Anochecer y tormenta
Por Sergio Job
Horas y horas de televisión y radio hablando en contra de las organizaciones sociales; miles de palabras en periódicos y portales destilando odio contra los pobres organizados; políticas de auditoría, causas armadas, infiltraciones y persecuciones, represiones; un oficialismo que incómodo no sabe qué hacer con esta realidad que le explota en la cara cuando esas multitudes no son (como ellos creían y pretendían) decorado aplaudidor de elites políticas progresistas, una oposición que decide apuntar todo su poder propagandístico, judicial, político, policial y parapolicial contra el subsuelo de la patria. De este lado (porque uno debe saber de qué lado está, uno debe decidirlo), la paciente mansedumbre de la insistencia, la persistencia, la tenacidad de una resistencia que se alimenta de siglos, y más específicamente, de 25 años de aprendizajes que fuimos acumulando como digno y combativo pueblo que somos.
Las elites mediáticas, judiciales y políticas (de la oposición neoliberal oligárquica, pero también del oficialismo “nac&pop”) nos desconfían, nos temen, nos desconocen, nos bajan el precio, intentan –y ya no pueden- ignorarnos. Se preguntan horrorizados ¿qué somos? ¿de dónde salimos? ¿cómo fue que estamos en cada barriada humilde del país, a lo largo y ancho de la ruralidad extensa de la Patria, y ahora también raleados en oficinas de gobiernos, en parlamentos provinciales y nacionales, en gobiernos comunales y municipales? ¿qué clase de agrupamiento escandaloso es este que mantienen unidad en la diversidad, que defienden de conjunto los ataques que se multiplican, que tienen dirigentes a favor y en contra de casi todo en el amplio mar de políticas progresistas, populares y revolucionarias, pero siguen saliendo juntas a la calle, mientras se multiplican los puentes horizontales entre los funcionarios y representantes que son parte de sus espacios? ¿qué clase de pacto tienen que incluso en las diferencias más agudas sobre temas o coyunturas, o en los errores más torpes de alguno, se refieren con respeto a sus compañeros y no los desconocen?
No saben qué hacer con nosotros. Se les nota en cualquier diálogo, no pueden clasificarnos, no encuentran lugar en sus roperos para la ropa descuidada, looks sin pretensiones y palabras que dicen sin tantas vueltas. Llevan meses y meses con sus sabuesos investigando, hurgando, infiltrando, para encontrar algo, una sola cosa con la entidad suficiente para aumentar el desprestigio de la repetición al infinito de acusaciones que no pueden sostenerse fuera de la prensa mercenaria, adicta y militante de los privilegiados. “Vagos”, “planeros”, “cobran para no hacer nada”, una tras otra las acusaciones que se repiten en la pantalla de los canales hegemónicos, pero que se caen como castillo de naipes apenas cualquiera se acerca a husmear una organización, y ve los talleres textiles, las quintas, huertas, gallineros, colmenas, semilleras, tambos, galpones de reciclado, espacios de cuidados para niñes y ancianidad, redes comunitarias de internet, cuadrillas de construcción, espacios educativos en todos sus niveles, desde alfabetización hasta diplomaturas universitarias, cooperativas de pesca artesanal, espacios para sacar a la juventud del consumo problemático de sustancias, espacios culturales, construcción de viviendas y mejoramiento barrial, radios y teles comunitarias, cuadrillas de prevención de incendio, promotoras de salud o de justicia o de violencia de género o de ambiente, casas para mujeres y diversidades, espacios para la fe, brigadas de salud que se internan en el impenetrable chaqueño y operan a cientos o que recorren las barriadas para atender a nuestra niñez, miles de asambleas pequeñas o multitudinarias con protagonismo popular que se esparcen a lo largo y ancho del país, y una infinidad inabarcable de espacios de trabajo sin patrón (¡encima sin patrón!) y desarrollo humano integral. Eso es lo que no entienden, ni pueden ni quieren ver: la intensa vida de un pueblo que ante el desprecio y la indolencia de un sistema cada vez más excluyente eligió la solidaridad, la fraternidad y el trabajo. El trabajo. El trabajo.
Y hay que repetirlo, porque justamente la potencia de este otro país, de los ninguneados, de los acusados una y otra vez de vagos, no reside en grandes discursividades ni relatos, no afinca en la homogeneidad ideológica ni en la coherencia política interna, no se ordena en una lista cada cuatro años, ni se domestica con las migajas que caen de las mesas millonarias, su potencia seminal anida en el hacer, en el trabajo. Y ese es un gran, enorme problema para los sectores dominantes, ¿cómo hacer para impedir que los trabajadores trabajen? Los dos rasgos distintivos de la especie son pensar y trabajar, homo sapiens y homo faber. Los aparatos ideológicos de propaganda pueden intentar convencer (y no pocas veces lo logran), incluso a quienes trabajan diariamente, de que no son trabajadores, pero tiene el límite de la realidad, de las manos callosas, de los músculos cansados al llegar la noche, que una y otra vez, más temprano que tarde, se termina imponiendo.
Lo más racional sería que las clases dominantes de este país, desmontaran toda esa maquinaria propagandística de desprestigio, ese arsenal judicial, policial, parapolicial, de persecución y apriete; que aceptaran que no pueden seguir ignorando a la Economía Popular como una tercera columna de la economía nacional (junto a la economía de mercado y la estatal); que pusiera manos a la obra en avanzar en planes voluntarios de redistribución poblacional y arraigo rural, como venimos proponiendo e insistiendo; que pensaran cómo incorporar todo lo ya construido a la vida nacional y dejar de repetir como loros que “hay que transformar planes en trabajo” o pavadas por el estilo, ¡ya lo hicimos hace años!, mientras ellos se peleaban por construir relatos que más o menos amigables, más o menos guerreristas, no son más que castillos en el aire; que dejen de buscarle el pelo al huevo auditando Salarios Sociales Complementarios de 22mil pesos y pongan el ojo en auditar los millones y millones de dólares que se fugan ilegalmente por nuestros puertos y bancos; que dejen de fomentar el odio y la discordia entre trabajadores formales e informales, para unidos construir una nueva y gran Argentina.
Pero sabemos, porque así ha sido siempre, que nuestras clases dominantes son poco propensas a la racionalidad, que cuando se desesperan tienen una tendencia al genocidio, al odio irrefrenable que les genera el miedo a perder sus privilegios y tener que trabajar. Y por eso nosotras y nosotros que elegimos la paz, que reclamamos y construimos Paz, Pan, Techo, Tierra y Trabajo, nosotras que apostamos al cuidado mutuo, nosotros que creemos y realizamos una economía donde el ser humano y la naturaleza esté en el centro, nosotros y nosotras, lamentablemente, tenemos que prepararnos para tiempos difíciles, de persecuciones, armados de causas, estigmatizaciones, falsedades, mentiras, violencias. Yo no soy de los que cree que el amor vence al odio sin más, por el contrario creo que el amor vence al odio sólo y sólo si, el amor está mejor organizado. Es tiempo de mejorar nuestras organizaciones, de afinar lo que desentona, de mirarnos hacia dentro un poquito, de aceitar los espacios y vínculos necesarios para pasar la tormenta, de generar espacios de autocuidado colectivo, de proteger a nuestros dirigentes, de buscar el mejor lugar donde vivaquear ante la noche inmensa de la historia que amenaza en el horizonte con tormentas, de replegarnos sobre lo conocido de manera ordenada, para sin dejar de dar las batallas que debamos por la dignidad de nuestros hermanos y hermanas, poder abrazarnos como pueblo organizado esperando el amanecer que sabemos que inexorablemente vendrá. No será la primera vez, ya hemos pasado peores. Debemos resistir con inteligencia y tenacidad, para seguir transformándolo todo desde abajo.