CHARLAS DEL MONTE

La ilusión positivista

El poder económico concentrado siempre ha dado promesas de un mundo mejor. Todavía nos deben las de la religión y la ciencia, las del liberalismo y las del progresismo. Entre otras fake news.

“Ya no pedimos pan, techo, ni abrigo,

nos conformamos con un poco de aire.

¿Catastrofista?

¡Claro que sí!

Pero moderado”

Nicanor Parra

“En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quien triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos”.

Primer manifiesto nadaísta

“Convivir con eso puede ser insoportable. Mirar a los ojos al sinsentido que representa puede ser espantoso. Es un vacío al que escapamos, pero que se vuelve necesario afrontar si la fantasía que nos protege de la idea de la muerte nos está arruinando la vida”.

Sebastián Brusezze,

Por Tomás Astelarra Ilustración portada Fuska y Nico Mezquita

La edad media es vista históricamente como un caos expandido tras la caída del imperio romano. Algunos historiadores económicos rescatan, entre otras causas del dichoso derrumbe del quinto o sexto intento de imperio de la humanidad, la devaluación de su moneda.

Es que el imperio donde nunca caía el sol era tan basto que no alcanzaba el oro disponible para pagar tanto ejército que evitara las revueltas obvias de las pueblas desagradecidas con el avance civilizatorio de los herederos de la democracia moderna (y otros inventos, como la palabra economía).

Entonces a algún asesor se le ocurrió meterle otros metales a las monedas. Lo cual sería la primera experiencia de emisión monetaria por encima de las posibilidades fiscales del estado. Como la maquinita de imprimir billetes solo que no existían ni maquinitas ni billetes. Mucho menos criptomonedas o burbujas financieras especulativas.

Pero como la plebe no era tonta, se dio cuenta que había monedas de oro y otras de metales diversos. Entonces establecieron una especie de tipo de cambio donde las monedas de oro valían más que las diversas. Tipo las mamitas bolivianas que en el 2002 te vendían un alfajor que valía 1 peso a 100 lecops o patacones para devolverte 90 pesos de tu billete de 100 lecop o patacones. Lo que misteriosamente hacía equivaler 1 peso a 10 patacones o lecops.

A veces las pueblas son menos boludas que lo que se creen los boludos que digitan las políticas mundiales en contra de las pueblas. Cuando no se levantan y tumban un presidente, vuelven a estatizar una empresa de agua o algún quilombito por el estilo.

Dicen algunos historiadores que, más o menos por ahí, nació la devaluación, el dólar blue, la suspicacia acerca de las políticas del estado, las reacciones populares a las mismas, y sobre todo, las múltiples divergencias en la mirada histórica. Que a veces es opinable, otras sobornable, y muchas veces la madre de las fake news.

Caos es oportunidad

Entre el caos civilizatorio del imperio romano y la peste negra hubo pueblas que se organizaron autogestivamente en comunas (al igual que los piquetes de la crisis neoliberal en Argentina con la conducción de las doñas o poetizas populares). Se volvió a la conexión con la naturaleza, sus medicinas y alimentos, el cuidado comunitario, una actividad esencialmente femenina.

Otros pueblos prefirieron aumentar sus grados de esclavización pagándole impuestos a los señores feudales para que los protegieran de las turbas populares en su castillos o countries, protegidos por soldados o empresas de seguridad, que los pueblos pagaban con su trabajo. Más un pequeño porcentaje destinado a que los nobles no trabajaran.

Ya hace rato había nacido la casta, dice Abdulah Ocallán, el día que la acumulación originaria a través del nacimiento de la agricultura, parió los primeros “chantas”, señores que decían hablar o representar a dios, para que el pueblo le diera el poder de organizarlos y dictar leyes (nacía el Estado).

Durante la Edad Media, la religión, si bien seguiría dando la lora muchos siglos, fue puesta en cuestión. ¿Como Dios iba a ser responsable de semejante quilombo? Entonces el renacimiento vino de la mano del iluminismo, donde el hombre tenía la posta de la verdad de la milanesa, a caballo de una cosa llamada ciencia. Ciencia que para nacer tuvo que pedirle un últimito favor a la religión: acusar de brujas a las doñas que organizaban las comunas y atentaban contra el poder feudal y patriarcal para así avanzar temeraria y positivistamente en el desarrollo moderno, ignorando, que el verdadero problema era desconocer la naturaleza o Madre Tierra, que las doñas representaban. Entonces las mujeres hasta tuvieron que pedirle consejo a los hombres pa parir.

Con el nacimiento de las religiones protestantes se fomentó la razón y el individualismo. También dejó de ser pecado la usura. En el siglo XVIII el artesano Amschel Moses Bauer abrió una tienda de monedas en la ciudad de Fancfort de Meno (Alemania). La tienda tenía un cartel en el que se representaba un águila romana en un escudo rojo. Lo que le dio el nombre de Rothschild.

Su hijo Mayer estableció buenas relaciones con Guillermo I. Su nieto Nathan se mudó a Inglaterra donde, además de empresario textil fue el financista de la guerra contra Napoleón. Su influencia llegó hasta Sudakamérica, donde para proteger sus intereses en el negocio ferroviario, financiaron la Guerra de la Triple Alianza, donde Argentina, Brasil y Uruguay destruyeron el proyecto autonomista de Paraguay en un negligente masacre popular.

Con el oro del Potosí

Tanto los bancos como el nuevo orden imperial civilizatorio europeo pudieron superar los problemas monetarios del imperio romano gracias al oro del Potosí. Es decir, que los europeos, mucho antes de inventar la maquinita de hacer billetes, le robaron el oro a los papachos bolivianos para no tener que inventar monedas truchas. Una vez más, las pueblas financiaron la conquista con su propio oro.

Y en Europa, los burgueses del norte (Inglaterra u Holanda), ligados al nuevo capital financiero, aprovecharon la abundancia monetaria y el consumo de los nuevos ricos de España y Portugal para venderle objetos suntuarios, como por ejemplo vestidos. El aumento de la demanda provocó una escala y necesidad que, sumada a los sueños de la razón, la usura y el individualismo, derivaron en la revolución industrial y el nacimiento del capitalismo. Que tuvo a la ciencia como su principal aliada para convencernos que las cosas son exactas. Exactamente como dicen los científicos contratados por el poder de turno.

La ciencia es, desde entonces, un juego adolescente, una competencia, para ver quien tiene la bendita razón, esa razón cuyos sueños, como vaticinó Goya, generaron los monstruos de este sangrante presente globalizado o crisis civilizatoria. Hacia ese progreso sin límites humanos o planetarios se lanzó la humanidad, olvidando que, como decía el papacho Max Neef, somos la naturaleza teniendo una experiencia humana.

Los resultados son evidentes. Las soluciones no. Sobre todo en una cultura donde el que te vende la enfermedad, es el mismo que te vende el remedio. Donde la obsolescencia programada, la publicidad y el extractivismo voraz, confirma la definición positivista de la economía, dizque “la ciencia que administra recursos escasos para necesidades infinitas”. Un problema sin posible solución y lejano a la etimología ancestral de la palabra (de raíz grecoromana) que significaría, según io, “el cuidado de la Casa Común”.

En medio de este complejo caos y oportunidad, hay gente que se pregunta porque otra gente vota a Milei.

La quinta derivada

Cuando estaba en la universidad, un profe muy copado tenía una clase especial a la que asistíamos solo una decena de enfermites que saboreábamos las mieles de la matemática compleja y los modelos de “maximización” de la utilidad, nacidos de la ciencia positivista que financió, inocentemente, la Madre Tierra desde Potosí.

La utilidad es un concepto que el filósofo Jeremy Bentham descubrió, según el papacho Manfred Max Neef, para encontrar algo que, más o menos, diera a la naciente ciencia económica algún aire de ciencia exacta. Es una compleja ecuación donde cada individuo vuelca sus preferencias económicas, sociales, éticas, políticas, culturales o espirituales con una serie de multiplicadores con el fin de hacer complejísimas operaciones para juntar las funciones de utilidad de toda la humanidad y llegar a un equilibrio donde todes queden satisfeches.

Como bien puede demostrar el hecho de que no podemos ni ponernos de acuerdo en una asamblea de quince humanes de similiares ideologías, hoy el concepto no tiene más utilidad práctica que divertir a los estudiantes de economía y algún que otro investigador de prestigiosas universidades.

Seres que si le llegas a dar un ministerio de Economía hacen un quilombo bárbaro. Ni te digo una presidencia.

Es evidente que la economía se ha vuelto, por definición, una ciencia crematística. Ya que el dinero es mucho más fácil de medir que la felicidad, la espiritualidad o la ideología política. Por eso, como dice la ecofeminista Yayo Herrera, el PBI mide la fabricación de armas y no el cuidado de les niñes.

Perder el avión

En la clase de ese hermoso profe, sin asumirnos patafísicos, nosotres, inocentes adolescentes de clase alta jugando a las matemáticas, resolvíamos problemas de franca inutilidad. Como por ejemplo, certificar la frase: “Aquel que nunca perdió un avión es porque perdió demasiado tiempo en aeropuertos”. O comprobando, como decía el economista de la Universidad de Chicago, Gary Becker (uno de los ídolos de Milei), que los casamientos arreglados de la Edad Media eran más eficientes que los de la actualidad. Eso básicamente porque la seducción masculina incurre en un montón de derroches o gastos superfluos como flores, coches caros, modernos restaurantes, o viajes en yate a Marbella.

En un momento estuve tentado a estudiar un doctorado en Estados Unidos y pasarme la vida haciendo modelos matemáticos y dando clases. Pero la calle y los recitales de los Redondos me llevaron lentamente para otro lado. Preferí derivar en alerta, como diría Manfred Max Neef, en vez de un destino cómodo y confortable jugando con números.

Cuando le conté a aquel querido profe que quería dedicarme al periodismo, me pasó el dato de un editor de “economía” de un importante diario. Solo me hizo una advertencia: “Yo lo único que sé es de economía. Pero cada vez que leo la parte económica del diario, miente. Así que me imagino que el resto de las secciones miente. Sólo leo la parte de deportes. No solo porque no me importa que me mienta. Sino que incluso me interesa. Que me mientan”.

Mucho antes de conocer esa maravillosa frase de Umberto Eco que dice que la estadística es “esa maravillosa ciencia según la cual si una mujer murió de hambre y un hombre murió empachado con un pollo, los dos comieron medio pollo”, un amigo de la universidad demostró de manera irreprochable, que econométricamente, el índice Nasdaq de la Bolsa de New York, dependía de la cantidad de lluvia que caía en Manhatan.

Si bien me divierten, jamás pensé que los números pudieran describir la realidad. Ni que llegaría a ser candidato a presidente un tipo que pensara lo contrario. Que fuera capaz de decir que matemáticamente lo mejor que se puede hacer es legalizar la venta de armas u órganos, alambrar los océanos o dejar liberadas a las buenas consciencias empresariales la salud de nuestros ríos.

Mucho menos que hubiera tanta gente dispuesta a votarlo. Me encantaría citar a Darwin cuando dijo que: “la progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en cada vez nos engañan personas con menos talento”. El problema es que no creo que Javier Milei quiera engañarnos. Javier Milei cree en el engaño de la ciencia positivista. Y mucha gente creyó en él. Frente a otras que decidimos deliberadamente apostar por un engaño conocido llamado Sergio Massa.

Manhatan Institute

En su modelos matemáticos positivistas, Gary Becker, por ejemplo, explicó que los pobres tenían más hijos, ya que resultaban más baratos y más rendidores económicamente que los niños ricos. O demostró que por una cuestión de costos e incentivos, era imposible terminar con el crimen en general. Que había un crimen de equilibrio. Y que este crimen debía concentrarse en ciertos sectores sociales o barrios específicos, donde había menos dinero y mas incentivo a robar y menos incentivo a proteger la comunidad. Donde también las vidas era más baratas o menos eficientes.

De los trabajos de Becker surge la teoría de las Ventanas Rotas, del gringo George L. Kelling, que vincula crimen con desorden, y que fue implementada por el alcalde de New York, Rudolf Giuliani. Siniestro personaje que tomó notoriedad en los últimos tiempos en la Argentina porque fue propiamente mencionado como un adalid de la seguridad liberal o seguridad democrática (como la bautizó el ex presidente narcoparamilitar de Colombia, Álvaro Uribe Velez) por Javier Milei en el debate presidencial.

Mención que fue como dejar la pelota sola frente al arco. Ya que, más allá de la teoría, la política de Ventanas Rotas fue puesta en práctica por Sergio Massa en Tigre, lo que le valió que el adalid del modelo del Manhatan Insititute de seguridad democrática, Rudolf Giuliani, le prologara un libro.

Son también adalides del Manhatan Institute, un think tank de seguridad creado en Estados Unidos para su aplicación en América Latina, Mauricio Macri, Patricia Bulrich y Juan Schiaretti, que implementó en Córdoba el famoso Código de Faltas.

La teoría de Ventanas Rotas también puso de moda el concepto de “gentrificación”, que es básicamente el deterioro (a veces adrede) de un espacio urbano para impulsar las reformas estatales (primero con la policía y después con la infraestructura) que permiten un impresionante negocio inmobiliario (del que los políticos suelen sacar un vuelto para financiar sus campañas).

Cuando cierta vez en el programa A Dos Voces de TN, del inefable empleado del poder concentrado, Marcelo Bonelli, Eduardo Duhalde, quiso explicar el progresos del hermano país de Perú, a través de las reformas neoliberales que permitieron la estabilidad del Banco Central (más allá de la curiosa rotación de sus presidentes), simplemente describió: “Ya no hay ese olor a fritanga que había antes”.

De Guatemala a Guatepeor

Cuando mi vecino y mecánico de confianza, el Gus, quiso explicarme porque estaba tan entusiasmado con una presidencia de Milei, esgrimió dos justificaciones:

-Tan aumentando las acciones de YPF- me dijo.

-¿Y vos tenés acciones de YPF?-le pregunte.

-No

-Va a haber más policía en las calles-me dijo

-¿Y cuando viste que la policía meta en la cárcel a alguien que no sea pobre como vos?-le pregunté

Se le llenó el culo de preguntas. Porque más allá de su voto, es un tipo con consciencia de clase, con consciencia ecológica y comunitaria, un laburante que le pone amor a su oficio, que vive humilde y generosamente. Quizás con mucho más coherencia con la vida y la construcción política necesaria, si no es para otro mundo posible, al menos para otro Valle posible, que más de un progresista que se rasga las vestiduras por el resultado de las elecciones y vive angustiado frente a la tele o en charlas interminables sin ejercer soluciones concretas.

Y que si le das veinte minutos de charla, un poco más, y llega a la brillante solución de matar a todos estos negros de mierda (coincidiendo olímpicamente con Macri, Massa, Giuliani, Bill Gates, Elon Musk y la familia Rotschild).

El Gus sabe, no por ideología o formación, sino por experiencia, que hay situaciones que convienen al pueblo, y situaciones que convienen al poder concentrado (que en su caso se define como “chetos porteños”). Solo que su razonamiento fue bastante claro, como bien explicó Carlos Pagni al mostrar que Milei lleva su teléfono y agenda en mano a diferencia de cualquier hombre de poder.

Si lo pensás bien, Javier parecía un tipo mucho más cerca del pueblo que Sergio Massa. Incluso en su cabeza de ciencia positivista. Que ha sido fomentada a lo largo de años por una academia o cultura que no deja de ser elitista y casta, moralmente irreprochable, pero pragmáticamente muy cuestionable. Tanto que si te pones a analizar bien el presupuesto nacional, ignorando al poder económico concentrado (como hacen liberales, progresistas y coreanos del centro), es indignante, en estos tiempos de pobreza y hambre, la diferencia de recursos que se han destinado al cine, por dar un ejemplo, frente a los comedores populares (por no decir productores agroecológicos). Cuyas doñas, poetizas populares, herederas de las brujas que quemó la ciencia positivista, han sido denostadas, ignoradas, e incluso criminalizadas, por este gobierno que Massa representa.

Más vale pájaro en mano.

Porque al fin y al cabo: ¿Que era más inocente? ¿Pensar que la solución era la dolarización o que podíamos transformar los planes en trabajo a través del crecimiento de una industria venenosa que mantiene la misma cantidad de empleos desde 1974? ¿Pensar que la unidad era Morales con Llaryora o Petri con Randazzo?¿Pensar que Massa iba a hacer lo que no hizo Alberto a pesar de Cristina o que Milei iba a poder aplicar sus locas teorías positivistas sin la influencia de Macri, Bullrich y Villarroel? ¿Ignorar al feminismo, la ecología y la historia de los setentas o al 60% de la población que vive en la informalidad y que la mitad nunca recibió la devolución de IVA porque no tiene tarjeta de debito o la tiene gastada o se la quitaron la vez que pusieron a todas las beneficiarias del Potenciar a llenar una aplicación tan mal diseñada que ni un antropólogo noruego era capaz de llegar al resultado sin intentarlo al menos cincuenta veces?

Al fin y al cabo, hay grietas que no se discuten en este país, la de la ciencia y la naturaleza, la de la comunidad organizada y la casta política, la de la seguridad comunitaria y el aumento de la estructura de las fuerzas de seguridad demostrádamente cómplices del narcotráfico, la trata de personas, los piratas del asfalto y otros males mayores.

La ilusión progesista se vuelve casi tan peligrosa como la ilusión liberal. Gentes que insisten, aun en ámbitos de extrema confianza, que De Vido no choreó, los Kirchner no usaron la justicia ni los servicios secretos y no es equiparable la violencia de algunos de estos grupuscos liberales con los escraches que tanto nos esperanzaron en los noventas.

Un paso hacia la complementariedad

Tanto la ilusión liberal, como la ilusión progresista, son ilusiones positivistas, herederas de la ciencia que nació quemando brujas y terminó de consolidar su poder en la pandemia. La pregunta es quien salvo más vidas, si las vacunas de Alberto, o el trabajo de las poetizas populares en los barrios.

Si cuando Darwin se refería a la supervivencia del más apto se refería a los mas fuertes, los más imperialistas, los que tienen más ejércitos o monedas. O a aquellas que apuestan por el apoyo mutuo, la comunidad, las plantas medicinales, el alimento agroecológico, la economía del cuidado, y otras bondades de ese otro mundo posible, más cerca de las brujas que los gerentes de empresa.

Quizás halla que quitar la mirada del encandilante mundo de “los de arriba” sea por “derecha” o por “izquierda”, y tramar desde abajo, de la periferia al centro, políticas humanas y reales, que sostengan nuestras comunidades en tiempos de crisis. Para eso es más importante el pensamiento crítico o los callos en las manos, que el papelito que el vecino metió en la urna o las siglas inscriptas en la gorrita que algún puntero nos regaló.

Como dice Eugenio Carutti: “Los humanos estamos llamados a reconocernos de una manera cada vez más directa como un aspecto más de esa inmensa vida que es la tierra”. Vida que seguirá estando en peligro, o no, más allá de las elecciones.