. Los personajes tienen el deseo de hablar del Brasil contemporáneo, de la aparición de las milicias, pero también de la reivindicación del movimiento negro y feminista”, explica Aly Muritiba, director de la serie.
“Estos personajes que se transforman en líderes de la comunidad, que es la unión de las personas y que es muy importante en una favela. Porque gracias a la comunidad no estás solo nunca, no pasas hambre. Cuando mi mama salía me cuidaban los vecinos que traían comida cuando no teníamos. Esa unión en la comunidad es la que me representa y me gusta poder retratarla”, afirma Rodrigues en una época donde las nuevas derechas se empoderan en base a un discurso individualista o falsamente meritocŕatico. Desconociendo las reglas básicas y ocultas del Mercado que el liberalismo dice defender y, sobre todo, atacando cualquier proyecto colectivista o reivindicativo (de la justicia social al feminismo o el ambientalismo).
La trama
En la serie Rodrigues (Buscapé, Rocket, Wilson..) trabaja en un importante diario de Río Janeiro como fotoperiodista estrella y vive fuera de la favela. Aunque no ha perdido los lazos. Regresa a Ciudad de Dios para ejercer su trabajo y visitar a su madre y su hija (Leka, Luellem de Castro). Su amigo Barbanthino (Emerson Gomez) se ha convertido en líder social y candidato a concejal. También Berenice (Roberta Rodríguez), aquella chica que vio caer en el barro a su amado Cabeleira en los comienzos de Ciudad de Dios (la película).
Dentro de la trama en la favela se destaca el nuevo jefe narco Curio (Marcos Palmeira), un amable señor que se preocupa por la paz social y el desarrollo de las organizaciones populares del barrio y apoya la campaña de Barbanthino (despreciado por la “casta” política progresista). La curiosa imbricación (vamos a usar mucho esa palabra), que puede ser tomada como complicidad, por abajo, entre narco y estructura social, en la favela, tiene su paralelo, por arriba, en el personaje de Cabeção (Kiko Maques), aquel corrupto oficial que Buscapé fotografiara junto a Ze Pequenho en la película y que es, en la serie, secretario de Seguridad de la ciudad. Su hijo Israel (Rafael Lozano) es el contrincante de Barbanthino en la elección. Tiene una novia Jerusa (Andreia Horta) que opera al violento Bradock (Thiago Martins). Uno de aquellos pequeñines narcos de la película, hijo adoptivo de Curio, que comienza una guerra civil narco en la favela (Ciudad de Dios). Es que en la política, como en el cine, los narcos y villeros buenos no garpan.
Es que la contradicción (que le achaca su hija, la hiphopera MC Leka) de Buscapé reside justamente en que el éxito, mérito, de su oficio, es retratar la violencia de Ciudad de Dios sin desenmascarar su imbrincadas tramas. Saltó a la fama, pudo salir de la favela, gracias a la foto de la violenta muerte de Ze Pequenho, pero no la denuncia del soborno que este daba a Cabeção (ahora ministro de Seguridad). Es que la violencia, y no sus fuentes, es lo que garpa. “En Río donde hay policías hay muerte y donde hay muerte hay noticias”, dice Buscapé en el primer capítulo de la serie.
Parte de esta contradicción aparecerá en escena gracias a la llegada de Ligia (Eli Ferreira), una periodista que intenta investigar el nuevo factor de poder y violencia popular: las milicias paramilitares (financiadas por empresarios y gobiernos).
Narcotráfico de izquierda
Además de la racionalidad del negocio narcopopular dentro del esquema de incentivos de la economía capitalista, la periodista Sara Masteralto tiene otra curiosa teoría acerca del error de la izquierda colombiana al desprovechar su alianza con Pablo Escobar. Es que, más allá de sus difundidos y atroces crímenes o excentricidades, el líder narcopopular de Medellín desarrolló una importante tarea social con ideas de izquierda y voluntad de poder político.
En Medellín al día de hoy las doñas de los barrios le rezan a estampitas de Escobar como en Argentina lo hacen con Evita. Es que Pablo dedicó, como pocas veces hacen los grandes empresarios o incluso muchos gobiernos, una importante porción de sus ganancias capitalistas a la integración sociourbana de barrios populares, con centralidad en el deporte y la ecología.
No contento con ese gesto de “zurdo de mierda” en su ciudad natal, a la hora de expandir su red de comercio por Centroamérica eligió la Cuba de Fidel y la Nicaragua sandinista para engrosar sus arcas revolucionarias. En la Colombia de los ochentas narcos, su socio, Carlos Lehder, se lanzó a la política con el Movimiento Latino Nacional. Su plataforma incluía la legalización de la marihuana, la creación del peso latino, el banco latino, las naciones unidas latinas y la cancelación de la deuda externa de Colombia. Al contado.
Despreciado por la élite de la izquierda progresista colombiana, Escobar finalmente termina pactando con un turbio senador liberal ibaguereño de nombre Santofimio. En 1982, Escobar fue elegido diputado suplente a la Cámara de Representantes del Congreso de Colombia por el Partido Liberal Colombiano. No solo tenía importantes fuentes de financiamiento para su campaña, sino un importe apoyo popular en Medellín. Su discurso era de un fuerte contenido social y ambiental. Pero sobre todo antigringo.
Poco después también sería traicionado por la milicia progresista del M19. Su posterior caída incluyó cruentos atentados contra el candidato progre clase alta Carlos Galán o el refinado director del diario progre El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Pero dice Sara, la principal razón de su caída fue ser “un zurdo de mierda”, no conveniente para el negocio capitalista.
Problemita que no tuvo su heredero político Álvaro Uribe Velez, a quién en 1980, Escobar había logrado ubicar como Director de Aeronáutica Civil de Medellín y que por esa épocas aparecía en el puesto 82 de hombres más buscados de la DEA.
Uribe fue alcalde de Medellín, senador y finalmente presidente de Colombia en 2002. Elegido el colombiano del siglo por History Channel, después de la presidencia se dedicó a recorrer América Latina con su modelo de Seguridad Democrática, inspirado en el modelo de “Ventanas Rotas” del alcalde neyorquino Rudy Giuliani. Modelo que es inspiración para las políticas de seguridad del candidato progreperonista Sergio Massa, pero que en la práctica fue implementado por Mauricio Macri y su primo Jorge en la ciudad de Buenos Aires. Además de la política antipiquete de la ministra libertaria de Seguridad Patricia Bulrich (¿nuestra Cabeção local?).
Complejas tramas del imbrincado mundo del narcocapitalismo cuyas paradojas no garpan en serie y películas. Como el financimiento y complicidad de Uribe con los grupos narcoparamilitares colombianos, también responsables de numerosas masacres contra movimientos sindicales, populares, indígenas, campesinos, afrodescendientes de Colombia, con la complicidad del gobierno local y el de Estados Unidos y en favor de multinacionales extractivistas desde la Coca Cola a la United Fruit.
¿Y esto qué tiene que ver con Argentina?
Adaptada la historia al año 2000 (en pleno nacimiento de los ciclos progresistas de América Latina), la serie Ciudad de Dios (la lucha no para), refleja realidades de estos tiempos que tienen su paralelo en países como Colombia o México: el avance de expresiones políticas de la comunidad organizada en los barrios populares frente al surgimiento de grupos paramilitares, que además del narcotráfico o la venta de armas, permiten el la zona liberada para el avance de negocios inmobiliarios o extractivistas ligados al poder gubernamental, la criminalización de la protesta o propuesta social, el asesinato de sus líderes y dirigentes y la financiación de partidos políticos. No son los pobres, es el capitalismo, es la economía, estúpido.
Una realidad que a veces dentro de su lógica de adaptación al poder capitalista y sus confortables formas de vida, el progresismo latinoamericano ha sabido alimentar desde una moral sin tachas. Lo pobres son violentos, corruptos, vagos y planeros. ¿Qué hay si Cristina es chorra? ¿No es acaso la forma establecida de hacer política? El problema es si esos choreos van a financiar y empoderar burócratas clase media o empresas prebendarios del dizque poder popular o a la verdadera comunidad organizada, que como Pablo Escobar, es hoy la responsable de la regularización de los barrios o las ollas populares, las pequeñas cooperativas de la economía popular, el reciclado y la defensa ambiental, la producción agroecológica y otros milagros del violento margen de la historia.
Al principio de 2022, en Honduras, en el marco de la asunción como presidenta de Xiomara Castro, Cristina brindó la conferencia Los pueblos siempre vuelven. Dijo allí: “Cuando se instalan estas doctrinas neoliberales de supresión del Estado en educación, salud, regulaciones para reducir el impacto ambiental… ¿Quien ocupa este vacío? El narco. Y es curioso que después los que impulsaron estas políticas desde afuera vienen a decir que hay que combatir el narco como si el narco se pudiera combatir únicamente desde el ministerio de Seguridad y no desde donde hay que combatirlo: que la gente pueda acceder al trabajo, a la salud, a la educación, al progreso. Muchas veces también los gobiernos, al carecer de recursos y renunciar a la capacidad regulatoria que debe tener el Estado para preservar el medio ambiente y la calidad de vida de sus ciudadanos, termina autorizando cualquier cosa. Y ya se sabe, cuando alguien quiere invertir, impone ciertas condiciones. Y cuando menos se invierte en seguridad ambiental más rentabilidad tiene cualquier emprendimiento. Quizás en lugar de ganar mil millones y concentrar cada vez mas el ingreso, por ahí hay que ganar quinientos. Sino como me decía un grupo de empresarios mexicanos una vez: nosotros nos quedamos con las armas y los muertos y ellos con el dinero y las drogas. Porque algo que vamos a tener que empezar a discutir a nivel global para combatir el narcotráfico es que los bancos de las grandes potencias dejen de lavar las grandes fortunas que surgen del mismo. Esta es la verdad de la milanesa de lo que pasa hoy en la lucha contra el narcotráfico, en la lucha ambiental, la desaparición y la renuncia del Estado a intervenir a la hora de preservar no solo el planeta, sino también que todos podamos salir a la calle sin tener que refugiarnos en barrios cerrados, en lugares donde cada vez se achican más y también se tornan inseguros, porque es tanta la miseria que hay afuera que finalmente terminan yendo a buscar donde más hay”. “Creo que estos temas son duros, porque cuando uno llama a las cosas por su nombre no es gratis. Es un mundo que cobra muy caro a todas aquellas que mencionamos a las cosas por su nombre y no recurrimos a eufemismos cuando se abordan los problemas”, aclaró Cristina refiriéndose a esta ciudad, este continente, del Dios Dinero.
De la historia narcorevolucionaria del Comando Vermhelo, las fotos de Patricia Bulrich o Victoria Villarruel con grupos paramilitares argentinos o la complicidad de empresas como Manaos o sociedades forestales ligadas al negocio de los bonos verdes en el desplazamiento, a través de grupos paramilitares, de poblaciones campesinas en Santiago del Estero, hablamos otro día.
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