Pensamiento Crítico

Una nueva juventud revueltista asoma

Fueron protagonistas en la resistencia a la represión mientras se aprobaba la Ley Ómnibus en el Congreso. No son los pequeños grupos de acción directa ya conocidos, sino pibas y pibes que se van sumando a la lucha en esta nueva etapa. Aún está por verse qué formas de organización adoptarán.

Por Pablo Solana para Revista Resistencias Fotos: Laura Pirraglia

Los cacerolazos de la noche del 20 de diciembre contra el DNU anunciado por Milei marcaron el inicio de una nueva etapa de resistencia. En medio de la dinámica de movilizaciones que se abrió a partir de entonces, la militancia popular está asumiendo la tarea de redefinir objetivos, replantear los métodos de acumulación de fuerzas y recrear nuevas formas de lucha, que no se parecerán a las que conocimos en los años de mayor calma social.

Desde aquellos primeros cacerolazos hasta las movilizaciones al Congreso contra la infame Ley Ómnibus, ganó protagonismo en las calles de Buenos Aires una juventud rebelde, desafiante, que rechaza las estructuras políticas o sociales tradicionales y que está dispuesta a poner el cuerpo para fortalecer la resistencia.

“Nueva juventud revueltista”, la denominó Leandro Germán, sociólogo y exmilitante de izquierda que ahora ve con expectativa los síntomas novedosos de la protesta.

Mariano Pacheco, militante desde los orígenes del movimiento piquetero y actual director del Instituto Plebeyo Generosa Fratassi, coincide: “Es un activismo juvenil, ambiental, de la diversidad sexual, artistas, que no están con ninguna estructura pero son bien activos”, define.

Quienes estuvimos en las movilizaciones frente al Congreso podemos dar fe de la emergencia de este nuevo protagonismo. Detalla Germán: “Son pibas y pibes a los que les gusta, como alguna vez también nos gustó a nosotros (acá les hablo a quienes vivieron los 90) demostrar que no le tienen cagazo a la policía; que si corren es para volver (así fue el 2001: avanzar y retroceder, avanzar y retroceder durante horas); en suma: que se la bancan y ponen el cuerpo”.

Durante las protestas frente al Congreso mientras se trataba la Ley Ómnibus, la represión fue violenta pero a la vez selectiva. Aunque el objetivo fue y seguirá siendo disciplinar y generar miedo, la excusa del accionar policial durante esos días era sacar a los manifestantes de las calles. Es cierto que en un par de ocasiones la policía motorizada avanzó sobre la plaza, pero esa no fue la regla. Quienes se mantuvieron en los sectores donde no alcanzaba la represión no padecieron golpes ni gases. Esta aclaración resulta pertinente porque el escenario de represión/resistencia que se dio durante esos días permitió, con más claridad que otras veces, notar quiénes desafiaron la provocación policial: fueron las pibas y los pibes de esa nueva juventud revueltista los que pusieron el cuerpo para frenar el avance represivo contra la protesta social.

No se trató esta vez de los pequeños grupos encapuchados y dispuestos de antemano a tirar piedras. Durante los años anteriores hubo algunas movilizaciones en las que eso fue lo que sucedió: por ejemplo, en las marchas por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Generalmente se trata de militancia anarquista organizada para la acción directa. Pero en esta ocasión lo que se vio es otro tipo de participación. Una juventud combativa, sí, pero menos organizada en grupos tipo “células” y más integrada en espacios amplios de participación, ya sea en cercanía a algunos grupos de izquierda, vinculada a espacios culturales en resistencia o acompañando al renacido movimiento de asambleas barriales.

Un pasado cargado de futuro

En la vinculación de la nueva juventud revueltista con espacios sociales y políticos existentes reside una cuestión nodal, que con el correr del tiempo habrá que verificar: ¿se está gestando una radicalidad en la protesta de carácter orgánico, es decir, no escindida del pulso del movimiento popular?

La resistencia durante los años 90, a su modo, construyó esa condición: las medidas de lucha más contundentes, las que más afectaron al régimen neoliberal, fueron las que combinaron radicalidad en la confrontación con masividad: piquetes multitudinarios en las rutas, cortes de puentes, puebladas y paros activos con bloqueos en fábricas y terminales de transportes. De esa mixtura entre acción directa y vocación de masas surgieron corrientes sindicales combativas y organizaciones piqueteras con fuerte arraigo popular, desde la UTD de Mosconi hasta la CTD Aníbal Verón.

Es cierto que todo aquello queda lejos en el tiempo. Las formas organizadas de la resistencia que detonaron la rebelión popular del 2001 se correspondieron con un largo proceso de lucha sostenido durante casi toda la década de los 90 y principios de 2000. Hoy, en cambio, venimos de 20 años de ejercicio de la política casi exclusivamente a través de los canales que brinda la institucionalidad (las “14 toneladas de piedras” de diciembre de 2017 que voltearon la reforma previsional y dieron un golpe de gracia al macrismo fueron una sana “anomalía” en ese largo período de institucionalización).

Hoy el análisis concreto de la situación concreta parece indicar que para ese lado avanzamos, pero aún la situación no da para mucho más de lo que se vio estos días en las calles. Los hechos de resistencia protagonizados por esta nueva juventud revueltista, aun siendo tenues, pueden preanunciar algún tipo de confluencia armónica en escenarios futuros de movilizaciones masivas, que de seguro necesitarán de la autodefensa y la capacidad de resistir la represión.

Sobre la crítica “legalista” a la acción directa

No es el objetivo de estas líneas analizar las formas que adoptó la resistencia a la represión durante las movilizaciones del Congreso (que, por otro lado, tampoco fueron tantas, aunque se hicieron notar amplificadas por algunos medios). La acción directa es parte del repertorio de la lucha popular, y su legitimidad estará dada por el momento político concreto.

A la hora de evaluar el accionar popular deberíamos al menos evitar el lugar común de la mirada “legalista”, que sentencia que toda acción directa, al salirse de los marcos de lo permitido, le da argumentos a la derecha; por lo tanto, quienes la ejercen son catalogados como infiltrados o funcionales a la represión, aunque en la gran mayoría de los casos no haya evidencias para sostener tal acusación. Es cierto que en algunas ocasiones los “servicios” pueden montar una provocación, pero quien conoce el paño sabe que hay militancia accionando de ese modo (grupos anarquistas, algunos que se definen guevaristas, minoritarios pero no por eso ajenos al amplio campo de las organizaciones populares).

Para no dejarnos sorprender por señalamientos que generan miedo y desconfianza será importante tener en claro quién elabora esas caracterizaciones. Cuestionan la legitimidad de la acción directa políticos, dueños de medios de comunicación y jerarcas sindicales que condicionan su mirada sobre el protagonismo popular en función de sus propios intereses; de ese modo se vuelven convencidos defensores y garantes de la “gobernabilidad”. En contextos como éste, esa es una concepción derrotista, porque cuanto más gobernabilidad tenga el gobierno, más daños irreversibles el pueblo padecerá.

Por otro lado, tampoco suele resultar útil el punto vista de quienes afirman, desde cierto dogma anarquista o insurreccionalista, que la única forma válida de enfrentar la represión y manifestar la bronca ante situaciones injustas (como las que estamos atravesando), es a través de barricadas, piedras y el incendio de algún tacho de basura, sin tener en cuenta el más mínimo factor de contexto.

Estas consideraciones sobre la legitimidad de la acción directa podrán resultar extrañas, poco habituales. La confrontación callejera estuvo ausente durante muchos años (salvo algunos casos puntuales), y por lo tanto estas cuestiones habían quedado relegadas a un lugar marginal.

Sin embargo, ante el brutal ajuste y las medidas represivas que se vienen, habrá que elaborar los necesarios replanteos políticos y también reactualizar algunos debates dejados de lado. Habrá que analizar a futuro y también saber desempolvar viejos saberes que serán útiles de ahora en más.

La nueva juventud revueltista ¿se organiza?

Decíamos más arriba que, a diferencia de los grupos de acción directa, que suelen moverse sin mayor anclaje con la movilización a la que se suman, en este caso la juventud que pone el cuerpo para desafiar la represión pareciera estar cercana a espacios de organización más amplios vinculados a cierta izquierda, al activismo cultural o a las renacidas asambleas barriales. Lo cierto es que las pocas jornadas que transcurrieron hasta ahora, y las escaramuzas puntuales que se dieron con la represión, no alcanzan para arriesgar un diagnóstico más preciso que el que volcamos en esta primera aproximación.

De qué modo se organizará esta nueva juventud revueltista aún está por verse. Lo cierto es que su presencia en las luchas ya es un dato de la realidad que sería ingenuo obviar.