Star Wars en clave política argentina
¿Era George Lucas chanta y argento?¿La caída de los Jedis y la Nueva República es una metáfora del progresismo latinoamericano?¿Yoda es boliviano?¿Donde está el Imperio?
Por Tomás Astelarra | Ilustración: @fuskavisual
Como ya se ha enterado cualquiera que halla visto películas, series, comics, libros, youtubers y agencias de noticias relacionadas con Star Wars o la Guerra de las Galaxias, el universo del filósofo contemporáneo George Lucas transcurre “en una galaxia muy, muuy lejana”. Sin embargo, aclará el director, guionista y empresario multimillonario: “es como poesía, rima”. Y toda poesía que rima, es en sí una metáfora.
Lucas era un joven entusiasta que estudió cine en California. Más menos por la misma época que Jim Morrison. Tenía jóvenes amigos intrascendentes que intentaban fundar una nueva forma de hacer cine, en medio de la profunda crisis económica y social que atravesaba Estados Unidos a principios de los setentas.
Por más que los rusos habían estado al frente en toda la carrera espacial, el hombre ya había llegado a la luna y era gringo. Al final, el dichoso planeta era un conjunto de rocas también intrascendentes mucho menos poéticas e interesantes que las rimas de Becquer. Peor la derrota en Vietnam. O la decisión de los países árabes de subir sideralmente el precio del petróleo. Situaciones que obligaron al joven Imperio moderno a replantear el sueño “americano” (América Latina pronto entraría en cruentas dictaduras y los árabes se comerían la revolución verde de la soja*). Mientras Lucas y sus amigos jipis clase media jugaban al cine, en su país sucedían profundas transformaciones económicas, políticas y sociales. Reforma industrial, tecnológica y sexual, modas, derechos civiles, altos índices de desempleo e inflación. Pa postre, Richard Nixon era el primer presidente gringo en renunciar ante el escándalo Watergate, una densa trama que desnudó las tretas de la casta política gringa.
La sociedad comenzaba a abrirse al consumo como triste consuelo, con la aparición de microondas, walkmans, computadoras y una cosa llamada televisión. Los Beatles separados, el jipismo y el rocanrol como moda, Morrison y Hendrix muertos de sobredosis, Thimothy Leary en cana, un informe del Club de Roma aclarando los límites del crecimiento, los negros con su derechos obtenidos (ponele), poco después del asesinato de Malcom X y Martin Luther King, la Huelga de Mujeres por la Igualdad (Women’s Strike for Equality) fue calificada por la revista Time como la “la primera gran manifestación del movimiento de liberación de las mujeres”.
A falta de sueño americano
“Las películas de los setentas eran descarnadas y deprimentes. Un reflejo de la agitación social y política de Estados Unidos”, aclara el locutor del documental Empire of Dreams: The Story of the Star Wars Trilogy. Allí, el mismísimo George Lucas, cuenta: “A finales de los sesentas, los Warner, los Zanuck, todos los que abrieron los estudios en primer lugar, se retiraban vendiendo el negocio a grandes empresas que estaban en otro rubro y no tenían la menor idea de como llevar adelante una película. Se regían por el marketing y hacían encuestas que decían que había un mercado para películas para jóvenes hechas por directores jóvenes”.
George junto a su amigo Francis (Ford Coppolla) había fundado una ignota productora: American Zoetrope. Después de su primer largometraje THX1138 (éxito de críticas pero no de recaudación), Francis lo desafió a dirigir una película comercial. George hizo American Graffity (1973) y la levantó en pala (u$s 100 millones). El actor principal era un joven e ignoto Harrison Ford.
Entonces George se decidió a llevar adelante el proyecto de su vida. Uno que decía, en noches de farra con sus amigos, iba a cambiar la historia del cine. Todos decimos lo mismo. Pero el lo logró. No fue tan fácil.
El proyecto de la vida de George era una película de ciencia ficción que explorara el poder los mitos tal cual lo había investigado el profesor Joseph Campbell (El Héroe de las Mil Caras). El guion era tan largo que daba pa seis películas. George se decidió a filmar la primera y convenció a un productor de la Century Fox, Alan Judd, de financiarle la locura.
Mucho más: también lo convenció de dejarle los derechos para filmar las otras partes y las ganancias de algo que, en ese entonces, pocos atentos a las nuevas modas de consumo callejero, poca importancia tenía para los empresarios del cine: el merchandising. Para dirigir la película George le pidió ayuda a su amigo Brian (De Palma). Y al propio Cambell para que revisara el guion.
Un billón de años de preparativos
El tiempo de filmación y el presupuesto se agrandaban mientras George llevaba adelante locuras inimaginables para la industria como irse a filmar a África, contratar a un grupo de jóvenes jipis que habían creado una incipiente cooperativa de efectos especiales o elegir actores jóvenes y desconocidos. Judd luchaba con el directorio de la Fox para que no lo rajaran ni a él ni a Lucas. La mayoría del equipo de filmación no entendía a donde iba la aventura, filmando los actores por un lado, mientras que en algún galpón otro grupo de jipones hacía el sonido, la maquetación o los efectos especiales. George contrató a John Williams, compositor de música jazz y autor de la banda sonora de Tiburón (la taquillera película de su amigo Steven Spilberg), para que gravara con la Orquesta Sinfónica de Londres.
A los 20 años, el joven director terminó en un hospital con un pico de stress que le provocó una diabetes. Cuando le mostró a sus amigos cineastas una primera versión de la película, salvo a Steven, a nadie le gustó.
Cuando Steven le mostró su nueva película, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, George le dijo que iba a ser un éxito, mientras que la suya un rotundo fracaso.Para subirle los ánimos, Steven le hizo a George una curiosa apuesta:ambos se quedarían con el 2,5% de la recaudación de la película del otro.
Cuando a Lucas le pidieron de la Fox una adelanto de su obra para las navidades, todavía no tenía el resultado final. Le pidió a los editores un corto hecho a los pedos, que irónicamente decía: “Star Wars. Después de un billón de años de preparativos, llega a tu galaxia este verano”. Más argento imposible. Capusotto total. Chiste de Tato Bores en ese entonces.
Cuando la fuerza te acompaña
Con la película todavía sin editar, George convenció a Marvel de lanzar una serie de comics para atraer a los fanáticos de la ciencia ficción (que se especulaba era lo únicos que iban a estar interesados en semejante delirio). Solo una pequeña empresa familiar de juguetes se la jugó (valga la redundancia) por el merchandising. Apenas 37 salas se decidieron a exhibirla. De ellas, 36 rompieron récords de asistencia en el estreno de Stars Wars. Que se volvió una de las películas más taquillera de la historia.
Las acciones de Fox se duplicaron, Steven se hizo millonario y comenzó a verse por las calles gente disfrazada saludándose con la frase: “que la fuerza te acompañe”. La película ganó 7 premios Oscar. La pequeña empresa de juguetes que hacía el merchandising tuvo que empezar a vender cupones de adelanto para sus productos. No llegaban a tiempo de producir tantos juguetes como la demanda exigía.
Con la tarasca que ganó, George, onda La Renga, armó su estudio independiente, rechazando a Fox para hacer su segunda película El Imperio Contraataca. Construyó en la laderas de Beberly Hills un paraíso para los directores alternativos: el Skywalker Ranch. Allí reunió su productora, Lucas Films, con la jipona empresa de efectos especiales con nombre de rock progresivo (Industrial Light Magic) y otra de edición y mezcla de sonido (Sprocket Systems, luego rebautizada como Skywalker Sound). Luego aparecerían Lucasfilmgames, pionera en juegos por computador. O la división de gráficos por computadora que le vendió a Steve Jobs de Apple Computers (la actual Pixar). Su sistema THX de proyección revolucionó la industria. También se convirtió en el presidente de The George Lucas Educational Foundation y adoptó tres niñes: Amanda, Katie y Jett. En 1983 filmó la tercera parte de la sagas: El retorno del Jedi.
Las ganancias de Una nueva esperanza (primera y luego cuarta entrega de la saga) la repartió entre sus empleados. Como si le quedara algo por hacer inventó junto a su amigo Steven, Indiana Jones y Jurassick Park. Ahí encontró la tecnología adecuada para remasterizar, en 1997, la trilogía original.
En 1999 aparecería la tríada de precuelas (IV, V y VI, desde entonces, por orden cronológico en la historia de esa galaxia muy muuy lejana, I, II y III).
En enero de 2012 anunció su retiro de la producción a gran escala y nombró copresidenta de Lucas Films a la productora Kathleen Kennedy, para finalmente dejarle la dirección de la empresa al año siguiente. Ese mismo año le vendió los derechos de Star Wars a Disney por más de 4 millones de dólares. Cuando hace poco recibió de manera honorífica la Palma de Oro del festival de Cannes, Lucas afirmó: “Nunca hice una película de Hollywood como director. Por lo que es un verdadero honor recibir este premio. A pesar de tener muchos fans, no hago la clase de películas que ganan premios”. “Para ser honestos”, se refirió a ese grupo de amigos jipones que revolucionaron el cine gringo: “no estábamos interesados en hacer dinero. Estábamos interesados en hacer películas. Esa era la gran diferencia”.
Blancos y negros
Para confirmar la visión de un George Lucas chanta y argento, alguna vez Tomás Rebord dijo en su programa Maga: “George hizo Dune (el libro) for dummies (tontos). Porque agarra y dice: perfecto, me encantó lo del imperio y lo de los rebeldes y lo del planeta con arena ¿Pero no podría ser mas simple?”. “Porque lo bueno de Dune es que no hay buenos ni malos, como la política real. Hay intereses concentrados y dinámicas de poder. Hay orden y caos. Y ahí: ¿quién es justo y quién es injusto? Depende. Entonce George dijo: Ok, puedo trabajar con eso. ¿Pero y si los malo se visten de negro? Vamos a hacer un imperio todo de negro y sables rojos y unos rebeldes en el desierto. Es el Imperio del gordo Mc Donalds”, afirma el influencer. De todas formas, para confundir un poco, si bien los malos en general visten de negro (como el malvadísimo Darh Vader), sus soldados de asalto o stormtroopers son blancos. Pero, como dice el fandom de Star Wars: “Nada más boludo que un stormtrooper”.
El argumento de aquella primera película (Una nueva esperanza) es muy simple: hay un imperio maligno y con grandes estructuras armamentísticas, comerciales y evidentemente financieras, contra el que luchan un puñado de rebeldes sin la más mínima probabilidad de éxito. Un joven y pobre granjero (Luke) se junta con un viejo revolucionario Jedi retirado (Obi Wan) y un alocado contrabandista (Han Solo) para ayudar a una princesa rebelde (Leia) a rescatar unos planos de un arma de destrucción masiva (la Estrella de la Muerte). En el plano había un punto débil que (años después nos enteraríamos por Rogue One) diseñó un ingeniero bien pago por las multinacionales del Imperio. El tema es que el ingeniero había sido obligado y tenía su corazoncito rebelde (onda Andrés Carrasco o Manuel Savio).
David y Goliaht. Un mito que podría aplicarse a cualquier cultura ancestral según las teorías de Cambpell. Y que por ende pegó fuerte en el corazón del pueblo. Que retribuyó agradecidamente, como hacemos casi todo hoy día: consumiendo.
“La narrativa de Star Wars es elemental”, dice Rebord. “Lucas es parte de esa gente que buscó el infinito como Jung, Alan Moore, Jorodowsky, Macedonio Fernández, Borges o Niels Bohr. La discusión entre Obi Wan y Anakin (Darth Vader) es la misma que entre Freud y Jung, o Einstein y Bohr: el límite entre la ciencia y dios. La tensión entre el arquetipo, el límite de la humanidad y la pelea por el control, la ilusión del dominio”. Y agrega: “La idea del control es tan terrible que cuando Bohr le explica a Einstein que en el borde de la realidad la gravedad ya no aplica, sino que es una tierra mágica donde todo es caos, Alberto le dice: Dios no juega a los dados. Y Niels le responde: No le digas a Dios que hacer”.
En Una nueva Esperanza (1977) ganan los buenos. En El Imperio Contraataca (1980), los malos. En El Retorno del Jedi (1983) vuelven a ganar los buenos y el terrible Darth Vader termina asesinando a su jefe (el terrible emperador Palpatine) certificando la victoria de “los rebeldes” sobre el Imperio. Los rebeldes son ayudados por unos ositos cariñosos y primitivos de nombre Ewoks.
Padres e hijos
La cosa se pone media confusa, casi culebrón latino, cuando en El Imperio Contraataca, luego de intentar convencer a aquel joven campesino del desierto (Luke, ya hecho un caballero Jedi), de que se sume al Imperio, el terrible Darth Vader dice la escalofriante frase: I am your father (Yo soy tu padre).
Pero la cosa se pone más complicada en las precuelas. Primero porque las tres primeras películas de Star Wars pasan de numerarse I, II y III a numerarse IV, V y VI. Segundo porque la saga ya tenía meticulosos y estudiosos fans que, ingiriendo cantidades inusitadas de comics, libros y otras derivaciones de la locura o sueño de aquel jipón gringo ya vuelto yupi millonario, expresaron masivamente que las nuevas creaciones de su profeta George eran básicamente una mierda.
Tercero porque el asunto del bien y el mal comienza a difuminarse. En La Amenaza Fantasma (1999), El Ataque de los Clones (2002) y La Venganza de los Siths (2005), George cuenta la historia de Anakin Skywalker, el padre. Un niño prodigio, que tipo el Diego en Villa Fiorito, es rescatado por un par de maestros Jedis (uno es Obi Wan) de un planeta pobre, ignoto y periférico (el mismo donde años antes, o después, vimos a su hijo Luke) para llevárselo a la capital (Coruscant) a jugar en las grandes ligas Jedi. Pero resulta que al revés que su hijo, Anakin es tentado por el entrañable y malvadísimo senador Palpatine para unírsele en la destrucción de los Jedis y la creación del Imperio (que luego, o antes, veríamos consolidado en Una Nueva Esperanza). Algo así como un patilludo con poncho de la tierra de Facundo Quiroga prometiendo salariazo y revolución productiva para al final juntarse con Bunge y Born y hacer una histórica revolución neoliberal que terminó de destruir el país y generar la rebelión del 2001. Ponele.
Lo más complicado de todo es que en las precuelas (I, II y III o IV, V y VI), los Jedis comienzan a no ser tan buenos: algunas burocracias poco alentadoras, deliberaciones infinitas e inoperantes, abusos de poder, excesos en medio de una guerra y cierto dogmatismos progresistas poco reales para la realidad imperante. El pueblo, cansado de la guerra (maravillosamente pergeñada y conducida por Palpatine en ambos frentes), lentamente apoya el Imperio como una solución, quizás poco ética, pero efectiva, para un paz aparente. Una revolución popular por derecha (como la de Javier Milei).
Zona de grises
Acá deberíamos hacer un paréntesis para explicar el asunto este de “la fuerza”. Que vendría a ser algo así como “las fuerzas del cielo” del actual presidente argentino. Solo que en vez de un perro y una hermana tarotista, a veces es dictada por curiosos extraterrestres como el famoso Yoda (que además de verde y parecido a ET, habla medio en boliviano, tipo: bueno serás joven pero caer en la oscuridad no debes).
El tema es que la fuerza se puede usar para “el bien” o para “el mal”. Para “el bien” la usan los Jedis. Que son algo así como los guardianes de la galaxia por más que no gobiernan (tipo Cristina). Para “el mal” la usan los Siths (Galperín o Paolo Rocca). Que son unos señores malvados que por suerte hace rato fueron extinguidos de la faz del universo por los Jedis (tipo la derecha en la década ganada).
El tema, en los episodios I, II y III, es que, como La Campora, los Jedis medio que se instalaron en la capital en un lujoso templo. Se burocratizaron y verticalizaron sin atender muchos a las visiones u opiniones periféricas, incluso obligando a algunos Jedis más idealistas, onda Graciela Fernández Meijide o los socialistas santafesinos, a pasarse a la fila de los Siths.
En medio de esto se lanza una guerra comercial tipo la 125, a la vez que, en secreto, el senador peronista Palpatine (el futuro Emperador, que en realidad es un Sith) manda un Jedi para armar un ejército de clones (o militantes de la Cámpora) que ayudarán a los Jedis y la República en la guerra contra el sindicato de comerciantes y un montón de planetas pymes aliados (a los que después el Imperio termina aniquilando).
Por supuesto que los Jedis no se dan cuenta de esto y siguen rosqueando en su templo mientras que un Sith encubierto, el senador y luego canciller Palpatine, bien a lo Pichetto, Massa o Fernández, va tejiendo poder en las sombras y sobre todo, chamullándose a la joven promesa Jedi (Máximo Skywalker) en lujosas cenas o visitas a la Ópera.
Las contradicciones burocráticas y palaciegas de los Jedis (que no quieren hacerle el juego a la derecha) terminan finalmente volcando a Anakin al lado del mal y convirtiéndolo en el terrible Darth Vader. Los Siths toman el poder, matan a los Jedis, y, bajo la excusa de la seguridad interior, crea un Imperio con un Senado medio corrupto y de cartón que le aprueban todas las leyes. No vamos a explicar esta última metáfora porque es bastante lineal.
- Dicen las teorías conspirativas que fue el inefable Henry Kissinger el que ideo venderle la soja transgénica a los arabes bajo el lema: “el primero te lo regalo el segundo te lo vendo” (Cipollatti dixit). Las dictaduras en América Latina bajo la teoría del shock del chigaco boy Milton Fredman profundizarían el modelo extractivista y de saqueo financiero en el continente, renovando las esperanzas del Imperio.