Escribir contra la época
Engendros II (Cordero editor), de Pedro Yagüe, esta semana en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo.
Por Mariano Pacheco
Segundo tomo, cinco años después del primero. Pedro Yagüe vuelve con sus engendros de la literatura argentina, en esa experiencia que define como de “precariedad”: la de escribir en este país (casi país puesto que semi-colonial, diría el David Viñas de la solapa de su libro Las malas costumbres). ¿Qué pasa con el trabajo sobre la lengua cuando un oficio como la literatura se hiper-profesionaliza? ¿Cómo hacer para desmarcarse de ese movimiento de profesionalización en el que la teoría y el arte tienden a burocratizarse?
Un puñado de nombres propios, de amigos como Valeriano o el “Ruso” Sebastián Skolnik, pero también de figuras emblemáticas de las letras nacionales, como Ricardo Piglia, Juan José Saer, Horacio González o Fogwill (todos nombres enmarañados, sin jerarquías, como en las mezcolanzas lamborghinianas), sirven aquí para trazar una genealogía en la que el ensayo y la ficción, la teoría y la poesía pueden ser “bares sofisticados” en “pueblos perdidos”, “viejos bodegones” donde se cruzan “trabajadores de la palabra” con “deportistas de la declaración”.
Una de las características de los breves textos de este libro es que al hablar de (sobre, junto con) otrxs, Yagüe entreteje su propia mirada sobre la cuestión (operación típica del ensayo). Casi que se podría confeccionar un escrito, sin citas, copiando y pegando extractos de diferentes textos, recortando los momentos en que emerge la propia voz del autor.
Su ojo, puesto más en los afectos que en las intenciones, reivindica el tipo de literatura que renuncia convertirse en mercancía identitaria, dejándonos en el mismo lugar, clausurando, cerrando el proceso. Por el contrario, la literatura (el arte, la teoría) que Yagüe reivindica en este libro, es aquella capaz de abrir una distancia entre la vida y nuestras vidas (porque eso que llamamos “nuestra vida” se modifica cuando nuestras percepciones se ven alteradas por una producción), permitiendo ejercer una respiración, dejando una marca, haciendo un diferencial respecto de aquello que caracteriza como “el gobierno del algoritmo y el mercado”.
Ya sea Florencia Abadi o Adrián Dárgelos, Marcelo Cohen o Salvador Benesdra, o cualquiera de los otros nombres propios que aparecen en el libro, lo que se manifiesta en los ensayos de Yagüe es una apuesta por escribir contra la época (el kiosco, el cálculo, la impostura), para descubrir qué forma de vida se esconde en cada escritura, que permita hacer ese movimiento para liberarse de uno mismo y de esa forma tosca en que la realidad nos es dada (“se trata de agregar elementos que alteren lo que somos”).
Escribir, de algún modo, para “no estar solos en el naufragio anímico de estos años”. Algo de eso aparece en Engendros II, como parte de esa apuesta por ejercitar una práctica capaz de abrir un horizonte de experiencia pensable, de teoría, crítica y narrativa posible, que no acate, que haga crisis, que agite, que intervenga para volver sobre aquello que la época cierra, para poner las fuerzas en tensión, para crear una forma propia más allá de la corrección y de la “desesperación inocua y narcisista que circula en el mundo cultural argentino”. Para volver a situarnos, como el Marcelo Fox recuperado por Yagüe, en el universo “de los perdidos, los derrotados, de los que fueron hundidos por la sociedad”, la contracara del ideal del mundo del éxito, de la sociedad del espectáculo neoliberal.