La filosofía como literatura
En la sección habitual #LibrosYAlpargatas, reseñamos sobre el libro El nacimiento de la filosofía, de Giorgi Colli.
Por Mariano Pacheco
La antigua Grecia y el mundo literario, artístico y religioso en el que se produce el pasaje del mito al logos. La oralidad y la escritura. Una sabiduría que se pierde y una filosofía que emerge para cultivarla.
En el pasaje de la sabiduría al amor por la sabiduría encontramos el nacimiento de la filosofía. Así lo estipula al menos el Giorgi Colli en El nacimiento de la filosofía, libro traducido al español por Carlos Manzano, publicado en Argentina por TusQuets, en el que el filósofo italiano trabaja sobre la Grecia antigua, donde el mundo del logos viene a relevar al del mito, no sin préstamos y entrecruzamientos. “El misticismo y el racionalismo no fueron al parecer algo antitético en Grecia: más que nada, habría que entenderlos como dos fases sucesivas de un fenómeno fundamental”, comenta Colli.
En ese proceso la literatura juega un rol fundamental. Porque es a través de una serie de transformaciones culturales donde la retórica se entrecruza con la dialéctica donde va emerger esa nueva práctica, en simultáneo con una generalización de la escritura en sentido literario. Sobre todo después del siglo V, cuando la escritura –en su uso literario– permanezca vinculada a la vida colectiva de la ciudad. Entonces, el lenguaje literario se volverá púbico, la escritura dejará de ser un instrumento mnemotécnico para ir conquistando poco a poco una autonomía expresiva.
En este recorrido Colli va a invertir un poco los lugares comunes en torno al origen de la filosofía, planteando que ésta emerge como fenómeno de decadencia, ya que esa actividad de investigación, de educación, ligada a una expresión escrita (la forma literaria del diálogo), es definida por Platón como “amor por la sabiduría”, es decir, como algo inferior a la sabiduría, algo que ya se había realizado y vivido y era preciso –a través de la práctica filosófica– recuperar. Porque el conocimiento fue, para los griegos, el valor máximo de la vida.
En este sentido, siguiendo a Colli, la relación entre sabiduría y filosofía no es la de un desarrollo continuo y homogéneo, sino que la segunda surge en Grecia por una reforma expresiva (la intervención de una nueva forma literaria), filtro a través del cual queda condicionado todo el conocimiento anterior, la sabiduría, con su tradición oral, que se pierde en la lejanía de la ausencia de testimonios (a no ser los religiosos) desde el siglo V y VI a.C. para atrás, es decir, en aquellos tiempos homogéneamente caracterizados como “presocráticos”.
En ese sumergirse en los estudios de la religiosidad griega, Colli asume lo endeble de la interpretación de Nietzsche respecto del mundo apolíneo y dionisíaco y, por lo tanto, la necesidad no sólo de modificar dicha interpretación, sino incluso ir contra ella. Y a modo de ejemplo, Colli pone el de Delfo (oráculo de Apolo), a través de quien los griegos manifiestan su inclinación al conocimiento. Entonces, sabio no es quien cuanta con una rica experiencia, descuella por la habilidad técnica o por destreza, astucia, sino quien (como Odiseo) arroja luz sobre la oscuridad, quien desata nudos, quien manifiesta lo ignoto, quien precisa lo incierto.
Es entonces a través de la palabra del Dios, a través del oráculo, que la palabra se manifiesta al hombre. Pero no con palabras humanas sino divinas. De allí la ambigüedad, la oscuridad, la incertidumbre, la alusividad difícil de descifrar (el dios conoce el porvenir y lo manifiesta al hombre, pero de un modo que éste parece no terminar de comprender). Así, Apolo, lejos de la interpretación nietzscheana de su vinculación con el mundo del arte (entendido como liberación ilusoria frente al tremendo conocimiento dionisíaco) aparecerá más bien como inspirando la manía profética, el arte de la adivinación. Apolo ya no es, de este modo, el dios de la mesura y la armonía, sino el de la exaltación y la locura. Dice Colli: “con respecto a esto, un testimonio de la talla de Platón nos sugiere, en cambio, que Apolo y Diosinios tienen una afinidad fundamental, precisamente en el terreno de la manía; juntos abarcan completamente la esfera de la locura”.
Dominado por el demonio literario, Platón toma de la tradición dialéctica el material para plasmar sus escritos, mezclándolos con sus ambiciones políticas. De esa mezcolanza surge la nueva criatura, la filosofía, que tiende a una disposición retórica acompañada de una dinámica dialéctica (no en el sentido moderno sino originario del término, es decir, como arte de la discusión entre dos o más personas vivas y no creadas por la invención literaria) y, finalmente, agrega un talento artístico de alto nivel, que tiene como fin la “paideia”, la educación, la formación intelectual y moral de los jóvenes atenienses. Amor por el conocimiento, búsqueda de la sabiduría, no sabiduría. Porque como remata Colli, la sabiduría es aquello más vital que precede a la atrofiada filosofía.