Lo urgente de filmar la urgencia: Breves palabras y apresuradas sobre Marcelo Céspedes (1955 – 2020)
Por Lea Ross
Quien escribe éstas líneas, no vio casi nada de las películas de Marcelo Céspedes, que en el dia de ayer dejó de estar físicamente. Y a la hora de repasar sus trabajos, en particular aquellas realizadas a comienzos de la democracia, junto con Carmen Guarini, me hicieron recordar del devenir del documentalismo argentino de denuncia, donde paulatinamente a dejado atrás al presente como su materia prima.
Y es que con la salida de la Dictadura, la figura del “desaparecido” y familiares de los mismos acapararon gran parte de las pantallas, y con ello la sentencia hacia un horror relegado al pasado, bajo el consuelo alfonsinista de nunca más retornar a aquellos tiempos.
Pero frente a la “desmilitarización” del Estado, mediante el desfinanciamiento paulatino de las Fuerzas Armadas –y con ello, la figura del maldito policía como heredero de los principios básicos del Proceso-, el costado civil del régimen se mantendría intacto. De esta manera, la cámara de Guarini y Céspedes dispararían contra ese mismo, aunque no por eso dejando a un lado cierta melancolía setentista.
En el mediometraje Buenos Aires, crónicas villeras (1986), el material expone los archivos de Videla y Martínez de Hoz como precursora de las villas porteñas enfrentadas a los enormes edificios y contenedores, donde se guardan la mercadería para el comercio externo. El contraste de ésta índole es una constante en el cine latinoamericano. Ya no se requiere utilizar el montaje para resaltar los ganadores de la renta con los que la pierden: ahora, todo es en un mismo plano.
Incluso, en el filme, se retorna las filmaciones en contrapicado de los enormes edificios destinados para los de mayor poder adquisitivo. Esa misma perspectiva realizaron Pino Solanas y Octavio Getino en La hora de los hornos (1968) quienes, a su vez, mediante un falso raccord, usaron la secuencia de Fernando Birri en su corto emblemático Tiré dié (1960), donde menores pudientes santafesinos pedían, desesperados, que tiraran unas monedas a aquellos que viajaban en el tren en movimiento.
El Birri de 1960 mostraba la angustia misma de un presente inaguantable. Los Solanas y Getino, casi una década después, retomarían esas imágenes para contrarrestarlas con esos edificios para lanzar su grito programático político. Luego, vendrá la dictadura. Y después, Céspedes y Guarini, al proyectar las villas y esos edificios en un solo cuadro, sin necesidad de realizar cortes, expondrían la derrota política, por más que los militares retornaran a sus casas o cuarteles.
El mismo pesimismo se resaltaría en la película Hospital Borda, un llamado a la razón (1986), donde a pesar del notable espacio para deambular que poseen los usuarios dentro la reconocida clínica de salud mental, es desde sus palabras, el alimentar y en la higiene, donde los personajes sienten y son como émulos de los privados de su libertad en las cárceles. El corte de presupuesto en la cuestión sanitaria es una urgencia que el filme parece exigir su freno, frente a la desdicha de los enfermos, que a diferencia de vecinxs de las villas, no parecen contar con una proyección de salida colectiva. Incluso, polemizando con el propio filme, al poner en duda sobre hasta qué punto algunas tomas se realizaron con su consentimiento.
La noche eterna (1991) es quizás la que más resalta la herencia setentista de Raymundo Gleyzer, al subrayar la traición como una cuestión medular ante un conflicto que ocurre en el ahora, en un aquí lejano patagónico. La lucha sindical de los trabajadores mineros del Río Turbio se reducen a su vez en lo testimonial de sus experiencias desde adentro de sus propias viviendas, incluyendo la de sus familiares. La promesa peronista (del Perón de 1946) de un futuro prometedor para la actividad carburífera se hace trizas con el peronismo traicionero de 1990, no solo por parte de Menem y del gobernador de Santa Cruz, sino incluso a aquellos que traicionaron las banderas de los que salen a las calles. Faltaría una década después de su estreno, para que ocurriera la trágica muerte de 14 mineros por la desidia neoliberal.
Finalmente, más allá de su falta de optimismo frente a una realidad visceral, resulta notorio de cómo estos trabajos de Marcelo Céspedes evitaron reusarse a la evasión del presente mismo y tomar por las astas al cine como un amplificador de gritos que más de uno ha tratado de resistir. Para el presente siglo, tal vez no muy distinto de aquellos tiempos, no son muchxs lxs que rechazan aceptar que otras plataformas, como la televisión y los canales de YouTube, le arrebaten al cine su rol en la denuncia de lo urgente. Dicho sea de paso: en Buenos Aires, crónicas villeras, en más de una toma vemos la presencia del logo de la empresa Sevel, de la familia Macri, acusada de contrabando. ¿Cuántas películas de denuncia contra la presidencia de Mauricio Macri se han filmado hasta la fecha?