Entre Perón y Adrián Suar: Crítica de “Puerta 7”, de Israel Adrián Caetano
La mirada formal y precisa de Adrián Caetano no compensa la mala organización en el elenco, que lo lleva a ser un cascarón vacío relleno de caricaturas.
Por Lea Ross
El ensayista Pablo Alabarces, que ha indagado sobre la problemática de los barrabravas, define al “aguante” como un capital dentro de los negocios que proliferan en los partidos de fútbol, donde del otro lado está el dinero ilegal. Si se cortara lo segundo, no hay garantía que se corte el primero, porque ya hay una ética y moral que define a la violencia como una norma. Puerta 7, la serie de Netflix sobre el costado violento y mercantil de los hinchas organizados como mafias, pareciera aplicar ese teorema alabarciano, pero de una manera incompleta, al permitirse codearse con algunos tópicos televisivos que se alejan bastante de esa perspectiva.
Creado por el guionista estadounidense Martin Zimmerman y dirigida por Israel Adrián Caetano (Pizza, birra, faso, Crónica de una fuga, El otro hermano y las series Tumberos, El marginal y Apache), el título del serial refiere a la entrada del estadio del equipo Ferroviarios, donde ingresan los muchachos capitaneados por Héctor “Lomito” Baldini (Carlos Belloso), a cargo de varios negocios del barrio -legales e ilegales-. A partir de un hecho de violencia, el club deportivo decide designar a Diana (Dolores Fonzi), una abogada a cargo de una ONG barrial para solucionar el problema de los disturbios.
A partir de la intervención de una mujer rubia, se observa las distintas ramificaciones que explican esa “norma” llamada violencia, plagada de disparos con armas, torturas y amenazas. Caetano es un director que aprecia sus personajes, sin pretender que la moralina opaque sus contradicciones. Por ese motivo, su versión biográfica sobre Néstor Kirchner es superadora a la que se estrenó en las salas de cine.
También es alguien muy enfocado en la puesta escena y que por ende saca mucho provecho las escenografías. De ahí, los constante planos panorámicos generales, donde filma dos pisos al mismo tiempo, permitiendo a los personajes trasladarse por escaleras y pasillos, manteniendo una dimensión misma de la magnitud del estadio, de un tribunal o incluso la mansión que habita el líder los barras, al estilo Parasite.
Pero el problema de Puerta 7 es la proliferación de subtramas y, por ende, una mala distribución de espacio a las criaturas que proliferan en los capítulos, lo que lleva a una verdadera injusticia social. Empezando por la abultada presencia del líder “Lomito”, donde un insoportable Carlos Belloso se esmera una vez más en su carrera en seguir construyendo estereotipos. De ésta manera, su personaje hace esmeros por darle importancia su presencia, desde la forma de caminar hasta el modo de comer, aunque cierto es que eso se desinfla cuando van pasando los capítulos, en particular cuando se mete en la política. Su costado “salvaje” es ocultado bajo el acting de un candidato.
Mientras tanto, lo que la presencia del personaje de Fonzi abriría una puerta a la perspectiva de género, las referencias a la misma son banales y sin aporte, incluyendo el hecho de que ella mantenga un noviazgo lesbiano. También hay una desaprovechada Mónica Ayos –la esposa del Lomito- que solo se reluce en un capítulo.
Los periodistas presentes en los episodios –voces de los relatores, presentes en la conferencia de prensa o entrevistadores televisvos- son monigotes sin rostros, reduciendo así el rol de la prensa a un mero relleno sonoro. Y finalmente, la ausencia de los funcionarios públicos, como si las órdenes recibidas de la policía ante una represión se limitaran a la orden a la de un Daniel Araoz, bajo las órdenes de la protagonista, pero que se acerca más a un Sergio Berni que a una Sabina Frederic.
Quizás, el único con lo justo en la trama sea el tesorero del club, interpretado por Juan Gil Navarro, no solo por su austera actuación, que equilibra ante tamaña presencia de “chicos sucios y rudos”, sino que permite ofrecer un verdadero peso de intriga, al ser el que teje los negocios, con dificultades a contrarreloj y con intenciones poco explícitas.
Con una ventana que habilitaría una segunda temporada, la serie no es de las mejores realizaciones de Adrián Caetano, alguien que realmente toma una mirada particular y aguda sobre la desigualdad social y un indagador sobre las raíces de la violencia, de ahí a que algunas de sus películas las considera que son realizadas desde una mirada “peronista”. Pero Puerta 7 se asemeja menos a Caetano que a Pol-Ka de Adrián Suar, la segunda productora que también financió la producción. De ésta manera, la influencia adriansuarista explica ese desequilibrio del elenco, que lleva a una observación segregacionista, muy típico de otros seriales basados en la “caricaturización” de la marginalidad, que empezó con El puntero. Por lo menos, Julio Chávez podía haber aportado algo más interesante.