36avo Encuentro Plurinacional, Parte II: unas horas de turisteo
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Un pequeño relato de la llegada al 36avo Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Las peripecias del viaje y la ciudad de Bariloche.
Por: Yunga – Imágenes: La leyenda del lago Nahuel Huapi y Portada @mafitaespejo y @guadalupe.scotta
Viernes, 8 a.m. Tercera y última parada en Picún Leufú (Neuquen), que en mapudungun significa río del Norte (quizás porque está a 300 km al noroeste de la punta del Nahuel Huapi de la que nace el Río Limay). Alcanzando las 22 horas de viaje ya siento fuerte la abstinencia de café, pero hay una larguísima fila para comprar. Afuera me encuentro con Ester, de las Mechas, que me propone ir a buscar otro lugar. Damos una vuelta y al frente, en una estación de servicio, Ester me invita un pequeño café de máquina de 1200 pesos.
Después de tomarlo volvemos al bar donde se armó la fila (donde por cierto el café es el mismo y cuesta mil) y me siento a conversar en la mesa de las Mechas, que me cuentan más sobre sus reuniones semanales en Argüello. Una de ellas estudia ciencias políticas y me pregunta si soy peronista. Le respondo que no, que votaría a Bergman si el miedo no me obligara a votar a Massa. La pregunta me quedará dando vueltas en la cabeza varios días. ¿Qué tan radical, troske o anarquista hay que ser para no sentirse aunque sea un poquito peronista? A los alrededores del café (que curiosamente se llama Creo en Dios) mucha gente vende torta frita.
Volvemos al colectivo y es un momento perfecto para dormir, pero me gana la tentación y sigo con la escritura de esta crónica.

Un lago que es embalse
Viernes, 1 p.m.A las 11 alguien dijo que faltaban dos horas para llegar, pero cuando llegamos a Corral de Piedra y cruzamos el puente que pasa sobre el gran charco azul topacio que separa a Neuquén de Río Negro, el camino se pone montañoso y se arma una larga caravana de autos que nos hace avanzar re lento. Buscando luego en Google Maps me costará mucho encontrar el nombre de ese larguísimo lago. Y la razón es que no es un lago, sino un embalse. Es decir, es la empresa Hidronol, creada durante la dictadura de Onganía y privatizada por Menem en 1992, la que al parecer generó esa gran acumulación de agua. Según Wikipedia, con sus siete centrales hidroelétricas, Hidronol generaba más del 40% de la electricidad del país. Hoy el llamado Embalse de Alicura, es propiedad de AES Argentina, una filial de The AES Corporation, una empresa “multinacional” situada en Estados Unidos. Sólo para indignarme un poco más entro a la página de esa tal “filial argentina” que pone en manos multinacionales la energía del Río Limay (como se llamaba antes de la llegada de Hidronol) y para sorpresa de nadie entre las 16 personas que forman parte del directorio y la comisión fiscalizadora hay una sola mujer, como directora suplente.
Más allá del Limay aparecen las primeras montañas nevadas de la cordillera y se da inicio en todo el colectivo a una larga sesión de fotos por la ventanilla. Más tarde sabré que en mapudungun Limay significa traslúsido. Lo que me preocupa es que en ese momento el agua me pareció más bien verde. Hoy, con la información de Hidronol en mano, temo porque haya alguna relación entre ese verde y el verde que apareció en el Lago San Roque (Córdoba). Las Mechas han prendido un parlante, así que los vídeos de las montañas son subidos a Instagram con Gilda, la Mona y Chavela Vargas de fondo.
Viernes, 2 p.m.A la hora que se suponía que llegaríamos todavía estamos rodeando el último brazo del Embalse. Por suerte sigo compenetrada con mi lectura de Gobernar la Utopía, así que no siento ansiedad por llegar. Alguien propone un juego colectivo: cantar un tema que empiece con la última letra de la canción del otro equipo. A mí la verdad es que no me gusta cantar en público. Sentir que mi tono de voz es disonante con respecto al tono general me hace sentir expuesta de una forma que no me gusta. Ni siquiera en las marchas me sale cantar (salvo quizás en las que hacíamos por Tehuel, donde me sentía particularmente contenida). Me gustaría seguir con mi libro, pero el miedo a quedar como una ortiva me lleva a hacer un esfuerzo por participar.
La primera población que aparece cuando llegamos a la punta del lago Nahuel Huapi, de la que sale el Limay, es Dina Huapi. Según Wikipedia, dinaviene de Dinamarca, porque de ese país eran los primeros blancos no españoles que se instalaron en esa punta del lago. Googleando me entero también de que en mapudungun huapi no significa lago sino isla y Nahuel, puma. Una teoría dice que debe su nombre a la gran isla en el medio del lago (hoy llamada “Victoria”), otra que hace referencia al tótem de una familia y según una tercera, que encuentro en La Angostura Digital, dice que hay otras tres penínsulas cercanas llamadas huapi, por lo que quizás signifique más bien “aislado”.
Cuando se terminaron las curvas el colectivo acelera y una hora más tarde llegamos a destino.
Acomodándose
Viernes, 3 p.m.En la terminal nos enteramos de que el colectivo seguirá hasta el hotel en el que dormirán la mayoría de las chicas de Católicas por el Derecho a Decidir, más cerca del centro. El departamento que nosotras alquilamos (a un razonable precio de 7 dólares la noche), está mucho más cerca de la terminal que del centro, así que las cinco de Adiuc pedimos bajar ahí. Cuando subimos a buscar nuestras cosas las Mechas están debatiendo si bajarse también. Ahí escucho que la escuela en la que se inscribieron para dormir abre recién a las 7 de la mañana del día siguiente. Deciden seguir hasta el centro y preguntar ahí dónde dormir esa noche.
Viendo la enorme pila de bolsos de la bodega entiendo por qué hubo que hacer tanto esfuerzo para convencer al chófer. Pero por suerte nuestros bolsos están a la vista, así que nos sale fácil la jugada.
Viernes, 4 p.m.Estamos cansadas, con muchas ganas de bañarnos, pero sobretodo hambrientas y deseosas de caminar un rato antes de que se vaya el sol. Me pongo un pulover verde de lana y en la bolsa de tela negra que uso de cartera pongo un cancán de lana rojo. El departamento está en el fondo de un patio-garage en el que viven (un poco tristes, diría yo) un cerezo y una araucaria. Marce ha encontrado un lugar con opciones veganas a unas cuadras hacia el centro, sobre la costanera. En el camino bajamos a la playa y tocamos el agua fría del lago.
Maleza es un bar es muy lindo y obviamente nada barato. Comparto con Marce un sánguche de porotos de seis mil pesos bastante rico (aunque chico) y unos minutos más tarde, cuando se habilita el happy hour, me tomo una IPA deliciosa por mil pesos. Meli y Nati-bio piden ensaladas y Nati-arte una merienda. Estamos sentadas afuera, resguardadas del frío por el sol y una mampara de acrílico. Al bajar el sol, en el vidrio del bar se ve reflejada la cordillera y por alguna razón hay algo en el reflejo que nos resulta tan mágico como la montaña misma. Como si de alguna forma el vidrio nos devolviese una confirmación de la materialidad de ese paisaje de ensueño.
El frío del sur que me genera rechazo. Por supuesto, éste territorio como cualquier otro debe ser defendido del extractivismo. Pero la verdad es que si se trata de sentir emociones fuertes, el bioma con el que más me conmuevo es el de la selva de montaña en la que nací (no por nada mi nombre de guerra es Yunga).
O quizás me pasa como a mi abuela, a la que no le gustaba Córdoba, porque ahí vivía cuando vio morir a su madre, en el hospital que se construyó en Punilla durante la epidemia de tuberculosis. Quizás entonces asocio a Bariloche con el Instituto Balseiro. Con los años que pasé pensando en estudiar física en esa hiper prestigiosa institución, antes de hacer el viraje que me llevó a Córdoba. Con ese congreso de física al que vine justo el día que murió esa misma abuela. Con el septiembre que pasé acá en 2017, cuando fui una de las elegidas por el Balseiro para participar en una escuela de Teoría de Campos Cuánticos donde confirmé que mi vínculo con la academia científica estaba demasiado roto como para seguir. Y por supuesto, también, con la estafa del viaje de egresades, que jugó con mis fantasías sexuales de adolescente “vírgen” y nos hizo pagar fortunas por unos boliches arquitectónicamente singulares pero iguales en todo lo demás a todos los boliches comerciales del mundo.

Cayendo la noche
Viernes, 7 p.m. En cuanto baja el sol, un frío cordillero atraviesa el lago a toda velocidad en la forma de un viento que cala los huesos. Me pongo el cancán. Dos de las chicas compensan el frío con un ataque de adrenalina que les lleva a subirse a una especie de subi-baja de 360 grados al que obviamente termino subiéndome también. Huyendo del viento salimos de la costanera y vamos al Centro Cívico, en el que hay muchas carpas y una feria mixta entre mujeres que vinieron al encuentro y personas que viven en la zona o que quizás vinieron por la acumulación de gente. Lo que más hay es puestos de choris, de tortillas rellenas y de ropa de abrigo.
Cuando es oficialmente de noche nos refugiamos en una gran carpa blanca muy grande que agrupa feriantes de Bariloche desde hace muchos años. Marce compra unos aritos hechos con láminas de lápiz barnizadas y la vendedora nos cuenta que las mujeres norteñas que venden ropa en el Centro Cívico son traídas por hombres que les hacen poner las carpas en ese lugar tan expuesto al viento helado. La verdad es que aunque me da un poco de culpa, “no sé si te creo, hermana”. No digo que no pueda ser cierto, pero una parte de mí sospecha una especie de rumor “abolicionista” (es decir, controlador) que toma a las coyas como mujeres sin autonomía para decidir dónde quieren poner la carpa.
Para ir al baño (los baños químicos llegan al día siguiente) unas chicas nos recomiendan un Mostaza. Una de las que almorzó ensalada no resiste la tentación y se pide un combo. Mostaza tiene una opción vegana, pero llevamos 36 horas comiendo bastante mal, así que una Not-burger podría matarme (de hecho, había prometido no comerla nunca más, pero unos días atrás en un viaje a Buenos Aires tuve una cita con une novie nómada que veo muy poco y nos comimos una). Cuando nos sentamos a acompañarle vemos con Marce que al frente de Mostaza hay un negocio vegetariano con opciones veganas donde comemos un sanguche en pan integral con queso vegano muy rico por 2200 pesos.
En unos papelitos escribimos un número del 1 al 5 y cada una de las camas del departamento. Me toca el 4 para bañarme y la cama doble.
Viernes, 11 pm.La vuelta es helada. Quizás no tanto para mí, que visto lana de pies a cabeza, pero sí para un par de las chicas que se confiaron con el calorcito de la tarde. Al llegar Meli logra prender el termotanque, salvándonos de dormir con la roña del viaje encima. Yo me acuesto a esperar mi turno. Nati-bio tiene tanto sueño que se baña con el agua un poco fría. Sale tiritando y se desmaya en su cama. Son las 2 de la mañana y todavía falta Meli, a la que le he donado mi lugar porque ellas cuatro van a levantarse una hora antes. Si no fuera porque comparto la cama, quizás dormiría sin bañarme. Pero resisto y me baño con el agua hermosamente caliente a las 2:30.
Lee la parte I acá